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Adolescencia y violencia: tras las series, también el teatro explora el trauma del paso a la vida adulta

Después del éxito en televisión de ‘Adolescencia’ o ‘Pubertat’, coinciden en la cartelera teatral varias obras que abordan la etapa vital más convulsa

Beatriz y Martín, su marido, se van a encontrar cara a cara con Ricardo y Amelia, los padres del niño que asesinó a su hijo. El chaval entró armado en el instituto, se lio a tiros y luego se suicidó. Los cuatro adultos quieren, necesitan comprender y recuperar de alguna forma las ganas de vivir. Este es el punto de partida de Violencia, la obra que se estrena el próximo viernes en el teatro María Guerrero de Madrid, dirigida por el actor y músico Diego Garrido Sanz. Es una adaptación al teatro de la película Mass, debut como cineasta del actor estadounidense Fran Kranz, con el trauma de los tiroteos escolares en EE UU como telón de fondo. Según las estadísticas, en la última década, se produce uno cada 65 días aproximadamente.

El problema no es tan habitual en Europa, pero en 2024 un joven de 21 años mató a nueve alumnos y a un profesor en un instituto de la ciudad austriaca de Graz. En España, hace un par de años un estudiante de tercero de la ESO atacó con arma blanca a varios compañeros y a tres profesores en su colegio de Jerez de la Frontera.

En este contexto, violencia y adolescencia van a menudo de la mano en las representaciones culturales contemporáneas de esta etapa tan crucial de la vida. A principios de 2025, el binomio cobraba protagonismo global gracias a la miniserie Adolescencia, coescrita y protagonizada por Stephen Graham, que cuenta el momento en el que una familia estalla por los aires cuando Jamie, de 13 años, es arrestado y acusado de asesinar a una compañera de clase. En Pubertat, la serie creada y protagonizada por Leticia Dolera, estrenada también este año, es una comunidad entera (una colla castellera de una localidad catalana) la que entra en crisis después de una denuncia por agresión sexual en redes sociales en la que podrían estar implicados tres adolescentes.

Mientras que en la serie inglesa se apunta a una solución punitivista, la española opta por hablar de la justicia restaurativa. Y en el caso de Violencia, como señala su director, sus protagonistas prefieren no ir por la vía penal sino apostar por el diálogo y el perdón. “Si Hannah Arendt pudo perdonar a Heidegger, todo es posible. Y esta es una solución a tener en cuenta también para un país como España. Se deben abrir todas las fosas, eso es lo primero y lo más urgente, que se haga justicia y se repare el dolor, pero también hay que perdonar, porque si no, ¿cómo avanzas como sociedad? Está claro que esto no es muy frecuente, ver a alguien con tanta rabia, justificada además, que de pronto dice: no, espera, para seguir adelante necesito perdonarte y de alguna forma nos liberamos los dos”.

Violencia no es una obra pensada y hecha específicamente para adolescentes, pero, como le pasó al propio Diego Garrido, puede hacerles empatizar con sus padres. Porque entender la adolescencia es entender también cómo se relacionan los adultos con ella. Ese es el objetivo de Adolescencia infinita, de la compañía valenciana El Pont Flotant, que se estrenó en el Centro Escalante (proyecto escénico para la infancia y la juventud de la Diputación de Valencia que produjo la obra íntegramente) en noviembre de 2024, y está de gira por España. Según uno de sus directores, Jesús Muñoz, “era importante hablar sobre la adolescencia al público adulto, pero durante el proceso de creación de la obra, aunque trabajamos con grupos de chicos, chicas y chiques para compartir sus vivencias, sus gustos, sus miedos y necesidades, nos dimos cuenta de que era mejor que ellos no estuvieran en escena directamente y que era más potente el trabajo que hacemos al final con maniquíes y con sus voces grabadas”.

En el escenario, los adolescentes están y no están, como reflejo de sus propias vidas en relación con los adultos. Son grandes, pero no han dejado de ser niños. “Quieren marcar distancias, pero siguen necesitando cuidado y amor, por eso lo que hacemos es revivir nuestras propias adolescencias, las luces y las sombras de aquella época tan importante que marca muy profundamente, darle la importancia que merece, ni más ni menos”, dice Jesús Muñoz. Es la consecución artística lógica en una compañía, El Pont Flotant, que ya abordó la infancia y la crianza en una obra anterior, El hijo que quiero tener. Socializan sus problemáticas personales, trabajan con la comunidad y sintetizan las experiencias en piezas teatrales que apuestan por la ternura y el tratamiento amable de los conflictos.

El teatro ha tratado siempre de acercarse a los más jóvenes porque es precisamente en la adolescencia cuando se les engancha o se les pierde para siempre como público. Sin ir más lejos, la presente edición del Festival de Otoño de Madrid ha programado Ofrenda para el monstruo, de la creadora uruguaya Tamara Cubas, para la que ha contado con un grupo de entre 18 y 25 años reclutado en Madrid. En el marco del mismo festival, el viernes y sábado próximos se representará Odiseas, de La Mecànica, una “fiesta teatral especialmente pensada para adolescentes a partir de 12 años y adultos que alguna vez lo fueron”, según la propia compañía, y que, lejos de prohibir el uso del móvil en el teatro, lo exige.

Por su parte, el Centro Dramático Nacional ha puesto en marcha este año el programa de mediación Jóvenes Dramáticos, dinamizado por la compañía Grumelot, para la formación como público de 14 participantes que tienen entre 16 y 25 años. Un trabajo directo con la chavalada, como el que han venido realizando en los últimos años Miguel Oyarzun y Juan Ayala en el ciclo Trilogía de juventud (Selfi, Capital y Colapso) de su colectivo Una vez en la vida, un proyecto de teatro comunitario que sube a escena a jóvenes de entre 11 y 19 años para hablar de la sociedad del espectáculo, de economía, del mercado laboral o la crisis ecológica.

Teatro de, con, sobre, por y para adolescentes. Teatro a partir del impacto que sus actos provocan en una sociedad adulta compleja y llena de contradicciones. En febrero de 2026 llegará al teatro Español de Madrid El nudo gordiano, de la autora estadounidense Johnna Adams, dirigida por Israel Elejalde. Ambientada en una pequeña comunidad sacudida por una tragedia escolar, la obra enfrenta a una madre (María Morales) con la profesora de su hijo (Eva Rufo), un niño de 11 años que acaba de morir.

Es un rompecabezas sobre la educación y la resolución de conflictos, pero también sobre cómo nos enfrentamos como sociedad a ese enrevesado nudo que se va formando en los años en los que dejamos de ser niños para pasar a ser uno más, una más, el proceso de conformación del sujeto que pide a gritos ser bien acompañado para no caer en manos de oscuros intereses. “Yo he visto cómo gente de mi entorno ―cuenta Diego Garrido― se vinculaba a movimientos neofascistas cuando éramos pequeños. Hay una necesidad de escucha y pertenencia que mucha gente está resolviendo en este tipo de redes a través de internet”. Violencia, como El nudo gordiano, apuesta por el diálogo, aunque sea una travesía dolorosa. “Nos dicen que somos utópicos ―remata Garrido―. Pero lo utópico es pensar que este capitalismo desbordado y este odio sin freno nos van a llevar a buen puerto. Eso sí que es idealista”.

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