Crítica:

Machado y lo apócrifo

Antonio Machado, silencioso, pensativo, con la soledad de la plazuela provinciana, del paseo por el campo al rincón ciudadano, es la imagen que se cruza al finalizar la lectura de estos tres estudios de Eustaquio Barjáu. Un Machado tironeado por dos vocaciones -o quizá dos caminos de una vocación-: los que le llevan a la gaya ciencia poética, o los que se entrañan por las galerías de la filosofía. Un Machado, también, con la soledad íntima del tímido, del que vacila en dar a los demás los resultados de sus meditaciones o los regalos de su vocación poética. Timidez que se escuda muchas veces en...

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Antonio Machado, silencioso, pensativo, con la soledad de la plazuela provinciana, del paseo por el campo al rincón ciudadano, es la imagen que se cruza al finalizar la lectura de estos tres estudios de Eustaquio Barjáu. Un Machado tironeado por dos vocaciones -o quizá dos caminos de una vocación-: los que le llevan a la gaya ciencia poética, o los que se entrañan por las galerías de la filosofía. Un Machado, también, con la soledad íntima del tímido, del que vacila en dar a los demás los resultados de sus meditaciones o los regalos de su vocación poética. Timidez que se escuda muchas veces en el humor.El tímido o el solitario pueden no estar solos. Pueden fabricar una compañía que no rebase los límites de lo necesario. Para ayudar a vencer la resistencia a dar a conocer lo íntimo de los pensamientos y éreaciones. También, para expresarse en sus vacilaciones por los horizontes que le señalan sus galerías, inventa unas sombras, unos hombres de papel, corpóreos y vivos, sin embargo, para él. Son el sentencioso Juan de Mairena, el archiconocido, el maestro que hubiera querido ser, el filosófico Abel Martín y toda una tertulia de seres. presentados con cierto pintoresquismo y alguna ironía para cubrir, otra vez, que en la construcción de esos seres han entrado pedazos de su propia alma. Son doce poetas que «hubieran podido ser». Hasta llega a transmitirnos un Antonio Machado «al que algunos han confundido con el célebre poeta, del mismo nombre, autor de Soledades y Campos de Castilla», en juego que le acerca a lo laberíntico.

Antonio Machado: teoría y práctica del apócrifo

Eustaquio Barjáu. Letras e ideas. (Minor,6). Madrid, 1976

Son los apócrifos del verdadero Antonio Machado los que nos hablan por su voz poética, diciéndonos cosas que él no se ha atrevido a decir.

Hasta tal punto tienen importancia en su vida -ya llaman la atención de Raimundo Lida, Anderson Imbert y Guillermo de Torre, por ejemplo-, que para Eustaquio Barjáu, llegan a constituir una constante y una categoría: la de lo apócrifo, que orienta un sentido de su poesía, de sus prosas y hasta del teatro escrito en colaboración con su hermano.

Un sentido de lo apócrifo que se hace coincidir con el idealismo por el que se orientan sus meditaciones. Lo apócrifo, que nos ayuda a iIuminar una dimensión de su obra (no se olvide que hay otras) y que podría ser una clave para su entendimiento.

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