Ir al contenido

Tu turno, cariño

La artista Sophie Calle reúne en un libro sus tentativas artísticas inacabadas, que crean una atmósfera general de incompletitud

Ciertos lugares, algunas personas. Sophie Calle, por ejemplo. Me aterraba antes cruzarme con ella (la sabía capaz de todo), pero su permanente alegría de los últimos tiempos me ha borrado parte del miedo.

Ciertos lugares. El Picasso de París, por ejemplo. El museo en el que, hará dos años, Sophie montó su exposición A toi de faire, ma mignone (Tu turno, cariño), donde incluyó, a modo de anexo, una sucesión de “cuadros de pared” en los que describía un buen número de acciones artísticas que dejó inacabadas.

Una de ellas, por hablar de una sola, fue la generada por una noticia de prensa, procedente de Coulogne, en el Paso de Calais. Los cuatro miembros de la familia Demeester —un prejubilado y su esposa de 55 años, su hijo e hija, de 30— fueron encontrados en su terraza, ahorcados. La autopsia confirmó su muerte simultánea sin signos de violencia. Dejaron esta nota:

“Nos hemos equivocado demasiado. Perdón”.

Aunque Sophie proyectó una acción artística en la que investigaría los motivos que podía haber detrás de cada uno de los cuatro suicidios, no tardó en ver que nada podría igualar el misterio que rodeaba aquella nota de despedida. Y ahí acabó —era todo un callejón sin salida— el proyecto que, de hecho, ni empezó.

De proyectos incompletos está compuesto su Catálogo razonado de lo inacabado, el libro que, publicado en París este año, reúne todo ese inventario de tentativas artísticas que, por carecer de cierres definitivos, va creando, a medida que leemos el libro, una atmósfera, una impresión general de incompletitud.

Pero la incompletitud no tiene por qué ser un contratiempo, puede ser muy creativa. A fin de cuentas, no deja de ser un gaje del oficio y algo inherente, además, a la construcción de cualquier obra de arte. Esto es algo que se comprueba ya solo viendo cómo cada episodio del inventario de Sophie de lo no acabado, cada intervención artística comentada por el Catálogo, incita de algún modo al lector a proseguir —tanto en la vida como en lo escrito— la tentativa interrumpida.

En realidad, las iniciativas suspendidas del libro despiertan un afán de continuidad. El lector, tal vez abducido por la fascinación de lo narrado y no cerrado, puede llegar a preguntarse si el Catálogo de Sophie no ha nacido de una aproximación a la técnica renacentista del non finito. Hablo del lector activo por supuesto, del que puede llegar a descubrir en “lo no acabado” de los “cuadros de pared” una sensación de estabilidad y paradójicamente también de vitalidad, de futuro para todos esos textos que parecían vencidos.

Es un lector que siente asombro cuando nota que le han ido incluyendo, cada vez más, en un proceso de cambio continuo de ritmo, de aceleración, de arrebatos: un proceso que le anima a ver un horizonte de futuro dentro de una cadena de transmisión de ideas abandonadas. Y es un lector, además, que hasta percibe ahora que Sophie (a la que sabe capaz de todo) podría estar acercándosele para susurrarle al oído, como si se tratara de un momento triunfal, optimista:

—Tu turno, cariño.

Sobre la firma

Más información

Archivado En