Tribuna:

Turquía mira hacia el Este

Por su amplitud económica y sus características políticas, el acuerdo turco-soviético en prepacción está provocando una nueva corriente de preocupación en Estados Unidos, en la OTAN y en la Comunidad Europea, cuya política de acercamiento en relación con Grecía y sus reservas financieras respecto de todo el mundo, han agudizado la decepción de Ankara, hasta el extremo de plantear una nueva perspectiva de escisión occidental en el Mediterráneo. Pese a los problemas de última hora, es muy probable que el convenio de Truquía con la URSS esté preparado para una redacción final en el curso de! próx...

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Por su amplitud económica y sus características políticas, el acuerdo turco-soviético en prepacción está provocando una nueva corriente de preocupación en Estados Unidos, en la OTAN y en la Comunidad Europea, cuya política de acercamiento en relación con Grecía y sus reservas financieras respecto de todo el mundo, han agudizado la decepción de Ankara, hasta el extremo de plantear una nueva perspectiva de escisión occidental en el Mediterráneo. Pese a los problemas de última hora, es muy probable que el convenio de Truquía con la URSS esté preparado para una redacción final en el curso de! próximo febrero. Para entonces, el ministro de Relaciones Exteriores, lgsan Sabri, tiene prevista una visita a Moscú. Allí, el tratado se terminará de cocinar, y en ese caso Turquía se asegurará inversiones soviéticas por 1.200 millones de dólares durante los próximos diez años, y la URSS un aliado independiente, y, sin duda, complaciente, en los Dardanelos, su salida natural al Mediterráneo y, sobre todo, un grado mayor de reticencias turcas frente a la OTAN y la CEE. Por algo el señor Kosygin volvió a insistir el 6 de enero en que el acuerdo merecía los honores de una firma a nivel de primeros ministros.

Amenaza a Estados Unidos y a la OTAN

Si ahora la URSS ha tenido que afrontar dificultades inesperadas, lasjazón se encuentra en las vacilaciones y ambivalencias de Ankara, que aún espera conseguir un entendimiento aceptable con la nueva administración del señor Carter y un reconocimiento más abierto en la CEE por parte del flamante presidente de la Comisión Europea, el británico Roy Jenkis, a quien se le atribuye la idea -opuesta a la de Ortoli- de que Turquía vale para los «nueve» tanto, por lo menos, como Grecia. Por lo demás, parece que la URSS, en diciembre -cuando ya casi todo estaba hecho-, se ha extralimitado en sus aspiraciones. El 20 de diciembre, en un arranque de mal humor -quizá calculado- el «premier» Demirel le habría manifestado a su canciller Sabri, decidído partidario del convenio, que la URSS «desea un pacto más sustancial» que el que Ankara «está dispuesto a concluir». Días antes, durante una visita secreta a Ankara, el ministro de Relaciones Exteriores soviético, Gromyko, habría insinuado la posibilidad de un rompimiento claro de Turquía con la OTAN y, especialmente, un cambio de rumbo, mediante una declaración oficial, de la política «europeísta» de Demirel.A su tira y afloja con Moscú, el señor Demirel acompañó otro, muy similar, con Estados Unidos. El 2 de enero, en una carta a Carter que Ankara prefirió mantener en «reserva» -pero de la que se hicieron eco algunos miembros de la Comisión Europea-, Demirel volvió a amenazar a Estados Unidos con una «rápida retirada» de sus fuerzas armadas de la Alianza Atlántica si el Congreso norteamericano no aprobaba un nuevo acuerdo defensivo con Turquía. En sus declaraciones de fin de año, en Plains, el señor Carter había insistido en su preocupación ante el fortalecimiento de la presencia militar de la URSS en el Mediterráneo. En su carta, Demirel habría, ido aún más lejos. Si el convenio turco-norteamericano no prospera, Ankara cerrará las veintiséis bases arriericanas en territorio turco, con lo cual todo el sistema de escucha electrónica y de vigilancia aérea de la OTAN sobre la URSS, organizada por más de 6.000 «técnicos» de Estados Unidos frente al mar Negro y en la frontera turco-soviética, quedaría desmantelado. Entonces, tal como lo señaló el general Haig en la última «cumbre» de la OTAN en Bruselas, los misiles de la base soviética de Baikonur encontrarían un corredor perfectamente abierto hacia el Mediterráneo central y occidental, donde opera, desde hace un año, la flota rusa.

Francia, Gran Bretaña y otros desacuerdos

Demirel sabe que su amenaza apunta, por decir así, al talón de Aquiles occidental. Pero también Henry Kissinger, en uno de sus últimos actos presidenciales reiteró el 4 de enero -apenas dos días después de enviada a Washington la carta de Demirel- que el tratado militar turco-norteamericano hiere el talón de Aquíles del Congreso; por dos razones: por su costo -más de mil millones de dólares en ayuda militar a Ankara- y por los sentímientos progriegos de los congresistas ante el problema de Chipre. «Las consideraciones étnicas -explicó Haig en Bruselas- están trabajando en Washíngton contra los conceptos estratégicos.»Pero la historia de los desacuerdos turcos con el llamado bloque occidental no se limitan a Estados Unidos. Aunque la lealtad de Ankara a la OTAN y a Europa ha parecido incustionable en los últimos veinte años, la crisis de Chipre fue para Turquía lo que Demirel denominó un «factor decepcionante». Entre esos factores, apareció primero la actitud de Gran Bretaña, cuyo «poder de garantía» en la zona fue juzgado «insuficientemente simpático» hacia Ankara cuando con el respaldo de la junta militar griega el arzobispo Makaríos retornó a la presidencia de Chipre. En mayo de 1976 un colaborador del señor Sabri le recordó en Bruselas, no sin amargura, al autor de este artículo, que Londres había «intervenido militarmente» para restaurar el «statu quo» en Chipre. Y añadió: «Pero también tenemos problemas con Francia y con Alemania. La visión giscardiana de Europa es una vision griega, alentada quizá por su amistad personal con Karamanlis, y por eso París manifestó su apoyo al embargo de armas decretado contra Turquía por el Congreso norteameiicano durante el conflicto de Chipre. Una coincidencia que también compartió el canciller Schmidt. No nos hacemos ilusiones: la comunidad europea está tan lejos de nosotros como Washington.»

Primer país asociado a la CEE (1970), Turquía se encuentra hoy, en su camino hacia Europa, con tres grandes baches: las trabas impuestas a sus exportaciones agrícolas -en particular la de melones-, el cierre de las fronteras de Alemania Federal a sus trabajadores (hay allí más de un millón de obreros turcos), y la negativa de la anterior Administración comunitaria a negociar con Ankara, como lo hizo en febrero de 1976 con Atenas, un convenio de incorporación plena de Turquía al Mercado Común. Para tratar este asunto, el Consejo de Asociación turco-comunitario organizó una reunión en Estambul, prevista para el 16 de octubre pasado. Pero la conferencia se postergó, sine die, a instancias del anterior comisario de relaciones exteriores de los «nueve», el británico Christopher Soames, considerado antiturco. El propio Soames aseguró a EL PAIS en esa ocasión: «No disponemos siquiera de una oferta remotamente aceptable para Turquía.» No es demasiado seguro que el sustituto de Soames, el alemán Hafferkapp, pueda hoy decir lo contrario. Entretanto, Ankara repite que el freno impuesto a su emigración por Alemania y otros socios de la CEE, que se eliminaría con el ingreso al club de Bruselas, es una de las causas principales del déficit de su balanza de pagos. En cuanto a los melones, a los que quiso abrirles la puerta el año pasado -a cambio, acaso, del reenvío a casa de 200.000 turcos instalados en la RFA-, Italia ha opuesto su veto, luego de que Francia hizo saber que no daría compensaciones a Roma por su tolerancia agrícola con Turquía.

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El islamismo turco

Esta reluctancia comunitaria hiere a Demirel no sólo en el plano de la economía, sino también en el de su política doméstica. En octubre próximo habrá en Turquía elecciones generales, y uno de los partenaires -minoritario, pero muy activo- de la coalición gubernamental, el Partido de Salvación Nacional de Necrnettin Erbakan, rechaza totalmente cualquier clase de vínculo con la CEE y propone una alianza islámica» con el resto del mundo árabe, ya ofrecida a Ankara en 1975 por el presidente Sadat, de Egipto. La orientación de esa «alianza» se vio con claridad el 5 de noviembre último, cuando Erbakan declaró al Financial Times que el Mercado Común «no es más que una casa desordenada y en proceso de derrumbe, con los sionistas a la cabeza, los europeos en el medio, y una gran necesidad de lacayos en el piso ». Poco antes, el 2 de noviembre, cuando el premier Demirel autorizó la creación de un centro fabril en Karakaya, sobre el Eúfrates, Erbakan denunció en un discurso virulento la participación de un consorcio italiano en el proyecto. Y el problema es que sin Erbakan no les sería posible a los grandes rivales; de las elecciones de octubre -el Partido de la Justicia de Demirel, y al republicano del ex primer ministro, Ecevit- formar Gobierno. La llave del poder político en Ankara pasa por el islamismo y el antieuropeísmo. Hay, sin embargo, un hecho curioso: Erbakan no transigiría tampoco con la OTAN, pero sí con un «perfeccionamiento» de las relaciones militares con Estados Unidos. muy parecido al operado por el señor Sadat a partir de 1975.

Preocupación soviética

Este hecho preocupa también a la URSS y se ha constituido, seguramente, en uno de los escollos con los que está tropezando el tratado Ankara-Moscú. De ahí el interés del señor Gromyko en obtener de Dernirel un compromiso formal de ruptura militar con Estados Unidos y con la CEE. Se trata, por esa vía, de impedir mañana una especie de otanismo en Oriente Medio con Egipto y Turquía a la cabeza. Los antecedentes históricos de las relaciones turco-soviéticas le permiten a Moscú esgrimir temores fundados al respecto.En 1920, Mustafá Kernal, que igual que los «jóvenes turcos» de 1914 intentaba reconstruir el Estado nacional turco, encontró en Lenin un respaldo de envergadura, que le facilitó primero el armisticio de Cilicia, por el que pudo recuperar en Armenla los distritos de Khars y Ardhajan, y en 1922 el tratado de Lausana, que le proporcionó la Tracia oriental, Imbros e Izmir. Pero en diciembre de 1951 cuando Stalin y los historiadores georgíanos recordaron sus «derechos» sobre Khars y Ardhajan, en la frontera fijada por el acuerdo de Moscú de 1925, Ankara replicó con una nota de protesta, que de nada sirvió, como es lógico, para inducir a la URSS a retirar las tropas que ya en 1945 se habían adueñado de territorios que Ankara consideraba como suyos. Este litigio, y la denuncia del acuerdo de 1925 por la URSS fue lo que empujó a Turquía hacia la OTAN en 1950, y lo que dio lugar en 1954, a la construcción de una gran base naval de Estados Unidos en Iskanderum, sin contar la plataforma táctica para la fuerza aérea de la Alianza en Izmir, el mismo año. Las visitas de Kosygin a Ankara en 1967, y la de Podgoruy en 1972 apenas consiguieron limar las asperezas. Pero la cuestión chipriota y las rencillas de Ankara con Grecia le permiten ahora a la URSS observar con optimismo los resultados de sus esfuerzos diplomáticos. Una larga historia de «desencuentros» en el Mediterráneo oriental puede estar a punto de terminar, tal como lo sugirió el propio Brejnev en su reciente discurso de Tula.

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