Ivo Andrić, el Nobel que escribía en una lengua que ya no existe
Se cumplen 50 años de la muerte del gran autor yugoslavo, que retrató la compleja historia de los Balcanes en novelas como ‘Un puente sobre el Drina’
Suele sonreír poco, no más allá de un esbozo. Parece hasta un punto hosco. Quizá todo sea cosa de la bilis taciturna, o del insomnio, o de saberse sobrepasado o tal vez malentendido entre halagos y felicitaciones. A veces, también, se le ve con gabardina, tocado con mascota de posguerra y con sus gafas como de funcionario, adaptado a la gris existencia. Con gabardina suele aparecer en un posado clásico: junto al célebre puente otomano sobre el río Drina, donde se desarrolla su novela más fam...
Suele sonreír poco, no más allá de un esbozo. Parece hasta un punto hosco. Quizá todo sea cosa de la bilis taciturna, o del insomnio, o de saberse sobrepasado o tal vez malentendido entre halagos y felicitaciones. A veces, también, se le ve con gabardina, tocado con mascota de posguerra y con sus gafas como de funcionario, adaptado a la gris existencia. Con gabardina suele aparecer en un posado clásico: junto al célebre puente otomano sobre el río Drina, donde se desarrolla su novela más famosa, Un puente sobre el Drina.
En otras fotografías, destocado, también se le ve con las manos en los bolsillos del gabán. Pasea sobre la hojarasca de los parques de Belgrado o está sentado en un banco bajo el tibio sol. Su retrato aparece impreso en billetes de banco y tiene estatuas que lo inmortalizan en espacios públicos. Y no faltan grafitis y perfiles con su rostro en murales y paredes, como los de Visegrado, en Bosnia-Herzegovina (otra vez donde el puente, el Drina y la novela situada en la pequeña ciudad tan literaria como opresiva).
Se trata de Ivo Andrić (1892-1975), el que fuera diplomático, escritor y premio Nobel yugoslavo en 1961. El 13 de marzo se cumple el 50 aniversario de su muerte en Belgrado. Fue el más grande autor en la lengua común y a la par variada de los eslavos del sur, reflejo, en fin, de aquel constructo —fatalmente disuelto— que se llamó Yugoslavia, el país que ya no existe.
De padres bosnio-croatas (vivían en Sarajevo), Ivo Andrić nació por azar el 9 de octubre de 1892 en un lugarejo perdido llamado Dolac, pegado a Travnik, en Bosnia. Era aquel pobre “arrabal católico” que tanto se cita en Crónica de Travnik, otra de sus grandes novelas, ambientada en la era otomana bajo el eco y los fosfones de pólvora de las guerras napoleónicas. Y he aquí, de seguido, la confluencia y el azar entre fechas. Se cumplen ahora también 80 años desde que en 1945 Andrić publicara no solo Crónica de Travnik, sino la citada Un puente sobre el Drina y La señorita. Las había escrito, del tirón, bajo la tenebrosa noche de la ocupación nazi en Belgrado, los pavorosos bombardeos y la reclusión en un piso de la calle Prizenska.
Otro azar en el tiempo nos lleva a lo infortunado y truculento. De igual modo, se cumplen este 2025 los 30 años del fin de la guerra en Bosnia (1992-1995). La casualidad quiso en su nefasto día que el centenario del nacimiento del escritor coincidiese justo con el inicio de la balacera y el largo asedio a Sarajevo (uno de los episodios más atroces de la guerra transcurre, literalmente, en el pretil del puente sobre el Drina en Visegrado).
El jurado que le concedió el Nobel de literatura lo hizo “por la fuerza épica con la que ha trazado temas y representado destinos humanos extraídos de la historia de su país”. Claudio Magris, en la estupenda glosa que traza en Utopía y desencanto, dice lo mismo, pero de otro modo más poético y dimensional, al sugerir que Andrić es el escritor de la profundidad del tiempo. Consigue enlazar el pasado arcaico, reflejo de la Bosnia otomana (crisol de Oriente y Europa), con la súbita modernidad que le tocó vivir en lo peor del siglo XX.
La figura de Andrić, interpretada por el actor serbio Tihomir Stanić, ha sido llevada recientemente a una serie de televisión, Nobelovac, emitida por el canal público de Serbia. Uno podría pensar si el personaje de Andrić, casi inarticulado para la acción, si bien eficiente, cabal y discreto, da como para un héroe seriado en tiempos aciagos, con dos guerras mundiales de por medio y la creación de la Yugoslavia de Tito tras la etapa monárquica (Andrić sirvió en varias legaciones diplomáticas al servicio de su gobierno, incluyendo la de Madrid, en la calle de Velázquez, donde estuvo de 1928 a 1929).
Hoy, a los 50 años de su muerte, Andrić es el Nobel de la paradoja y la inexistencia. Su país como tal, Yugoslavia, no existe. Yugoslavista por convicción, nunca prestó atención al particularismo nacional como reclamo (si bosnio por nacimiento, si croata por familia, si serbio por decisión personal). Establecido en Belgrado desde 1941, creyó que Serbia era lo más parecido a la idea de un Piamonte balcánico (el símil es de Claudio Magris). A su juicio, Serbia significaba la punta de lanza del país de la hermandad y la unidad, donde la propia Bosnia era en sí misma otra Yugoslavia, pero en miniatura.
El nacionalismo, antes, durante y después de la guerra, lo repudió unas veces (hoy ya no) y otras lo manipuló y exaltó por conveniencia. Si Andrić escribió en una lengua desaparecida y que hoy nadie quiere reconocer, es algo que se presta a matices. Escritores y traductores como Marc Casals, Miguel Roán y Christian Martí-Menzel coinciden en que el serbocroata (srpsko-hrvastki) es hoy no más que una antigualla. Incluso tuvo dificultades como lengua común y oficial en la propia Yugoslavia. Siempre se habló según los territorios y con préstamos dialectales (el dialecto ijekavica más en los croatas y en parte los bosnios, y el ekavica más en los serbios).
Desde 2017, la mayoría de los autores posyugoslavos aprobaron la llamada Declaración sobre la Lengua Común, la cual suscribe que “croatas, bosnios, serbios y montenegrinos tienen una lengua estándar común de tipo policéntrico”. En la traducción profesional, como matiza Marc Casals, el término políticamente correcto que se usa es BCMS (Bosnio-Croata-Montenegrino-Serbio). Políglota en ocho lenguas europeas, el propio Andrić, bosnio-croata, acabó escribiendo en cirílico y en la variante serbia.
Puesta al día con el Nobel yugoslavo
La obra canónica de Andrić, históricamente traducida por Tihomir Pištelek y Luisa Fernanda Garrido, pasa por los citados títulos Crónica de Travnik, Un puente sobre el Drina (fábula histórica, oral y legendaria entre el siglo XVI y 1914) y La señorita (la dama protagonista es heroína y usurera a la par). En estas novelas se refleja cómo la historia y el decurso del tiempo levitan a través de la ficción, alterando el ciclo de la existencia humana y dando lugar a la porfía entre lo novedoso y lo viejo, el progreso y el marasmo natural. La bosniedad en las atmósferas cala en los paisajes y penetra sigilosa en el riego sanguíneo y mental de sus gentes.
Andrić es un gran compositor de tipos humanos. El carácter de sus personajes se percibe por sus rasgos físicos y hasta por la bondad o el maltrato de sus órganos internos. Escribió sus nouvelles, como la fábula El elefante del visir y El patio maldito. El primero, aparecido en Xórdica junto con Los tiempos de Anika y Conejo, se reeditará este año. Y el segundo, también por la misma editorial aragonesa, aparecerá ahora en versión de Casals.
La casa aislada y otros relatos (Encuentro), especie de fantasmagoría literaria, discurre en una casona del barrio de Alifakovac, en Sarajevo. Acantilado publicó algunos relatos de Andrić en Café Titanic y otras historias (contiene su controvertida pieza Una carta de 1920). En la misma editorial apareció Goya (ensayo traducido por Roán, fruto de las devotas visitas de Andrić al Museo del Prado) y se editará, también, la gran biografía sobre el Nobel trabajada por Michael Martens y traducida por Martí-Menzel. Sexto Piso publicó Signos en el camino, diario en el tiempo y gavilla de confidencias entre el autor y sus sombras.