Tribuna:

¿Los Estados Unidos como autores del mundo moderno?

¿Vivimos en un mundo hecho por los Estados Unidos? Definitivamente, sí, si se considera que la trama institucional por donde transcurre el pulso de los Estados y de los intercambios de las sociedades procede del arranque creativo de Norteamérica que sucedió a la segunda guerra mundial: Naciones Unidas, Fondo Monetario Internacional, Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio, Banco Mundial, y más aún si se considera que el gran salto adelante de la humanidad en conjunto, en este siglo, se ha debido a la descolonización, planificada aun antes del conflicto mundial en Washington y Wall Street, al ...

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¿Vivimos en un mundo hecho por los Estados Unidos? Definitivamente, sí, si se considera que la trama institucional por donde transcurre el pulso de los Estados y de los intercambios de las sociedades procede del arranque creativo de Norteamérica que sucedió a la segunda guerra mundial: Naciones Unidas, Fondo Monetario Internacional, Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio, Banco Mundial, y más aún si se considera que el gran salto adelante de la humanidad en conjunto, en este siglo, se ha debido a la descolonización, planificada aun antes del conflicto mundial en Washington y Wall Street, al objeto de difundir la ideología del libre cambio y la economía liberal, y a la difusión de las técnicas de control de la materia y de la energía, que ha permitido el aumento general del bienestar en amplias zonas del mundo.¿Seguiremos viviendo en un mundo hecho por los Estados Unidos? Seguramente no, si se considera que los Estados Unidos vienen oponiéndose tenazmente al rebrote de semillas que prenden en todas las tierras del planeta: la construcción de la nacionalidad en numerosos Estados hasta hace poco coloniales; la creación de fuentes autónomas de riqueza para sacar a los pueblos nuevos de la miseria; la reforma o la revolución social para romper una casta o un sistema feudal y hacer surgir nuevas clases. Porque los Estados Unidos han estado luchando tenazmente, en estos últimos treinta años, contra esas fuerzas que encarnan, aun con sus torpezas, errores y hasta crímenes, la tarea de liberación: la de las colectividades al organizarse en pueblos, la de los pueblos al estructurarse en comunidades políticas y la de los individuos al constituirse en sujetos de derecho.

Ejemplos de resistencia a la organización de las colectividades en pueblos son el caso de la China fraccionada por las banderías de los «nacionalistas», y el de las tribus africanas sujetas al dominio blanco. El ejemplo más patente de resistencia a la constitución de los pueblos en comunidades políticas es el de Vietnam; por último, los más penosos ejemplos de resistencia a que los individuos se constituyan en sujetos de derecho son el apoyo apenas restringido a regímenes despóticos como Irán, Chile, Brasil o Uruguay.

¿Es esto fatal e inevitable? ¿Quedarán ya para siempre los Estados Unidos en la nómina de los Estados retardatarios, de los que dan cuenta las naciones cuando logran ponerse al unísono en favor de otro paso adelante de la liberación humana, como en los casos de la España inquisitorial, la Francia feudal, la Turquía o la Rusia despóticas? De ningún modo. El cuerpo político y social de los Estados Unidos es todavía demasiado fuerte, demasiado joven para que hagan mella en él los castigos de la adversidad. Por otro lado, la capacidad de creación de ideas y artefactos del pueblo norteamericano es aún demasiado vigorosa, como para que grandes sectores de la humanidad, sobre todo el de la cultura occidental, puedan prescindir de los resultados de sus análisis científicos, de sus productos terminados, de sus instrumentos de trabajo refinados, de su gran caja de resonancia de la cultura y del arte. Pero es que, además, la potencia económica y militar de los Estados Unidos es la primera del mundo, y es una realidad que, hoy por hoy, no puede ser enfrentada ni disputada por muchos pueblos, a los que resulta un cálculo más positivo la acomodación por medio de la negociación, el ajuste por medio de confrontaciones limitadas y controladas.

Pero si ésta última es una posibilidad real para los pueblos de Europa occidental, donde los factores psicológicos, históricos y sociales juegan en favor de un acomodo negociado con los intereses globales de Norteamérica, no ocurre lo mismo con el resto de la humanidad, donde el proceso de ajuste sólo puede empezar después de netas y rotundas afirmaciones de nacionalidad y soberanía, sin las que el poderío material de los Estados Unidos no sabría ser otra cosa que mero factor de explotación.

Este es un mundo en que, si los europeos occidentales pueden dar gracias de que existan los Estados Unidos, frente al expansionismo ideológico militar de la URSS, el resto de la humanidad puede dar gracias de que existan la Unión Soviética y la China Popular, frente al expansionismo económico-militar de los Estados Unidos. Esta no es una sabia consideración sobre el lugar de los Estados Unidos en el mundo, a los doscientos años de su proclamación de independencia. Es sólo una desanimada constatación.

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