Crítica:

Lunacharski, comisario de la Cultura y hombre de sentimiento religioso

La publicación de este libro de Lunacharski viene muy oportunamente para ayudar a superar el maniqueísmo que padece nuestra sociedad contemporánea cuando se enfrenta con este difícil binomio: religión y socialismo. Lunacharski murió en 1933 y no pudo tomar posesión del cargo de embajador de la URSS en la II República española, para el que había sido designado.A partir de la lectura que de Marx ha hecho Althusser, los creyentes han creído poder apoyarse en el descubrimiento althusseriano, según el cual, Marx funda la ciencia de la Historia, donde antes solamente existían diversas filosof...

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La publicación de este libro de Lunacharski viene muy oportunamente para ayudar a superar el maniqueísmo que padece nuestra sociedad contemporánea cuando se enfrenta con este difícil binomio: religión y socialismo. Lunacharski murió en 1933 y no pudo tomar posesión del cargo de embajador de la URSS en la II República española, para el que había sido designado.A partir de la lectura que de Marx ha hecho Althusser, los creyentes han creído poder apoyarse en el descubrimiento althusseriano, según el cual, Marx funda la ciencia de la Historia, donde antes solamente existían diversas filosofias de la Historia; en otras palabras, elabora un sistema de conceptos científicos nuevos donde antes existía únicamente Un conjunto de nociones ideológicas. Partiendo de este corte entre lo científico y lo filosófico, los cristianos han creído que la adopción del materialismo histórico y del materialismo dialéctico no comportaba de suyo la aceptación de una filosofía que, en este caso, sería una Weltanschaaung excluyente de toda presencia de Dios. Y, así, un creyente podría tranquilamente ser marxista, sin la menor interferencia en su fe.

Religión y socialismo,

de Anatoli V. Lunacharski.Salamanca. Edic. Sígueme. 1976.

Sin embargo, Lunacharski no solamente ve en el marxismo una filosofía, sino una religión. Para él, «la religión es aquella intelección y visión del mundo que resuelve psicológicamente el contraste entre las leyes de la vida y de la naturaleza» (p. 52). Por eso, para él, Karl Marx es «el más grande profeta del mundo» (p. 85). Eso sí, es un profeta que «ya no necesita hacer referencia a Dios, ya que la nueva sociedad no está basada en un pacto con él» (bid.) «Pero prosigue Lunacharski, no por ello la grandeg revoluciones, las grandes ideas que las reflejan y los portadores de las mismas, los profetas, así como las masas inspiradas por ellos, dejan de ser un fenómeno religioso» (p. 86). El escritor soviético hace a este propósito, un lúcido análisis de lo que él llama cristianismo liberal (y que hoy diríamos progresista). El cristianismo liberal «es la ideología de las clases aristocrática y media, que tienden a poner su conciencia religiosa en armonía con su amplia concepción del mundo y que no están dispuestas, por una u otra razón, a renunciar abiertamente a la tradición cristiana» (p. 129). En el fondo, los cristianos liberales no serían verdaderamente creyentes, ya que «el liberalismo aristocrático vaciaría al cristianismo de su contenido, hasta el punto de que, un buen día, el revestimiento externo desaparecería como una burbuja, sin dejar nada tras sí. Es la enfermedad interna del cristianismo»

Sin embargo el cristianismo burgués intenta una evolución favorable de la religión que, poco a poco se va adecuando a las nuevas condiciones sociales. Primero, los cambios no son de gran importancia, luego, van creciendo gradualmente, de forma casi imperceptible. «El hombre sigue siendo el mismo, los principios cambian levemente por fin, se empieza a llamar cristianismo, a algo que le es diametralmente opuesto y, una vez descubierto, se organiza toda una montaña de sofismas para demostrar que la mariposa es idéntica a la oruga, que el día es idéntico a la noche» (bid).

Frente a estos arreglos que de la vieja religión intentan hacer el liberalismo aristocrático y el cristianismo burgués, se yergue «el marxismo como filosofía, un sistema religioso nuevo último, profundamente crítico y, al mismo tiempo, sintético» (p. 145). Enardecidos con el fuego de esta nueva religión, los socialistas emprenden una lucha de liberación total, llevados de una mística pura y desinteresada.

En una palabra: para Lunacharski es inconcebible un marxismo fríamente científico, sin estar vivificado por el soplo profético de lo religioso. Eso sí, se trata de una religión nueva, que se caracteriza por la supresión de todo interlocutor fuera y por encima del hombre.

La historia posterior a la muerte del escritor soviético nos asegura de lo acertado de sus intuiciones.

Pero, a decir verdad, esa religiosidad inmanente ha tenido corta duración y ha dado lugar a los cálculos fríos de los técnicos de la política e, incluso, del imperialismo.

Quizá por eso el marxismo, en lo que tiene de más puro y de más auténtico, va buscando nuevos espacios religiosos, y se van produciendo esos fenómenos, impensables hace cuarenta años, de cristianos militantes que, precisamente partiendo de su fe religiosa, desembocan en la lucha socialista, incluso de inspiración marxista.

En la acera de enfrente sobreviven todavía los líderes del «cristianismo burgués» que siguen llamando oruga a la mariposa y ateísmo a todo intento serio y científico de superar un mundo dividido en clases socio-económicas (contra la mística de fraternidad expresamente contenida en el Evangelio).

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