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Brian Patten descubriendo La Gomera

El poeta ‘beat’ británico murió el 29 de septiembre a los 79 años

Brian Patten, uno de los grandes poetas de la era beat de Gran Bretaña, nacido en Liverpool hace 79 años, descubrió hace dos años La Gomera, naturalmente mucho después de que esta isla fascinante fuera pisada por Cristóbal Colón para descubrir América. Patten descubrió esa isla como, en la poesía y en la vida, buscaba argumentos contra la soledad. Murió este 29 de septiembre. Era un hombre enamorado de la vida y de la salud.

Lo recuerdo en su casa del Londres...

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Brian Patten, uno de los grandes poetas de la era beat de Gran Bretaña, nacido en Liverpool hace 79 años, descubrió hace dos años La Gomera, naturalmente mucho después de que esta isla fascinante fuera pisada por Cristóbal Colón para descubrir América. Patten descubrió esa isla como, en la poesía y en la vida, buscaba argumentos contra la soledad. Murió este 29 de septiembre. Era un hombre enamorado de la vida y de la salud.

Lo recuerdo en su casa del Londres literario, cerca de donde vivía Hugh Thomas, en Holland Park Gardens. Estaba empeñado, él que venía de la bohemia de Liverpool, donde ejerció sus primeros años de poesía, en que todo lo que hubiera en su casa fuera recién sacado del mar o de los campos. Abría sus puertas para cualquiera que se encontrara en el azar de las calles, y por eso le hizo lugar a este periodista que entonces vivía esperando, como él, pero sobre todo como todos los españoles, a que saliera la noticia de la muerte de Franco.

Era un gran poeta, y un hombre enamorado. Cuando lo conocí su amor era una hija del escultor Henry Moore, y su pasión también eran el arte de la escultura, la pintura y los viajes. En aquel viaje que hizo a La Gomera, en 2023, me hizo un recuento de lo que estaba viendo ante sus ojos de poeta. Allá había ido “huyendo del frío y de la nieve”, y cumplía con un deseo que él decía que yo le había contagiado: ir a donde Colón reanudó su viaje americano.

Además, decía, acababa “de comprar un saco de semillas para los pájaros, tan pesado que apenas puedo llevarlo. ¡Es un pequeño detalle comparado con sus hermosos cantos!”. “La Gomera”, me dijo, “se convirtió en una de mis islas favoritas”. Pero ese enamoramiento era habitual y múltiple. Deià, en Mallorca, fue otro de sus viajes, alentado por la huella de su paisano Robert Graves y de la amistad de la hija de éste, Lucia Graves, “que se alojaba en mi casa de Londres y fue la traductora de La sombra del viento”, la novela de Carlos Ruiz Zafón.

Lo recuerdo obsesionado porque la comida fuera adecuada. Poco a poco fui sabiendo por qué. Era hijo de una familia muy pobre de Liverpool. En el largo obituario que ayer le dedicaba The Guardian hay muestras de ese escalofrío con el que Patten viajó a Londres y por la vida, en los tiempos en que ya era parte de la revolución que constituyó su encuentro con poetas de su tiempo, los años sesenta, nacidos o criados en la capital de Los Beatles.

Patten no conoció a su padre. “Su infancia, dice Alan Brownjon en aquel obituario, “transcurrió en una casita de Wavertee Vale con su madre Irene, de quien tardó años en percibir un afecto genuino, una tía muy severa y unos abuelos que no se dirigían la palabra”. Fue en la escuela “el último en aprender a leer y a escribir” y la abandonó cuando tenía quince años… “Parece que descubrió por sí mismo su afición a la lectura y su talento para la escritura”.

Formaba parte de un equipo de poetas que viajaban juntos. El gran éxito de Brian Patten fue The Mersy Sound. Los poemas de su adolescencia, edad de la que jamás se despojó, se titularon Little Johnny´s Confession. “Anticipaba lo que sería”: (dice el obituario de The Guardian) “un romántico rebelde para quien la poesía no sería nunca ni convencional ni fácil”.

Él fue el impulsor de aquellos poetas de Liverpool, que eran como los Beatles de la nueva era. Es imposible recordarlo sin sentir que esos encuentros con los demás, con los artistas y con los amigos, eran como su alma se vengaba de la soledad del niño que fue, del muchacho que siguió siendo también cuando, en La Gomera, escapaba del frío y de la nieve. Y no tan solo: escapaba del hambre y del rumor que deja el desdén de los padres. “A veces pasa” dice uno de sus poemas, “que sois amigos/ y luego no sois amigos/ y la amistad ha pasado./ Y se pierden días enteros/ y entre ellos/ una fuente se vacía./ Y a veces pasa que te aman/ y luego no te aman,/ y el amor se ha pasado. / Y se pierden días enteros/ y entre ellos/ una fuente se vacía/ en la hierba…”.

Cuando era un muchacho y despertaba por las mañanas miraba debajo de la puerta para saber si alguien le había enviado una postal. La soledad no le escribía cartas.

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