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Una alternativa al capitalismo es posible, al menos en las viñetas de los cómics

Una oleada de tebeos recientes se vuelca en facilitar la comprensión de la economía y denunciar la explotación laboral y sus consecuencias sociales, ambientales o de salud mental

Todos los humanos se ríen, lloran, comen, duermen, aman. Aunque la mayoría del día se les va en otra actividad universal: trabajar. Así que muy compartidas, de un lado a otro del planeta, son también las quejas al respecto. Demasiadas horas, estrés, exigencia, renuncias y unos cuantos etcéteras. Desde que triunfó, el capitalismo neoliberal repite que no existen alternativas. Últimamente, sin embargo, ha surgido una opción sencilla para cuestionarlo. O para conocer las reglas y sombras del juego en el que todos participamos. Basta con leerse uno de los muchísimos cómics sobre economía, explotac...

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Todos los humanos se ríen, lloran, comen, duermen, aman. Aunque la mayoría del día se les va en otra actividad universal: trabajar. Así que muy compartidas, de un lado a otro del planeta, son también las quejas al respecto. Demasiadas horas, estrés, exigencia, renuncias y unos cuantos etcéteras. Desde que triunfó, el capitalismo neoliberal repite que no existen alternativas. Últimamente, sin embargo, ha surgido una opción sencilla para cuestionarlo. O para conocer las reglas y sombras del juego en el que todos participamos. Basta con leerse uno de los muchísimos cómics sobre economía, explotación y demás estropicios laborales que no paran de publicarse. Resulta que otro mundo sí es posible, al menos en los tebeos.

“Tenemos que entender la economía por nosotros mismos, o estamos a la merced de cualquier charlatán”, alerta el escritor Michael Goodwin. Él mismo ha aportado un granito de arena: primero, buceó en décadas de tratados y pensadores; luego, en Economix (Lunwerg), resumió en viñetas ―con dibujos de Dan E. Burr― lo que había sacado en claro: teorías, prácticas y trampas de los últimos dos siglos de desarrollo. Ahí se descubre que hasta Adam Smith, pasado a la historia como baluarte del libre mercado, denunciaba la “rapacidad” de los magnates e invitaba a recelar de sus propuestas legislativas. O se reflexiona sobre una sociedad democrática en sus estructuras, pero “dictatorial” en muchas empresas. “Cada problema o decisión pública son económicos. En EE UU, los ricos básicamente han comprado las instituciones. Si hubiéramos estructurado la economía de forma diferente, no habrían podido. Fue nuestra elección. O nunca nos lo presentaron en esos términos”, añade Goodwin.

Economix sí lo hace. Y anula la excusa de la complejidad excesiva: ahora la comprensión -¿la indignación?- está al alcance de cualquiera. Como la reciente versión gráfica de Capital e ideología (Deusto): el tomo original, de 1.248 páginas, puede dar vértigo incluso a los adoradores de su autor, Thomas Piketty. Pero el cómic de Claire Alet y Benjamin Adan las ha reducido a 176. Las ideas del nuevo gurú de la justicia social aparecen simplificadas, aunque no menos lúcidas. Y, ciertamente, más accesibles. Las ventas han funcionado tan bien que otro ensayo de Piketty, Una breve historia de la igualdad (Deusto), acaba de dar el mismo salto, de la mano de Sébastien Vassant y Stephen Desberg. Lo que ofrece, de paso, la muestra más paradójica del poderío capitalista: hasta su crítica puede convertirse en tendencia que maximice el beneficio.

Lo cierto es que hay cómics económicos de todo tipo, tono, autor, procedencia, época y tinte. Bienvenido al mundo, del español Miguel Brieva (Astiberri), apuesta por una sátira colorida y explícita, donde una joven pregunta a su progenitora: “Oye, mami, ¿los pobres existirán de verdad?”. Desde la piscina y los privilegios en los que nadan, desde luego, no parece. El silbido al correr del aire, de Louka Butzbatch (Fulgencio Pimentel), opta en cambio por el blanco, el rojo, y la metáfora sutil: una enorme patata que amenaza con aplastar a un pueblo. Y Darryl Cunningham elige otra vía más: en Multimillonarios, antes, y en Elon Musk. Retrato de un oligarca (Planeta Cómic), ahora, subraya que la escalada hasta la cumbre a menudo sacrifica por el camino escrúpulos, legalidad y derechos de los trabajadores. Una conclusión que confirma Cómo los ricos saquean el planeta (Garbuix), de Hervé Kempf y Juan Mendez.

Menos respuestas, aunque muchas preguntas, tiene Alison Bechdel, que en Consumida (Reservoir Books) aborda otra dificultad: el capitalismo fagocita tanto que hasta el más coherente termina haciendo concesiones. Aunque Philippe Squarzoni pone a dura prueba la conciencia: quien lea La oscura huella digital (Errata Naturae) no olvidará el coste ambiental que supone el uso de teléfonos, o tecnologías, inteligentes. “La capa de hielo que cubre el Ártico tras el verano ha mermado más de un 40% desde 1979”, informa el ensayo gráfico. Cada una de sus páginas invita a la crítica, no solo a uno mismo: “En Francia 63 multimillonarios contaminan más que la mitad de la población”. Ni tampoco los envíos se pedirán tan a la ligera tras terminar El maravilloso mundo de Amazon (Norma). Está claro que salirse de la rueda se antoja difícil. A la vez, ignorar las consecuencias de hacerla correr, después de estos cómics, se hace imposible.

Más aún cuando resultan fatales. Kanikosen, del japonés Go Fujio (Gallonero), adapta al manga una doble historia de muerte: el escritor comunista Takiji Kobaiashi denunció en 1929 en la novela homónima la esclavitud laboral a bordo de barcos pescaderos en su país, pero le costó su propia vida, debido a las torturas de la policía en 1933. Y Cuando el trabajo mata (Garbuix) no precisa más explicaciones que su título y saber que la tragedia de su protagonista está basada en hechos reales. “Este tebeo nace de una investigación periodística sobre una oleada de suicidios en compañías como Renault o France Telecom. Tras aquello surgió algo de conciencia, durante un tiempo. El problema ha sido visto, analizado, nombrado. Pero solo se modificaron detalles, mientras que la cuestión está en el sistema. De fondo, no ha cambiado nada”, lamenta el reportero Hubert Prolongeau, coautor junto con Arnaud Delalande y Grégory Mardon.

Para Goodwin, la actualidad es incluso peor que el final de Economix, editado en España en 2024. “Estamos claramente entrando en una era distópica. Pero vale la pena recordar que se trata más bien de una utopía fallida. En concreto, la que nos vendieron los economistas del libre mercado, que funcionaba en sus ecuaciones, pero no en el mundo real, y ahora está colapsando”, destaca el escritor. Por eso realizó su ensayo gráfico. Y celebra todas las distintas reacciones que ha recibido del público: quien se limitó a terminar su cómic y está más informado; los que siguieron leyendo más y más; e incluso “economistas profesionales” de hoy que empezaron gracias a sus páginas. “A muchos nos preocupan estos asuntos, pero no sabemos dónde arrancar. Y a menudo estamos muy ocupados. De ahí que un tebeo pueda ser ideal”, continúa. Aunque la síntesis le supuso mucho esfuerzo: a posteriori, se dio cuenta de que no realizaba más de una página al día. Escribía 20, las reducía a la mitad, cortaba más y más. Ni así le valía en todos los casos: a veces tiraba lo que quedaba. Y vuelta a empezar.

“La ventaja es que llegas a más gente, y puede ser más sencillo. El problema es que lo sea demasiado y no logre transmitir toda la complejidad. O, si lo intenta, tal vez se vuelva difícil, y pierda sus ventajas”, considera Prolongeau. De ahí que Cuando el trabajo mata, respecto a la investigación original, se concentre en un solo individuo. Se llama Carlos, pero podría ser cualquiera que haya visto lo rápido que ilusión y ambición terminan rimando con depresión y explotación. Igual que la versión gráfica de Capital e ideología sigue a una familia a lo largo de las décadas, para que el lector vea lo que los descendientes a veces prefieren olvidar: fortunas y desigualdades construidas sobre esclavitud, lobby, colonialismo y estratagemas tan poco legales como éticos.

Frente a ello, los tebeos tienen alguna sugerencia. La renta básica universal sale citada tanto en Economix como en Capital e ideología. La antología Ecotopias (Astiberri) recoge varios cambios factibles, y dibuja un planeta más verde y otras mejoras que traerían. Y Prolongeau reclama defender la salud mental de los empleados: “La paradoja del suicidio en el puesto de trabajo es que afecta a la gente más implicada. Si te da igual tu profesión, no sientes en juego ese reconocimiento”. “Hay muchas opciones. Ni siquiera tenemos que imaginárnoslas, basta con mirar alrededor. La democracia social funciona mucho mejor que el capitalismo sin reglas según prácticamente cualquier medición”, apunta Goodwin. Hay una recomendación que, de alguna manera, las resume todas: ralentizar, poner un freno, incluso parar. Aunque sea un rato, para leerse un cómic. Goodwin agrega: “Tiene una barrera de acceso mínima, y puede sumar a más gente a estos debates. Y no solo como lectores. Hace falta apenas una persona para escribir un tebeo. Cualquiera puede empezar hoy mismo”. Siempre que encuentre tiempo, porque cada día hay mucho que hacer. Dormir, comer, amar. Y trabajar.

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