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Muere Rafael de Paula, un irregular genio del toreo

Era un personaje tierno, vulnerable, controvertido y maniático, y también un torero esencialmente artista. Ha fallecido a los 85 años

Hoy, 2 de noviembre, Día de los Difuntos ha muerto a los 85 años de edad el torero Rafael de Paula, de causas naturales en Jerez. Ha muerto un artista con ramalazos de genio. Una leyenda del toreo, poseída de una llamativa irregularidad, capaz de alcanzar las más altas cotas de la sensibilidad artística y hundirse después en los infiernos de las espantás más ruidosas.

Ha muerto Rafael Soto Moreno (Jerez de la Frontera, 1940), nacido para ser mecánico de bicicletas y reconducido a torero por imposición del destino. Y lo fue para protagonizar algunos de los momentos más brillantes de la tauromaquia del siglo XX y, también, los más tristes por su dejadez, sus miedos y su especial carácter.

Atrás ha quedado la vida de un personaje extravagante, atormentado, controvertido y maniático y, también, la de un torero esencialmente artista, creador de instantes inefables, irrepetible, hecho de carne sensible, dotado como nadie para la emoción, dueño de un duende especialísimo, principio y fin de la belleza… En 2002 recibió la Medalla de Oro de las Bellas Artes.

Conoció la pasión desatada de la encendida admiración popular y la soledad de la cárcel; fue el dios de la religión del paulismo y el demonio de sí mismo. Pero ha sido, sobre todo, creador de momentos sublimes, inenarrables e inolvidables, que le han reservado un lugar muy especial en la historia de la tauromaquia.

“Siempre quise ser un torero de época, pero no pude”, dijo en este periódico el 31 de marzo de 2006, un día antes de que el torero jerezano recibiera en la plaza de Las Ventas el homenaje de una afición agradecida y generosa, que recordaba las contadas e inolvidables pinceladas de un artista genial y abandonaba al olvido una carrera irregular marcada por unas rodillas descangalladas y un carácter desdichadamente indolente.

Degeneración congénita del cartílago rotular. Esa era la dolencia que padecía Rafael de Paula en las rodillas, que le obligó a pasar 10 veces por el quirófano, y la responsable principal de que no alcanzara la dimensión torera con la que siempre soñó. “Tenía afición, corazón e inteligencia, las tres cosas básicas para ser un torero grande”, añadía en aquella entrevista, “pero no pude porque las rodillas se empezaron a quebrar en 1972 y estuve 28 años a merced de los toros”.

A pesar de ello, el 28 de septiembre de 1987 protagonizó una de las páginas inolvidables de la torería contemporánea. “Nunca el toreo fue tan bello” tituló su crónica del suceso el inolvidable Joaquín Vidal, que fue espectador gozoso de la faena de Paula a un toro de Martínez Benavides, Corchero de nombre, en la plaza de Madrid. “El toreo era el arte de dominar al toro hasta que Rafael de Paula lo convirtió en sinfonía; ayer, en Madrid”, escribía el periodista. “Nunca el toreo fue tan bello; jamás el toreo, en las décadas últimas que se recuerdan, alcanzó la grandeza a donde lo llevó Rafael de Paula con su faena de muleta al toro-torazo, cornalón y astifino, que salió, sobrero, en cuarto lugar”.

Esa fue, a juicio del propio torero, la tarde más emocionante de su vida. Pero no fue la única.

Primeros pases a los 13 años

Había nacido en el seno de una humilde familia gitana. Se dice que con 13 años cumplidos dio sus primeros pases a una becerra sin haber visto nunca torear a nadie. Y cuando vio hacerlo a Gregorio Sánchez, nació en él una pasión irrefrenable. Alquiló un traje para debutar sin caballos en la plaza de Ronda en 1957. Volvió tres años más tarde al histórico coso para tomar la alternativa de manos de Julio Aparicio y con Antonio Ordóñez como testigo.

Hasta entonces, no había participado más que en veinte novilladas con caballos, pero ya comenzaba la leyenda escrita y soñada de un torero diferente, majestuoso y elegante, que manejaba el capote con un duende y un compás desconocidos, y capaz de romperse la cintura en un natural eterno.

Después de torear en contadas corridas en sus primeros años como matador de alternativa, —nunca fue torero de muchos festejos—, el 28 de junio de 1964 se encerró con seis toros de Salvador Guardiola en Jerez de la Frontera, cortó seis orejas, y sus muchos partidarios se lo llevaron a hombros hasta el santuario de la Virgen de la Merced, y allí, a los pies de la patronal, cantaron una salve en acción de gracias. El vestido de Paula era de color naranja y oro —inusual en él, acostumbrado al azabache— y se dio la circunstancia de que el tercer toro lo brindó a un grupo de 50 invidentes de la ONCE que acudieron para ver y disfrutar con su ídolo.

Y otro suceso en su ciudad natal acaeció años más tarde, el 17 de mayo de 1979, cuando Paula inmortalizó al toro Sedoso, de la ganadería de Marqués de Domecq, al que cortó las dos orejas y el rabo tras una faena para la historia. Cómo sería la conmoción que, desde entonces, una placa recuerda aquella gesta en una de las paredes del coso jerezano con la leyenda, hoy ya casi ilegible, Rafael de Paula, rey del toreo.

Entretanto, había tardado 14 años en confirmar en Madrid —caso insólito—, y todavía quedan aficionados que recuerdan aquella tarde del 28 de mayo de 1974 por un grandioso quite a la verónica. Meses después, el 5 de octubre, en la plaza de Vistalegre, junto a Antonio Bienvenida y Curro Romero, cortó las dos orejas a un toro de Fermín Bohórquez, ante el que deleitó con capote y muleta, y disparó la popularidad del diestro.

Hasta en siete ocasiones se encerró con seis toros, dos de ellas en la Maestranza de Sevilla: el 12 de octubre de 1975, ante toros de seis ganaderías, festejo en el que cortó una oreja, y en la misma fecha pero de 1987, en el que paseó las dos orejas de un toro de Bohórquez.

Y así, entre instantes sublimes y broncas monumentales, entre verónicas de inigualable prestancia y toros al corral, —que no fueron pocos—, Paula fraguó una carrera larga que finalizó de manera abrupta e inesperada el 18 de mayo del 2000, en su plaza de Jerez, cuando, en compañía de Curro Romero y Finito de Córdoba, escuchó los tres avisos en sus dos toros, y, entre un enfado cubierto de lágrimas y el desconsuelo general, se arrancó la coleta y dio por terminada su estancia en los ruedos.

Después, llegaría el homenaje en Las Ventas el 1 de abril de 2006, un corto periodo como apoderado (algo accidentado) de Morante de la Puebla y algunos episodios personales que, antes y después, salpicaron de oscuridad una tenebrosa personalidad.

Ya en 1985 fue detenido al finalizar una corrida en El Puerto acusado de haber contratado a dos personas para dar un escarmiento al supuesto amante de su esposa, Marina Muñoz, hija de su primer apoderado, con quien tuvo tres hijos. Tras el juicio y resueltos los distintos recursos, el Tribunal Supremo lo condenó a dos años y tres días por inducción al allanamiento de morada con intimidación, ingresó de nuevo en la cárcel el 18 de enero de 1995, y un mes más tarde se le concedió el tercer grado.

El caso tuvo una enorme repercusión social por sus peculiaridades —el torero fue absuelto del delito de homicidio o asesinato frustrado, y acabó separándose de su mujer—, y por la singular personalidad del encausado.

En noviembre de 2014, cambió por 1.800 euros los seis meses de cárcel que el juez le impuso por amenazar con un cuchillo y una azada a su abogado, con quien, al parecer, mantenía una disputa sobre unas supuestas querellas nunca presentadas por irracionales.

Ha sido, es verdad, el torero más literario, y ahí queda La música callada del toreo, de José Bergamín; el más fotogénico —sus instantáneas son fogonazos de sensibilidad—, y uno de los más premiados —en 2002 recibió la Medalla de las Bellas Artes—, pero, quizá, también, el más frágil, el más inconsistente y el más previsible.

Siempre tuvo un semblante triste y un aire extraño en su mirada. Sus inesperadas reacciones parecen obra de un cerebro atormentado. Ahí queda aquella tarde en que, preso de ira tras una mala faena, clavó el estoque en la madera de la barrera y alarmó con motivo a los que le rodeaban; o el espectáculo que protagonizó en 2012 en Ronda, donde acudió para recoger un premio y presentar el libro de uno de sus hijos, y desairó a la alcaldesa y pidió a los presentes que no compraran la obra del joven escritor.

Ha muerto Rafael de Paula, un personaje tierno y vulnerable, un hombre del siglo XVIII, misterioso y hermético; ha muerto un torero genial.

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