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¿Se lanza hoy demasiada música?

Vivimos anegados de canciones, gracias a las plataformas de ‘streaming’. Resultado: tal vez cuatro quintas partes de las nuevas grabaciones nunca se escuchan

Una joven escucha música en su móvil.Antonio Guillen Fernández (GTRES)

Los tecnoeufóricos pintaban un futuro risueño: en el mundo digital, cualquiera podría hacer música y —zas, aquí daban la pirueta— triunfar a lo grande, esquivando a la industria. Hasta difundían una historia ejemplar: aseguraban que los Arctic Monkeys se habían popularizado regalando sus maquetas en internet y en conciertos (todo fue más complicado pero, ¿para qué fastidiar un bonito relato?).

Era la democratización de la música, decían. Efectivamente, uno puede grabar en su casa, en el home studio, y poner el resultado en internet. Lo que falla: nada garantiza que llegues al gra...

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Los tecnoeufóricos pintaban un futuro risueño: en el mundo digital, cualquiera podría hacer música y —zas, aquí daban la pirueta— triunfar a lo grande, esquivando a la industria. Hasta difundían una historia ejemplar: aseguraban que los Arctic Monkeys se habían popularizado regalando sus maquetas en internet y en conciertos (todo fue más complicado pero, ¿para qué fastidiar un bonito relato?).

Era la democratización de la música, decían. Efectivamente, uno puede grabar en su casa, en el home studio, y poner el resultado en internet. Lo que falla: nada garantiza que llegues al gran público, ni siquiera al pequeño público. La semana pasada, la revista económica Forbes ofrecía cifras estremecedoras. Contaba que Deezer, ese Spotify de origen francés, cada día recibe una media de 150.000 temas.

Un inciso. Eso no significa que sean realmente 150.000 nuevas piezas diarias. Muchas no son estrictamente musicales: se podrían describir como grabaciones ambientales, sonidos de la naturaleza o de la vida humana (sí, existe gente que se pone eso de fondo y, teóricamente, el “autor” recibe una compensación). También abunda el fraude, frikis o listillos que pretenden colar obras ajenas. Y el número se hincha por las reiteraciones: el mismo tema puede ser subido por el artista y —si está profesionalizado— por su gerencia, su discográfica o su distribuidora.

Alguien dirá: bueno, eso es un problema para Deezer o sus equivalentes. Efectivamente, y no se ha mencionado las músicas hechas con inteligencia artificial, que Deezer veta en sus listas de canciones, para minimizar su alcance mientras se llega a un consenso sobre tan peliagudo asunto. Deezer purga constantemente su oferta, pero aun así el consumidor no pica: según sus datos, el 78 % de los temas disponibles nunca se escucha o, seamos benévolos, tiene un seguimiento mínimo.

El conflicto reside en los hábitos de uso. Evidentemente, siempre podemos descubrir algo previamente desconocido en nuestras visitas a las plataformas. Pero ese no suele ser el objetivo principal. En realidad, tendemos a escuchar “música de catálogo”. En la jerga de la industria, son los temas que tienen 18 meses o más de vida, melodías que ya conocemos, firmadas por artistas en los que estamos interesados o en géneros que son de nuestra complacencia. En realidad, pocos buscan, digamos, música groenlandesa. Y si lo hacen, los resultados del algoritmo pueden ser alucinantes: las sugerencias van desde lo idiota (Groenlandia, de los Zombies de Bernardo Bonezzi) a lo desconcertante, una versión de la Pasión según San Juan de Johann Sebastian Bach.

A todo esto, el crecimiento del consumo de música en streaming parece haberse ralentizado. Quizás lo que se está cuestionando es el modelo de la Gramola Universal, donde se supone que encuentras todo lo grabado a lo largo de siglo y medio (sepan que tanto Deezer como sus competidores tienen demasiados puntos ciegos, debidos a discográficas desaparecidas, países que no están en su radar o estilos minoritarios). El futuro podría estar en los servicios especializados, que de hecho ya existen. Como IDAGIO, fundado en Berlín en 2015, consagrado a la música clásica y que permite buscar por movimientos, orquestas, directores, solistas o coros. O Beatport, para las músicas de baile, que ayuda al pinchadiscos a mezclar. Soluciones puntuales para el dilema eterno: Ars longa, vita brevis.

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