Alejandro Palomas: “Dejar de pensar en el sexo ha sido una liberación”

El escritor y premio Nadal, víctima de abusos sexuales en su infancia, publica ‘Una vida’, la cuarta novela de la saga sobre su universo familiar, centrada en los últimos meses de su madre, Amalia, y en cómo los hijos se convierten en padres de sus madres

El escritor Alejandro Palomas, en Madrid.Bernardo Pérez

Alejandro Palomas viene a Madrid a propósito para la entrevista. Hemos quedado a la una de la tarde en la atestada y ruidosa recepción de uno de esos hoteles a la vez modernos y cuquis, frente por frente de la estación de Atocha y en medio de un caos de obras, vallas, escombros, martillos neumáticos, sirenas y desvíos provisionales para coches y peatones. Llega, alto y flaco, inconfundible, con cinco minutos de retraso porque se acaba de bajar del tren y, au...

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Alejandro Palomas viene a Madrid a propósito para la entrevista. Hemos quedado a la una de la tarde en la atestada y ruidosa recepción de uno de esos hoteles a la vez modernos y cuquis, frente por frente de la estación de Atocha y en medio de un caos de obras, vallas, escombros, martillos neumáticos, sirenas y desvíos provisionales para coches y peatones. Llega, alto y flaco, inconfundible, con cinco minutos de retraso porque se acaba de bajar del tren y, aunque no tiene prisa alguna en terminarla, en cuanto acabemos la conversación dice que cogerá el primero que haya de vuelta. Vive en el campo, a hora y media de Barcelona, y la ciudad, las aglomeraciones y el ruido son su mismísima idea del infierno. Dejemos que se explique.

En su estado de Whatsapp pone “huérfano”. ¿Por qué?

Porque lo soy. Es mi estado civil, mi forma de presentarme a los demás. Mi madre murió hace cuatro años, pero mi primera orfandad fue muy anterior, cuando pasé por la movida mía de los abusos [en 2022, Palomas denunció haber sido víctima de abusos sexuales entre los 8 y 9 años por un religioso del colegio La Salle de Premià de Mar, Barcelona]. Dejé de ser niño a los ocho años. Me quedé huérfano de mi niñez. Yo soy solo.

¿Es solo o está solo?

Soy solo. Ser solo significa que te puedes mirar alrededor, 360 grados, y nadie ocupa ese espacio. Te piensas solo. Siempre me sentí solo, desde muy pequeñito. Siempre me vi lejos de todo y funcionando aparte. Incluso cuando tuve parejas, nunca me fusioné. Hubo confusión, pero no fusión.

¿Entonces, para usted no existe el “nosotros”?

Como yo y otra persona, no. Mi nosotros es el bien común, la comunidad. Tengo varias, pero no se tocan, porque no las sé manejar. Están mis hermanas, que es mi comunidad familiar. Mi comunidad lectora. Y luego la mayor, que es la que me habita en la cabeza.

¿Como en el cómic ‘13, Rue del Percebe’?

Multiplicado por 300. Mi imaginación es un rascacielos con todos los apartamentos llenos. Y los vecinos suben, bajan, a cada uno le pasa algo, y estoy al tanto de todo. Mi mente pasa más tiempo ahí arriba que aquí.

Su madre murió en 2021 y usted reveló haber sido víctima de abuso en 2022. ¿Esperó a que ella muriera?

Conscientemente, no. Yo los revelé cuando vi que otros lo hacían, para visibilizar el asunto. Pero, visto con tiempo, sí. Ya no tenía el peligro de hacerle más daño porque, además, ocurrió lo que yo temía: que la gente dijera que por qué mi madre no hizo nada. Yo sabía que ese cuestionamiento iba a existir y no quería que ella lo viviera.

Pero su madre sí hizo. Usted ha contado que sus padres fueron a su colegio a quejarse.

Mi madre claro que hizo, pero desde la óptica de ahora, parece que no. No me sacó del colegio porque, en esa época, hablamos de que Franco seguía vivo, mi colegio era religioso, estábamos en la España gris del terror y no se cuestionaba. Tendemos a juzgar las cosas fuera del tiempo y el contexto. Y eso me duele.

En su libro, ‘Una vida’ habla de cómo enfrentaron usted y sus hermanas la enfermedad de su madre. ¿Cómo recuerda esa época?

Mis hermanas y yo nos peleábamos por ocuparnos de ella, y eso es muy raro, porque, hay dos momentos terribles en la vida de una familia y que saca lo peor de cada uno: cuando toca cuidar y cuando toca heredar. Ahí sale la personalidad de cada uno y, o se produce la estampida y no se hablan más los hermanos o es cuando lo son para toda la vida. Se reconstruyen las familias y los mapas, a nosotros, aunque fue un proceso rápido, nos unió como una piña.

¿Por qué cree que fue así?

Por la personalidad de mi madre. Ella se divorció a los 65 años, después de vivir décadas a la sombra de mi padre sin atreverse a separarse, y se quedó en la calle con 180 euros de propina-pensión. Entonces, mis hermanas y yo, que no tenemos hijos, y eso cuenta, nos volcamos con ella. Otros hijos solo se dan cuenta de que sus madres son mujeres cuando mueren, pero yo tuve la suerte de descubrir a una señora, Amalia, una mujer que entendió que hasta entonces no había vivido, tenía ganas de vivir y lo hizo a tope. Nosotros, cuarentones, estábamos cansados de la vida, y para ella, todo era una sorpresa y una fiesta.

O sea, que su madre le rejuveneció.

Totalmente. Mi madre era albina y casi ciega y después de tanto tiempo de oír de mi padre que era inútil, fea, torpe, de todo ese machaque de ridiculizarla en público, de repente, ya no tenía esa mirada encima y tenía la nuestra, la de sus hijos. Descubrimos a una persona maravillosa que nunca fue consciente de la alegría que generaba a su alrededor. Fuimos sus aliados y la estuvimos premiando hasta que murió.

Alejandro Palomas, en el vestíbulo del hotel Only You de Madrid.Bernardo Pérez

Que le sugiere el concepto “carga familiar”.

A ver, yo he vivido eso. Nos ocupamos de mi madre al 33,3%. Solicitamos la ayuda de la dependencia y llegó cuando ya había muerto. Cuidar agota, sobre todo cuando sabes que no hay remedio y el final es el que es. Entonces, a veces te sorprendes conduciendo y rogando por que se acabe todo ya, y a la vez, pensando, cómo puedo pensar esto, si mi madre es lo que más quiero en el mundo. Eso, hablando de una enfermedad física, no quiero ni imaginar lo que es la enfermedad mental. No quiero pasar por eso.

¿Lo dice porque ha estado ahí, ahí?

He estado ahí, ahí, sí.

¿Y ahora está más allá o más acá?

[Largo silencio] Yo es que engaño mucho. Todo el rato. Yo soy dos.

¿Pues no decía que era solo?

Claro, pero por eso puedo ser solo, porque tengo a otro con el que estoy todo el rato. Tengo una parte que no quiere estar aquí, que se moriría ahora mismo, delante de todos, que dice qué hago aquí, estoy aburrido. Lo cambiaría todo, este mundo, no entiendo cómo es todo tan feo.

Pero si este hotel es monísimo.

Sí, pero, mira, esta planta es falsa, de plástico, y yo odio lo falso. No entiendo qué necesidad hay. Lo que ocurre es que, como soy dos, se llevan muy bien, y uno salva al otro de la locura cada día, 24 horas, full time.

¿Y hoy quien va ganando?

Esto va por momentos y yo vivo la vida a través de desafíos. Me pongo retos porque si no, no tengo nada que hacer aquí, sinceramente: ya hice.

Entonces, ¿por qué escribe, ese es el reto?

Escribo porque tengo que comer. Hubo una época en que decía que escribía para que me quisieran. Afortunadamente, ya no. Ya no necesito que me quieran y, entonces, desafortunadamente, el exterior me importa poco. Esto que voy a decir suena terrible. Pero creo que escribo para no acabar con mi vida todavía. Ya no hay nadie que me espere.

¿No le esperan sus hermanas?

Ya, esto es complicado, porque ellas no quieren. Y yo les digo que tienen que ir pensando en ello porque eso va a suceder en algún momento. Lo tengo muy claro.

¿Qué es placentero para usted?

¿Placentero?

Agradable.

[Largo silencio] Lo que más me gusta del mundo es el silencio. Estar en mi casa, en la montaña, en una piedra en medio del monte, que es como el muro de las lamentaciones. Estirarme, dormir, pensar. Sin ruidos humanos, solo pájaros, jabalíes..

¿Y los otros? ¿El prójimo?

Me genera curiosidad, pero no sé vincularme, ese es mi problema, que no sé vincularme y ya no voy a saber nunca. No tengo tiempo. Ya sé que no puedo. No sé cómo hacerlo, no me siento yo. No soy asocial, no tengo timidez ninguna, yo llego a un sitio y soy el rey de la fiesta, el más simpático y divertido, pero no me siento vinculado, es como que soy un personaje que hace eso. Como si me viera desde arriba. Al todos esos personajes los controlo muy bien. Por eso me aburro.

Dice que, para usted, acabaron los vínculos. ¿Y el sexo?

El sexo para mí no existe, porque el sexo tiene que ser placentero y para mí nunca lo fue. Entonces, ¿para qué lo voy a intentar? Yo, antes, sufría, pensando que era un anormal, un mermado total, pero luego, al terminar con mi última pareja, me dije: yo esto lo vivo mal, pero no solo el sexo, también el emparejamiento, no entiendo ese “nos” de la pareja. Y desde entonces he descubierto que puedo vivir sin sexo, no tiene tanta importancia. Ni siquiera pienso en ello. Y para mí es una liberación.

¿Cuántas veces le han llamado egoísta?

No mucho, porque siempre he sido muy conciliador. Siempre poniéndome en la piel del otro. Incluso en el sexo. Que el otro estuviera bien, que no se diera cuenta de que yo no estaba ahí. He mentido mucho. Por eso es una liberación el no tener que mentir. Como mi madre, cuando se deshizo de mi padre. Hay un mundo en el que no hay que mentir, pero para eso tengo que estar solo. Soy muy tranquilo, muy preclaro, y la gente no quiere eso. La gente quiere ser mirada, pero no vista.

Visto lo visto, ¿ha merecido la pena desvelar sus abusos? ¿ha recibido consuelo o reparación?

Lo importante es que, aún, sigo recibiendo, por redes o incluso wasaps anónimos, mensajes de odio profundo. Del tipo: echarás de menos que ese hombre te folle. También he recibido calor. Pero, sobre todo, he aprendido que el tiempo de la política no se corresponde con nuestra realidad. Me ha decepcionado mucho emocionalmente. Yo he sido, soy, uno de los cinco niños que todavía son abusados diariamente en este país. Y eso me quita el sueño. El sufrimiento de los que no tienen voz.

¿No temió, al denunciar sus abusos, ser visto como el escritor abusado de España?

Ya nadie me pregunta por eso. Lo mío ya está olvidado. Al cabo de seis meses, ya había pasado. Los periodistas jóvenes me preguntan de qué va mi libro, sin habérselo leído, porque están aburridos. Y yo lo entiendo, porque hoy tienen mi entrevista y luego otra y estamos metidos en un túnel de lavado, entonces, se trata de coordinarnos un poco para que salga algo interesante, porque yo también me aburro, y aquí estoy, promocionando mi libro.

He leído que tiene altas capacidades. ¿Eso explica algunas cosas?

Todo. Lo descubrí cuando mi madre se divorció, en unos papeles en la mudanza. Eso me lo explicó todo. Mi incapacidad. Esta cabeza. Es horrible. Cuando dices que eres superdotado parece que estás fardando, ya quisiera yo que no fuera así. Yo puedo escribir una novela por la mañana y otra por la tarde, y entonces te dicen: pues serán una mierda, pero resulta que no lo serán tanto, porque llevo años viviendo muy bien de ellas. Es muy raro, porque fuera va todo muy lento, y dentro, muy rápido. Ser superdotado e hipersensible es una putada. Ahora, también te digo que, si los superdotados y los hipersensibles mandaran, el mundo sería distinto.

UNA VIDA

Alejandro Palomas (Barcelona, 57 años) ya había escrito tres novelas: Una madre, Un perro y Un amor, con la que ganó el Premio Nadal en 2018 cuando, en 2022, al ver casos similares en las páginas de EL PAÍS, denunció haber sido víctima de abusos sexuales entre los 9 y los 10 años por parte de un religioso del colegio La Salle de Premià de Mar (Barcelona). Creador de un universo familiar reconocido por más de 100.000 lectores, Palomas publica ahora Una vida, la cuarta obra de la saga, homenaje póstumo a Amalia, su madre e inspiradora. En abril, lanzará la versión en cómic y en junio se sienta con Juan Carlos Rubio a escribir la versión teatral de la tetralogía. Después, se autoimpondrá otro reto para seguir vivo. La literatura, confiesa, es su salvavidas.

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