Divos, bailes, la Copa Mussolini y las protestas del 68: el festival de Venecia cumple 90 años
El certamen arranca este miércoles su 79ª edición con ‘White Noise’, de Noah Baumbach, y celebra nueve décadas de grandes películas, estrellas y polémicas
La pantalla se llenó de imágenes. Y se hizo el silencio. Igual que sucede casi un siglo después. A las 21.15 del 6 de agosto de 1932, el festival de cine de Venecia arrancó la proyección de su primera película: El hombre y el monstruo, de Rouben Mamoulian. Hace 90 años, eso sí, el público hizo gala de un glamur a la altura de los divos: tras la película, se celebró un gran baile por los salones del hotel Excelsior. “Un vaivén pintoresco de las vestimentas más exquisitas”, escribió ...
La pantalla se llenó de imágenes. Y se hizo el silencio. Igual que sucede casi un siglo después. A las 21.15 del 6 de agosto de 1932, el festival de cine de Venecia arrancó la proyección de su primera película: El hombre y el monstruo, de Rouben Mamoulian. Hace 90 años, eso sí, el público hizo gala de un glamur a la altura de los divos: tras la película, se celebró un gran baile por los salones del hotel Excelsior. “Un vaivén pintoresco de las vestimentas más exquisitas”, escribió La Gazzetta di Venezia en la crónica de esa noche. Hoy el certamen fílmico más antiguo del mundo todavía acoge una galería de peculiarísimos seres humanos de lo más variopinto. Y la Mostra que arranca hoy miércoles su 79ª edición ―y su 90 cumpleaños― mantiene el amor por el séptimo arte, la expectación y las estrellas. Aunque, a la vez, hay enormes diferencias: por lo pronto, es difícil imaginar que alguien se lance a un elegante vals al salir de White Noise, de Noah Baumbach, el filme que inaugura el concurso.
“En realidad, ha cambiado prácticamente todo, tanto en el festival como en el cine: la concepción, producción, realización, distribución y hasta el lenguaje. Permanecen el espíritu inicial y sus valores: la defensa a ultranza del cine de calidad y de autor. Es el único certamen que incluye la palabra arte en su propio nombre: Mostra Internacional de Arte Cinematográfico”, afirma el director de la cita, Alberto Barbera. En aquella primera edición, la garantía de talento la ofrecían cineastas como Frank Capra, Raoul Walsh, Ernst Lubitsch u Howard Hawks. Este año, la responsabilidad recaerá en Alejandro González-Iñárritu, Luca Guadagnino, Darren Aronofsky, Laura Poitras o Martin McDonagh, entre otros.
Aunque el propio Barbera, enseguida, añade un matiz: “No significa que nos olvidemos de que el cine también es industria, espectáculo, dirigido al gran público. En los últimos años los criterios de selección se han ensanchado y abierto un poco. Ya no defendemos al cine de autor en un sentido tan estrecho como el siglo pasado, sino que buscamos la calidad allá donde se manifieste. Lo importante es que detrás de un cine espectacular haya un creador, un punto de vista y una búsqueda de algo que lo haga distinto”. Lo cierto es que hace años que el Lido de Venecia es un segundo hogar para todos los grandes estudios de Hollywood y los colosos del streaming. Y un puñado de las películas que terminan llevándose los Oscar principales suele empezar aquí su camino. Tanto que este año la Academia del cine de EE UU visita por primera vez de forma oficial el certamen. La firma de un pacto sellado desde hace tiempo.
Blonde, de Andrew Dominik, donde Ana de Armas se mete en la piel de Marilyn Monroe, o Tár, de Todd Field, que promete la enésima clase magistral de interpretación de Cate Blanchett, son otras candidatas a plantarse en la próxima gala de las estatuillas doradas. Y puede que los Goya también dirijan una mirada hacia Venecia: Juan Diego Botto presentará el único largo español, En los márgenes, su debut tras la cámara, protagonizado por Penélope Cruz. Se verá en la sección paralela Horizontes. Y la actriz también lidera el reparto de L’immensità, de Emmanuele Crialese. Carla Simón regresa tras el Oso de Oro en Berlín por Alcarrás con el corto Carta a mi madre para mi hijo, y en otro filme de formato breve, Look at Me, de Sally Potter, estará Javier Bardem, compartiendo pantalla con Chris Rock. Todos ellos, eso sí, muestran obras ya terminadas. Para Rodrigo Sorogoyen, en cambio, el trabajo acaba de empezar: forma parte del jurado que otorgará el 10 de septiembre el León de Oro.
Queda un trecho, eso sí. Y, mientras, se verá otra espera habitual en la Mostra: decenas de jóvenes aguardan cada año desde primera hora de la mañana ante la alfombra roja, confiando en ver a uno de sus ídolos. En 1932, los asistentes caerían hechizados por Greta Garbo o Clark Gable. Ahora, Sigourney Weaver, Monica Bellucci, Adam Driver, Colin Farrell, Ricardo Darín o Hugh Jackman prometen enamorar a más de un cinéfilo.
Aunque la estrategia mixta de Barbera también tiene sus detractores: le acusan de comercializar excesivamente la Mostra, de abrir las puertas a Netflix pese a su política de estreno que choca con muchas salas y de dejar a un lado, en definitiva, la esencia de un festival de cine de primer nivel: descubrir, experimentar, innovar, arriesgar.
En el fondo, debates, discusiones y presiones acompañan al certamen desde su propio nacimiento. La segunda edición incluía la Copa Mussolini a los mejores filmes y en 1938, como reconoce la propia web oficial, triunfaron dos “explícitos largos de propaganda”: Olimpiada. Parte 1, de Leni Riefenstahl, y De una misma sangre, de Goffredo Alessandrini. Curiosamente, entonces fueron vetadas las obras soviéticas, al igual que este año ningún filme ruso que hubiera recibido apoyo del Gobierno ha podido participar, como represalia por la invasión de Ucrania. Finalmente, no se verán películas del país de Vladímir Putin. En la historia del certamen también hubo ediciones canceladas por la Segunda Guerra Mundial y otras que cayeron bajo las arrolladoras protestas de los estudiantes a partir del 68. “Yo estaba aquí en 1969, cuando Pasolini, Monicelli y compañía se rebelaron contra el sistema de premios y pararon el festival”, recordaba en 2015 un veterano sentado en la butaca de al lado.
Tal vez la Mostra ya no rompa esquemas. Y es cada vez más rara la proyección que incendie y divida al público. Eso sí, el año pasado ganó El acontecimiento, de Audrey Diwan, una película que obligaba al espectador a presenciar un aborto en la pantalla. Y el festival se ha posicionado políticamente, con un día dedicado a Ucrania y otro a los directores de cine que sufren condenas, acosos o restricciones de sus libertades y derechos, así como la inclusión de la última película del iraní Jafar Panahi, que le ha costado a su creador el encierro en la cárcel, en la competición. Sería un León de Oro entre rejas.