Meredith Monk, la voz como detonante de la revolución sonora
La cantante, compositora y ‘performer’ neoyorquina recibe a sus 82 años el León de Oro de la Bienal de Música de Venecia
En 1974 Meredith Monk (Nueva York, 82 años) se instaló en una quinta planta del barrio neoyorquino de Tribeca. “Por entonces este precioso loft que ves no era más que un almacén viejo, destartalado y lleno de ratas”, cuenta la cantante, compositora posminimalista y performer estadounidense mientras gira la pantalla de su ordenador para mostrar un enorme salón despejado de muebles que aún conserva los tablones originales (“madera indestructible”, celebra) de las antiguas fábricas textiles de la zona baja de Manhattan. “Cuando llegué aquí no había más que un retrete y un lavabo, qu...
En 1974 Meredith Monk (Nueva York, 82 años) se instaló en una quinta planta del barrio neoyorquino de Tribeca. “Por entonces este precioso loft que ves no era más que un almacén viejo, destartalado y lleno de ratas”, cuenta la cantante, compositora posminimalista y performer estadounidense mientras gira la pantalla de su ordenador para mostrar un enorme salón despejado de muebles que aún conserva los tablones originales (“madera indestructible”, celebra) de las antiguas fábricas textiles de la zona baja de Manhattan. “Cuando llegué aquí no había más que un retrete y un lavabo, que era todo lo que podíamos permitirnos los artistas que empezábamos a abrirnos paso”. Al Teddy’s de la esquina, “un restaurante regentado por la mafia”, iban a comer Philip Glass, Trisha Brown y Laurie Anderson. “Luego todo se volvió caro y chic”, protesta sin dejar de sonreír. “Por suerte, mi alquiler está protegido y no pago demasiado…”.
Al año siguiente de instalarse allí, Monk recibió una invitación de Luca Ronconi, el entonces director de la Bienal de Música de Venecia, para presentar en el festival italiano Education of the Girlchild, una ópera-ritual sobre la memoria del cuerpo femenino. “Hasta ese momento no me había planteado que mis trabajos pudieran tener un público fuera de mi país”, reconoce. “Así que me lo tomé muy en serio”. Durante días, recorrió Venecia en busca de un espacio que se adaptara a las exigencias físicas y acústicas de la obra y de su compañía, The House, integrada solo por mujeres. Un vaporetto la condujo a los antiguos astilleros de la isla de Giudecca. “Era el sitio perfecto… Actuamos con escorpiones por el suelo y murciélagos en el techo”. Al terminar, Ronconi se le acercó con lágrimas en los ojos para felicitarla y pedirle que volviera. “Y así lo hice en la siguiente edición, donde estrené Quarry, sobre la Segunda Guerra Mundial”.
Medio siglo después de su debut en Venecia, Monk regresa a la Bienal para recoger el León de Oro en reconocimiento a su larga y prolífica trayectoria. “La noticia del premio me conmovió profundamente”, confiesa la artista, que este sábado interpreta en el teatro Malibran una selección de obras de su catálogo junto a la cantante Katie Geissinger y la pianista Allison Sniffin. “A mi cabeza acudieron los recuerdos de mis días felices en la mítica Casa Frollo, donde se alojaron Isadora Duncan y Eleonora Duse. Tengo curiosidad por saber si sigue en pie la trattoria Montin, pues no he vuelto a probar una quattro formaggi igual”. La ceremonia de entrega tendrá lugar el próximo lunes en Ca’ Giustinian, sede histórica de la Bienal, cuya 69ª edición viene marcada por la polémica sustitución de cargos de la dirección impulsada por el Gobierno de Meloni para controlar el organigrama cultural de Venecia.
Monk nació en una familia de músicos de la edad dorada de los radio days estadounidenses. “Para mí cantar era tan natural como respirar”, continúa. “Quizá por eso la técnica tradicional me resultaba tan limitante”. Ya en sus años de universidad, en la muy liberal Sarah Lawrence, se esforzó por perfeccionar un sonido que no procediera solo de la garganta, sino del cuerpo entero. Una tarde de 1965, con 22 años, tuvo una revelación frente al piano. “De pronto entendí que la voz podía contener infinitas posibilidades de color y textura, el equivalente a una experiencia visual abstracta, primitiva y visceral”. Su instrumento adquirió entonces una dimensión coreográfica. “La danza eurítmica me ayudó a desarrollar un lenguaje no verbal, a escuchar el espacio y a ver la música a través del movimiento. Supe intuitivamente que había un gran potencial en ese territorio desconocido, y emprendí yo sola ese camino”.
Su primera obra escénica, Break, fue una ruptura en toda regla: sin palabras, ni acompañamiento musical, solo el gesto poético como materia expresiva. “Me basé en la sintaxis del cine para elaborar una suerte de montaje vertiginoso con cortes bruscos, cambios de personaje y de espacio. El efecto de esa estructura dentada debía parecerse a un vidrio roto”. Hoy cada uno de esos fragmentos representa las distintas facetas de Monk (cantante, intérprete, compositora y bailarina) bajo el signo de un estilo que es al mismo tiempo ancestral y futurista, arcaico y visionario. “Me gusta pensar que mis obras habitan entre las grietas que separan las disciplinas artísticas, allí donde la voz empieza bailar, el cuerpo canta y el teatro se vuelve película”. Lo que, según el acta del jurado, constituye “una exploración sonora sin precedentes que expande el potencial de la voz humana y transforma la música en una experiencia ritual inmersiva”.
Hace unos días, la Sale d’Armi del Arsenale veneciano acogió el estreno en Italia de una de sus piezas monumentales, Songs of Ascension, un conjunto de 21 canciones concebidos originalmente para la Tower de la artista Ann Hamilton, cuya arquitectura funcionaba como un tubo de resonancia en el que las voces ascendían por la espiral hasta disolverse en la luz. “Crecí en una familia de judíos, más anarquistas que practicantes, y esa herencia se traduce en una cierta inclinación por el modo menor”, explica Monk, que fue discípula de la monja budista Ani Pema Chödrön. “La idea de esta obra surgió de una conversación con un amigo y maestro zen. El ascenso que propongo no es una huida, sino una liberación”, asegura la artista neoyorquina. “Se trata de elevar la conciencia, no de escapar del mundo”. Una vuelta a los orígenes a través de un sonido circular en el que “los tiempos se superponen para aprender a recordar el presente”.
Tras un periodo algo apocalíptico, en el que compuso Book of Days, Monk comprendió que no debía malgastar más esfuerzos en poner cara a los responsables del “clima de oscuridad y violencia” de nuestra época. “A los 30 años me preguntaba cómo sería mi voz cuando tuviera 80. Ahora sé que la belleza y la imaginación siguen siendo el mejor antídoto contra la crueldad y la ignorancia”. Tal es el objetivo de Cellular Songs, que acaba de grabar para el sello ECM con su Vocal Ensemble, donde combina voces de mujeres, coreografías y vídeo. El título no hace referencia a los móviles (de hecho, Monk se define como “semi-ludita”), sino a células que cooperan en una suerte de utopía microscópica. “El arte, como la biología, encuentra siempre nuevas formas de resistencia. El tiempo de señalar a los culpables ya pasó”, dice y cavila unos segundos en silencio. “Ahora, más que nunca, toca mantenerse unidos”.