Radka Denenmarková, el secreto mejor guardado de la literatura checa contemporánea
La laureada autora despliega su escritura incómoda y experimental en su último libro, ‘Sangre de chocolate’
Afirma que su vida podría equipararse a la de la escritora checa Bozena Némcová. Lo mismo podría decirse de su obra: por ambición, profundidad y experimentación. Radka Denenmarková (Kutná Hora, República Checa, 57 años) no cita en vano a la autora de La abuela (1855), la primera novela checa de verdadero valor artístico —precedió a Kafka—, pues Němcová es uno de los personajes que aparecen en su último libro, ...
Afirma que su vida podría equipararse a la de la escritora checa Bozena Némcová. Lo mismo podría decirse de su obra: por ambición, profundidad y experimentación. Radka Denenmarková (Kutná Hora, República Checa, 57 años) no cita en vano a la autora de La abuela (1855), la primera novela checa de verdadero valor artístico —precedió a Kafka—, pues Němcová es uno de los personajes que aparecen en su último libro, Sangre de chocolate, recién publicado en español por Galaxia Gutenberg, con traducción de Juan Pablo Bertazza. También porque el origen y el cometido de su escritura es el mismo que el de Němcová, aunque en otro tiempo y desde otro lugar. “Desde la aldea global”, concreta Denenmarková, buena amiga de la premio Nobel polaca Olga Tokarczuk, que considera su prosa “un espejo mágico que muestra tanto lo visible como lo oculto”.
Un buen ejemplo es su última novela, de la que probablemente se hable largo y tendido el año próximo, puesto que la República Checa es el país invitado en la Feria del Libro de Fráncfort, del 15 al 19 de octubre, escaparate perfecto para la carrera por el Nobel, que en su caso saldaría infinidad de deudas pendientes. La sangre de chocolate del título, el petróleo, la tinta, la oscurísima sangre de los desheredados, de los marginados, de los no elegidos, recorre una novela que se desarrolla en un viaje interminable en tren. La narración avanza con microescenas que se suceden rítmicamente, subidas a los infinitos vagones de una peculiarísima locomotora que pone orden, disecciona y machaca majestuosamente todo aquello que ahoga el presente, empezando por el turbocapitalismo y el peligroso comportamiento de los oligarcas que hoy, más que nunca, gobiernan.
¿Cómo lo hace? Reuniendo en ese fantasmagórico tren narrativo aL magnate estadounidense John D. Rockefeller y su colección de almohadas perfectas, sus mejores amigas, a las que consulta todo y que jamás le responden; George Sand, la escritora que se ganó el respeto de los hombres fumando en pipa y tratando de pasar por uno de ellos —¿pero fue así como se lo ganó en realidad?—, y la mencionada Bozena Némcová, que partía de la peor de las situaciones posibles: no solo era mujer, sino que era de origen humilde y había nacido en un país (la República Checa hoy, entonces el Reino de Bohemia y Moravia, parte del Imperio Austrohúngaro) al que nadie miraba aún, literariamente hablando y en muchos otros sentidos. A partir de esas tres figuras, que se suceden y se envuelven —una microescena da paso a otra y los tres parecen viajar en el mismo compartimento, por más que en tiempos distintos—, se comprueba de qué manera “la viga torcida” del ser humano, como decía Ursula K. Le Guin, no puede no estarlo.
Porque los problemas son siempre los mismos. Y tienen que ver con el poder, la falta de empatía y los falsos constructos que alejan a las personas de aquello que tienen en común para obedecer a intereses que son solo de unos pocos. “Lo único que cambia es el escenario, los actores interpretan los mismos papeles”, dice la autora. Escritora incómoda, pese a sus infinitas nominaciones a prestigiosos premios, Denenmarková es aún el secreto mejor guardado de la literatura checa y, por extensión, también europea.
En un encuentro con EL PAÍS durante una visita a Barcelona en septiembre, Denenmarková se emocionaba hablando de su padre. “Descubrí, cuando murió, que tenía guardados en una caja todos mis cuentos. Los que había escrito de niña. Siempre creyó en mí”, recordaba. En sus novelas, siempre críticas con la situación inevitable de cada personaje y la injusticia de nacer dónde y cómo se nace, el contexto es destino. “Mi contexto fue mi padre. Mi origen humilde y su condición de lector. Que me dejase elegir desde niña mi propio camino”, añade.
No sabe de dónde le vienen las ideas porque, asegura, no distingue “entre la vida y la literatura”. Se pasó años viajando a China para componer la novela Horas de plomo y cuando la publicó, en 2018, fue automáticamente vetada en el país asiático. El año próximo, Galaxia Gutenberg editará en español esta novela que, según su editora, Nuria Cicero, “expone algo que nadie ha expuesto aún: la inexplicable ingenuidad de la relación de Europa con China”. Pasó de ser una autora admirada y vendida allí a alguien temible y, a la vez, poderoso, puesto que su libro suponía un peligro para el statu quo, que es lo mismo que decir para “el totalitarismo” en China. En su opinión, Europa lo está “tolerando de una manera infantil y absurda, sin preguntarnos por qué”.
Denenmarková está altamente comprometida con lo que considera un don. “Cuando alguien tiene talento para la escritura, debe escribir y seguir su instinto, ir siempre más lejos, por más que lo que haga no se entienda en ese momento, porque algún día será muy útil”. Sus novelas son extrañas, incluida la célebre El dinero de Hitler (Galaxia Gutenberg, 2015). “Durante años, no han sabido qué eran”, apunta. “Recuerdo que mi editor siempre decía algo parecido a: ‘¿Pero qué has hecho esta vez?, ¿qué es exactamente esto?’. Y yo le decía: ‘Confía, es algo importante“.
“Solo ahora, hace poco, ha empezado a entenderlo y a respetarme. El ambiente en Praga ha sido muy macho y, a la vez, muy poco experimental. Evidentemente, yo no encajaba en ninguna parte”, expone. Ahora lo hace. Y a la vez nunca lo hará, en realidad, porque cada una de sus novelas es, como dice un personaje de Sangre de chocolate, una especie de “organismo vivo”. Algo que toma forma a medida que se escribe.
Entre sus héroes literarios hay cientos, pero no puede dejar de mencionar a Virginia Woolf, Dostoievski, Robert Musil. “¿Kafka? De adolescente lo odiaba, ¡y odiaba a todos los especialistas en su obra! No nos hacían leer otra cosa en el instituto y en la universidad. Luego lo amé, por supuesto”, añade la novelista, también traductora y dramaturga, que entiende la literatura como una revolución. La única que nunca se ha detenido.