La lucha de Iñaki ‘Uoho’, ex de Extremoduro, contra la covid persistente: “He estado dos años y medio en una cama”
El músico y productor cuenta a EL PAÍS su pelea por recobrar la normalidad, lo que le ha cambiado la vida en este tiempo y su regreso a la música. “Es una enfermedad que te deja hecho una planta”, apunta
“Mira, esa es la cama. Ahí me he pasado tumbado casi dos años y medio”.
Iñaki Uoho Antón muestra una habitación de unos 10 metros cuadros de su casa en Sopela (Bizkaia). Hoy, la cama luce una colcha fina blanca. Huele a limpio en una estancia donde no se percibe rastro de tecnología: ni ...
“Mira, esa es la cama. Ahí me he pasado tumbado casi dos años y medio”.
Iñaki Uoho Antón muestra una habitación de unos 10 metros cuadros de su casa en Sopela (Bizkaia). Hoy, la cama luce una colcha fina blanca. Huele a limpio en una estancia donde no se percibe rastro de tecnología: ni equipo de música ni ordenador ni televisión. En una mesilla, apilados, algunos libros: Los enemigos del comercio, de Antonio Escohotado; Séneca; La península de las casas vacías, de David Uclés, regalo de su amigo Fito Cabrales. Por el gran ventanal entran unos rayos del sol, responsables de una agradable tarde de septiembre. Desde el catre, en posición de tumbado, se ven algunos árboles. “Ese de ahí”, señala Iñaki, “aguanta las hojas durante todo el año. Todos se quedan pelados menos ese”. Es una de las cosas que ha comprobado el músico al ver pasar las estaciones desde esa cama que ha ejercido de compañera durante tanto tiempo, día y noche, primavera, verano, otoño, invierno, y vuelta a empezar. Algunos días, a primera hora de la tarde, Maio, su hijo de nueve años, llegaba del colegio y se echaba con su padre. Abría un tebeo y leía, entretenido. Los dos en la cama. No hablaban, ya que Iñaki apenas podía. “Creo que él no es consciente del bien que me hacía. Su mera compañía, allí tumbado, en silencio, sin prisa, simplemente para pasar el rato... Me hacía un bien inmenso”, se frena en su explicación para contener la emoción; y remacha: “Joe con el enano…”.
Iñaki Antón (Bilbao, 61 años) está aprendiendo a vivir de nuevo estos días después de haber sido diagnosticado de covid persistente, una secuela de la pandemia todavía con muchas lagunas a la hora de describirla. Incluso resulta complicado ofrecer un número de afectados porque es difícil de detectar. Una de las cifras que se manejan es de dos millones en España, a raíz de un cálculo internacional de 2022. Serían las personas que lo han padecido hasta ese momento, pero no se sabe en cuántas ha desaparecido la dolencia.
“El bicho”, como él lo llama, le atrapó en diciembre de 2022. El excomponente de Platero y Tú y Extremoduro se encontraba de gira presentado su nuevo proyecto, Uoho, donde por primera vez en casi cuatro décadas de carrera se atrevía a cantar. “En una prueba de sonido en una sala de Bilbao comprobé que me ahogaba, que no podía respirar. Luego me repuse y pude tocar”. Pero los malestares continuaron. Desde finales de 2022 a julio de 2023 siguió actuando, unos 20 conciertos. Sabía que no estaba a tope, pero no cejó por no dejar al público y a los músicos tirados. “Iba durmiendo en la furgoneta, dormía después de la prueba de sonido, me iba al hotel a descansar tras el recital, dormía en el viaje de vuelta. Así todos los días”. En junio de 2023, después de un concierto en Gijón, le sobrevino una fibrilación auricular, una arritmia. Un mes después, tras un recital en Burgos, se desmoronó. “Estaba sin fuelle, no podía moverme. Dije: ‘Vamos a parar dos meses y cuando esté recuperado volvemos’. En aquella ocasión dos meses me parecía un mundo; y mira ahora, han pasado más de dos años”.
Iñaki visitó a varios especialistas, que cruzaron los datos y concluyeron que padecía covid persistente. “Yo les preguntaba: ‘Y eso qué es’. Y me respondían: ‘No lo sabemos muy bien, porque es una enfermedad nueva”. Hablamos de un síndrome con sintomatologías diversas y que puede afectar al sistema respiratorio, al digestivo, al circulatorio y al neurológico. La enfermedad se presenta de forma dispares: existen pacientes de pronóstico más leve, pero otros más virulentos, el caso de Iñaki. Solo desde julio pasado, la covid persistente está reconocida como enfermedad crónica.
El cuerpo de Iñaki dejó de funcionar. Él lo explica así: “Es como si tuvieras un motor pequeño aquí [y se toca la nuca] que es el que pone en marcha a los motores grandes. Pero ese motorcito no arranca. Yo no podía ni mirar un mail, ni hablar. Estás espeso, te trabas. Es una enfermedad que te deja hecho una planta, al menos a mí. Hasta escuchar música me alteraba. Venían amigos de visita, pero no podía atenderlos, porque el estar sentado te cansa. No puedes mantener el cuerpo erguido para comer durante 15 minutos. Te tienes que ir a la cama. Es una movida heavy que solo entiende la gente que la tiene”. En los peores momentos no podía ni ducharse, “porque era un currazo”. Su pareja, María, le llenaba la bañera y le frotaba suavemente con una esponja. “Los movimientos rápidos, como restregarme el pelo [e Iñaki conserva pelambrera], son impensables. O batir un huevo. No puedes: parece que lo estás acariciando. Tienes capacidad para dormir, para ingerir alimentos, y nada más”. Con el tiempo, consiguió abrir el ordenador “para hacer crucigramas o sudokus fáciles. Cosas que puedas ejecutar como un autómata, sin ton ni son, solo para pasar el rato, que no haga falta discurrir”.
El desconocimiento social de cómo funciona la enfermedad produce situaciones incómodas, sobre todo al principio. Sus amigos, con toda la buena intención, le animaban: “Venga, vamos a tomar algo”; “igual si vas al psicólogo…”, “por qué no haces gimnasia”. Iñaki sonríe y no pierde el humor cuando recuerda lo del ejercicio físico: “Me cagoenlá, si no podía ni moverme. Esta enfermedad te deja hecho un inútil”. Con el tiempo, su círculo cercano y sobre todo su familia (tiene tres hijos: 34, 11 y los 9 años de Maio) lo entendieron. “Lo mejor que le puede pasar a alguien que padece covid persistente es que le comprendan, que sean conscientes de que no te puedes mover, que no puedes pensar, que a veces no puedes ni hablar ni seguir una conversación. Que si te tumbas no lo vean raro. Simplemente con esa comprensión ya ayuda mucho al que está con esta porquería”.
El que habla es el torbellino que pisaba el escenario con Platero y Tú y Extremoduro, el arquitecto del sonido de esas dos bandas, guitarrista, compositor y productor, ese que agitaba el escenario tocando la guitarra al lado de Robe Iniesta. “Iñaki es hiperactivo. Sube a un escenario y se pone a dar botes y en casa no para de hacer cosas. Y, de repente, llegó esto. Ha sido duro, sí, sobre todo para él”, apunta su pareja, María.
El músico, que estaba vacunado, lo intentó todo: fue a la sanidad pública, a la privada, recurrió a la medicina alternativa, africana, asiática… Se ríe cuando cuenta que en una de estas últimas le tumbaron en una camilla de una sala sembrada de cristales de colores: “Mucho silencio y una musiquilla muy aburrida. Te dejan allí 50 minutos y luego quitan los cristales y ya está. Absurdo, pero es que yo estaba desesperado y probaba cualquier cosa que me recomendasen”. Dice ser un privilegiado: “Afortunadamente no me puedo quejar: tengo un colchón, he ganado dinero tocando. Pero me pongo en el lugar de mucha gente sin recursos y debe ser durísimo”.
Hablar de remedios para la covid persistente es penetrar en un terreno desconocido. Iñaki recuerda el cajón de las medicinas, dividido por apartados. Probó de todo, pero con nada alcanzó el alivio. “Solo el paso del tiempo ayuda”, apunta. Cuenta que inició terapia, primero presencial, pero cuando ya no podía salir de casa, optó por el teléfono. A los pocos días lo dejó, porque no podía mantener una conversación con la psicóloga. Entonces comenzó a leer filosofía, despacio, interpretando los párrafos varias veces, asimilándolos. “Me ayudó mucho la filosofía. Los clásicos: Aristóteles, Epicteto, Séneca, los estoicos… La conclusión básica es que hay que conformarse. Estoy hecho una mierda, durante el día no lo voy a arreglar por mucho que me empeñe y me voy a frustrar. Así que vamos a disfrutar de lo que hay. ¿Y qué hay? Pues mi hijo acurrucado a mi lado. Se trata de disfrutar de eso”.
Durante el largo proceso destaca a tres amigos que no dejaron de alentarlo: Fito Cabrales, excompañero de Platero y Tú y líder de Fito & Fitipaldis; Kutxi Romero, cabecilla de Marea, banda a la que Iñaki produjo; y Manolo Chinato, poeta, con el que colaboró en varios discos, el más prolijo Extrechinato y Tú. Todas las semanas le llamaban. A veces no tenía fuerzas para encarar una conversación, “pero sabía que estaban ahí”. Con Robe Iniesta, su excompañero en Extremoduro, no existió contacto. “No sé nada de Robe. Él no me ha llamado y yo a él, tampoco”, remarca.
En mayo pasado Iñaki empezó a sentirse mejor. Conseguía sumar 15 días buenos al mes. Un poco antes y por consejo de un diseñador de guitarras alemán afincado en Cádiz se puso en contacto con Jaime Moreno, cantante gaditano. Congeniaron y comenzaron a trabajar. Todo muy despacio. “Jaime tuvo mucha paciencia, porque yo estaba bien un día y al siguiente encadenaba diez días enfermo”.
Iñaki lleva desde junio con solo dos o tres días inoperativos al mes. Con la compañía de Jaime y su banda, todos exmiembros de Extremoduro, ha compuesto material para dos discos. El primer se publica en octubre. En las nuevas canciones se identifica el estilo de guitarras y melodías de Uoho, pero sin mimetismos ni con Platero y Tú ni con Extremoduro. La voz de Jaime, versátil, personal, acopla con los rocanroles y también con los temas de estructuras más elaboradas. Una de las piezas más interesantes, Porque no estás tú, alcanza los nueve minutos. Precisamente fue con esa canción con la que Iñaki se desentumeció después de dos años sin tocar la guitarra. “Lo hacía todo muy despacio. Estaba 20 minutos y me volvía a la cama. Así empecé, hecho una calamidad. Pero luego, afortunadamente, la enfermedad me ha ido dando vidilla. Y cada vez los días son mejores y ahora hay buen ritmo de trabajo”. El nuevo grupo ya tiene nombre: Rebrote.
Tiene previsto salir de gira a medio plazo: “Si de cada 30 días estoy mal tres es una señal excelente. Esta enfermedad se va a ir. Es la expresión de un deseo, pero tengo indicios para poder creérmelo. Sí, me veo tocando a partir de 2026 como un león”. Durante la charla, un martes, se le ve bien, reflexivo, riéndose, con su habitual nervio. Sin embargo, hace dos días sufrió una recaída. “Llevaba un mes estupendo, pero el fin de semana estuve jodido. El viernes llegaban mi mujer y mis hijos de Málaga [María es malagueña], les fui a buscar, les hice una tortilla. Estaba perfectamente. Me fui a dormir por la noche y me levanté hecho una mierda. El sábado tenía una boda de un gran amigo al que quiero un montón y no pude ir [se emociona]. Así es esto. No avisa. Cuando toca, toca, y cuando se va, lo mismo, lo hace de repente”.
El músico señala que la enfermedad le ha hecho más reflexivo y le ha enseñado varias cosas. “Creo que en este tiempo he aprendido muchísimo de la vida. Como que muchas veces creemos que hay cosas que nos parecen importantes y no lo son en absoluto, empezando por el dinero. Lo importante es la poquita gente que tengas a tu alrededor y sobre todo estar bien dentro de tu pellejo, estar contento dentro de tu piel, de tu propio perímetro”. Y continúa: “Hay que saber vivir y saber morir, que es parte del aprendizaje de vivir. No hay que hacer dramas cuando llegue la hora. Yo no me he visto en riesgo de morir, pero sí me he dado cuenta de que si te toca morir hay que admitirlo como que debe ser así. Y que cuando toque hay que irse con un poquito de clase, sin lloriquear. El bien más preciado que tenemos, la mayor posesión, la más valiosa, es el tiempo para nosotros mismo. Es nuestro mayor valor. El que trabaja mucho tendrá muchos bienes materiales, pero poco tiempo para él. En mi opinión es pobre”.
El encuentro debe acabar porque le toca visitar al cardiólogo ya que hace unos días le afectó una arritmia. Llegamos al centro de salud. “Hola, soy Iñaki Antón, y llego diez minutos tarde, perdón”. “Sí, siéntese en la sala que enseguida le llaman”. Las dos trabajadoras del mostrador del centro de salud le han reconocido. Se propinan codazos cómplices y sonríen.