Los proyectos felices de Álvaro Siza
Duccio Malagamba lleva 30 años viajando por el mundo para retratar las obras de Álvaro Siza. El libro ‘Before/After’ relata la relación entre dibujo y fotografía y entre arquitecto y fotógrafo
De los croquis de Álvaro Siza, en servilletas de papel, a las fotografías de Duccio Malagamba. Así crecen, se desarrollan y finalizan los proyectos del mejor arquitecto portugués del siglo XX y para muchos el más humano, también, del XXI.
El libro Siza-Malagamba Before/After describe la relación entre el arquitecto y el fotógrafo como de reconocimiento mutuo y admiración profunda por parte del fotógrafo —formado como arquitecto— que lo llama Maestro. De ahí su deseo de hacer este libro, no sobre Siza, sino con Siza: para pasar tiempo con él. El resultado habla de ese proceso: del croquis que todo lo define con línea nítida a la fotografía que certifica la obra acabada. Aunque… para Siza un trabajo no se termina nunca.
Así, el libro es el sueño de Malagamba y la gratitud de un arquitecto descomunal. En él, Malagamba recuenta cómo “se enamoró” de la obra de Siza, una tarde soleada de 1984 en la que viajaba con su novia por Portugal en el coche de sus padres. Malagamba estaba estudiando tercero de Arquitectura. Se topó con el restaurante Boa Nova —la primera obra de Siza— y, sin conocer qué proyecto era, no podía dejar de mirarlo. Los niños en el agua, las olas rompiendo tras el edificio. ¿Se podía hacer más con menos? Convertido en arquitecto, Malagamba comenzó una carrera como fotógrafo de arquitectura. Y empezó a fotografiar a Siza. Y a descubrir que la cortesía de sus edificios, el cuidado, la gracia, la generosidad con la ciudad y con el ciudadano, y su belleza plástica, tenían un eco en la personalidad del arquitecto.
Así, de la Iglesia Santa Maria de Canaveses en Portugal a la Iglesia Anastasis en Saint-Jacques-de-la-Lande (Francia), el libro recorre el Siza fotografiado por Malagamba —30 años de la obra del portugués— y se cierra con el proyecto que deslumbró a un joven Malagamba hace 40: las piscinas de Leça da Palmeira donde poco ha cambiado y donde la marea se encarga de despejar lo que no es esencial.
Por el camino, visitando, fotografiando o analizando el Centro Gallego de Santiago de Compostela, o la Facultad de Ciencias de la Información, las Viviendas Sociales SAAL Bouça de Oporto, el Museo de Arquitectura Insel Hombroich en Neuss (Alemania); el Museo Mimesis en Paju Book City (Corea del Sur), la Biblioteca Municipal de Viana do Castello, las bodegas Adega Maior en Portugal, o la Fundación Iberê Camargo en Porto Alegre (Brasil), Malagamba pregunta. Y Siza responde. Responde mientras dibuja.
¿Qué cuenta? Arquitecto y fotógrafo tratan de reconstruir, con palabras, el antes y después que claramente revelan los croquis contrapuestos a las fotografías donde afloran usuarios, paseantes y contexto. Siza explica que los arquitectos, como algunos escritores, siempre trabajan en el mismo proyecto. Por eso en cada obra están todos sus proyectos. Tanto cuando habla como cuando dibuja. El portugués define los proyectos seleccionados —los retratados por Malagamba que coinciden con los últimos 30 años de la obra de Siza— como pertenecientes al “grupo feliz”, los que no encontraron obstáculos: una excepción en la obra de un arquitecto.
¿Cómo pudo construir esa obra feliz? De la mano de Don Higinio, por ejemplo, el cura de la parroquia en Marco de Canaveses no solo lo apoyó, hizo de puente en la jerarquía eclesiástica y fue capaz de transmitir su pasión a los feligreses.
Una cosa preocupa a Siza mirando hacia atrás: la falta de mantenimiento de los edificios. Nada, ni un jardín, ni una persona, ni un mueble o un zapato, puede pervivir, durar y permanecer sin mantenimiento. La Facultad de Ciencias de la información de Santiago es un edificio cuidado. La iglesia de Marco de Canaveses, no.
Siza firmó su primer museo, el Centro de Arte Galego, en Santiago de Compostela. Le sirvió para romper la barrera política que lo mantenía alejado de concursos por su implicación en la construcción de viviendas sociales. Tal vez por eso, opina que “a pesar de su implicación con el régimen del general Franco, Fraga era un hombre inteligente”.
Más allá del mantenimiento —o de su ausencia— Siza habla con Malagamba de autocrítica. Tuvo ocasión de corregir errores de su primer proyecto, la Casa de Chá Boa Nova, junto a las piscinas de Leça da Palmeira. Cuando le tocó restaurarlo tres décadas después, eliminó elementos de madera.
También en Portugal, las Bodegas Campo Maior pertenecen a la lista de proyectos felices “porque el dueño quería una obra de alta calidad”. Siza pudo elegir la ubicación en el paisaje sinuoso del Alentejo. La obra y la siembra corrieron paralelas: se construyó el edificio, se plantó el paisaje.
Con la dificultad que entraña la construcción de viviendas sociales, Siza no califica las SAAL Bouça que levantó en Oporto de infelices. A pesar de que su construcción se detuvo durante 30 años, de que el proyecto fue okupado, criticado y se convirtió en “prueba de la ineptitud política de la izquierda portuguesa”, Siza pudo terminarlo. Y escuchar y leer como quienes lo habían criticado pasaban a elogiarlo.
De todos los proyectos, La Fundación Iberê Camargo, en Porto Alegre, es el más feliz. Fue Dona Maria, la viuda del pintor Camargo, quien no quiso ver más proyectos de la competición.
El libro habla de esos antes y después. Y se cierra con el renacer de algunos proyectos. Sucedió con el Saya Park Art Pavilion en Gyeongsang de Norte, en Corea del Sur. Siza había sido invitado a diseñar un pabellón para mostrar el Guernica durante la Capitalidad Europea de la Cultura que Madrid ostentó en 1992. La idea quedó en un dibujo. Cuando el magnate del acero coreano Yoo Jaesung le pidió ese dibujo para transformarlo en museo, Siza protestó: ¡De dónde sacarían los picassos! El empresario conocía la obra escultórica de Siza y le propuso mostrarla dentro. Y así fue cómo el escultor que es Siza “que nadie conoce en Portugal”, firmó, finalmente en Corea, un edifico completo: de interior a exterior, de continente a contenido. El libro da cuenta de esos antes y después y de una relación profesional en la que el aprecio convive con el reconocimiento.