Tras las pistas de un pasado virreinal: el Museo de América rescata obras inéditas de la escuela cuzqueña
La institución exhibe un conjunto de piezas producidas en Perú durante los siglos XVII y XVIII, muchas de estas nunca antes expuestas
La exposición inaugurada este jueves en el Museo de América de Madrid marca un hito: por primera vez en España se organiza una muestra dedicada a la pintura virreinal cuzqueña con fondos casi íntegramente procedentes de colecciones nacionales. La institución presenta Pintura cuzqueña: Centro y periferia, que saca a la luz un conjunto de obras que, durante décadas, han dormido en los depósitos del museo, en iglesias o en colecciones privadas españolas.
En medio del debate decolonial que atraviesa los museos de todo el mundo, la muestra propone una lectura que intenta acercarse a eso: presentarlo como un cruce continuo entre memoria indígena, tradición católica, circulación atlántica y una identidad artística que supo afirmarse en el tiempo pese a terremotos y jerarquías coloniales. Francisco Montes, especialista en arte hispanoamericano y comisario de la muestra, apunta que el concepto centro y periferia estructura el recorrido, pero no lo hace desde una mirada jerárquica, sino como mapa horizontal en torno al Cuzco (Perú). “Hemos elegido un concepto que ya se ha utilizado en la historia del arte: centro y periferia, pero no para jerarquizar un lugar respecto a otro, sino para ofrecer una geografía que transite evidentemente desde el Cuzco como núcleo que irradia una serie de influencias que afectan a sus alrededores, tanto a escala regional como trasatlántica”, explica Montes.
“Cuzco va a generar sus herramientas y sus recursos para seguir destacando en el plano económico, en el plano ideológico y en el plano artístico”, afirma sobre este arte que alcanzó su periodo de máxima expansión en los siglos XVII y XVIII.
El Museo de América ha reunido unas 60 obras, de las cuales 25 fueron prestadas. Montes, también profesor titular del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, subraya que hasta ahora las grandes exposiciones de arte virreinal peruano dependían de préstamos traídos desde Perú.
A las piezas de la institución se suman los de la Thoma Foundation, en Estados Unidos, considerada una de las mayores reservas de arte virreinal del mundo y que ha cedido siete obras. También han contribuido instituciones como el Archivo General de Indias, la Biblioteca Nacional de España, el Museo del Prado, el Museo Arqueológico Nacional, el Museo Nacional de Antropología, el Museo de Bellas Artes de Sevilla y el Museo del Greco, además de conventos, parroquias y catedrales andaluzas cuyo patrimonio, en muchos casos poco visible, adquiere aquí una nueva lectura.
El comisario insiste en la memoria indígena como clave para comprender la singularidad del Cuzco, antigua capital del imperio inca. Esa identidad, apunta, se expresa también en el arte, en el valor simbólico del textil y en técnicas ornamentales como el uso del pan de oro, recurso técnico y simbólico que identifica al arte cuzqueño.
Entre la idea inicial y el montaje final pasó más de un año y medio, comenta el comisario. El proceso de selección de piezas fue largo y estuvo divido entre el trabajo de archivo, consultas bibliográficas, y búsquedas en conventos y colecciones donde algunas obras habían quedado olvidadas. “Dimos con piezas inéditas”, sostiene.
La exposición dialoga también con objetos materiales que acompañan a las pinturas: textiles con símbolos andinos, plata labrada con iconografía de aves —figuras esenciales en la cosmovisión andina— y piezas de madera como los queros, vaso ceremonial surandino. Todas las piezas, sostiene, ayudan a replantear nociones como “arte sincrético” o “arte mestizo”, términos que la historiografía actual cuestiona por su rigidez o por las connotaciones jerárquicas que arrastran.
Una reproducción del retablo de la Virgen de Copacabana, cuyas réplicas fueron convertidas en suvenires durante el periodo colonial, aparece en la exposición como un mueble litúrgico de plata en el centro de la exposición. Concentra santos y relieves eucarísticos, como un pequeño teatro devocional. “En esas épocas, las reproducciones del retablo eran llevados o regalados a sus familiares en España”, comenta Montes. El trabajo en plata, recuerda el comisario, no es un simple gesto ornamental: este metal provenía de las minas de Potosí, centro neurálgico de su comercio.
Montes sitúa además la evolución de la escuela cuzqueña dentro de su contexto histórico. El terremoto de 1650, que devastó la ciudad, activó una intensa reconstrucción arquitectónica y artística; la llegada posterior del obispo Manuel de Mollinedo y Angulo, con una valiosa colección de pintura europea, impulsó los talleres locales; y la independencia del gremio indígena respecto al gremio español dio fuerza y autonomía a los pintores. Todo ello coincidió con un auge económico en la ruta del Camino Real y generó una producción tan abundante que, ya en el siglo XVIII, comenzó la exportación masiva hacia lugares cercanos, como lo que ahora es Chile o Argentina.
La muestra presenta también las relaciones entre modelos europeos y reinterpretaciones locales. Las obras de Francisco de Zurbarán y su taller dialogan con versiones cuzqueñas posteriores, donde los pintores incorporan paisajes boscosos, aves y tejidos minuciosos que definen un lenguaje propio. Los pintores peruanos Basilio de Santa Cruz Puma Callao y Diego Quispe Tito introducen elementos iconográficos y decorativos que distinguen la escuela cuzqueña de otras regiones del virreinato. El gusto por los cobres pintados, la adaptación de grabados flamencos y la persistencia de iconografías como la Virgen de la Leche muestran cómo los artistas locales reinterpretaban modelos globales desde su propio entorno cultural.
“Esta exposición quiere revisar y actualizar la pintura cuzqueña en el marco de las nuevas perspectivas historiográficas”, apunta Montes. La exposición podrá visitarse en el Museo de América hasta abril del próximo año.