Elías Díaz y el espíritu de la Constitución
La definición de España como “Estado social y democrático de Derecho” es el principal legado de uno de los grandes juristas del siglo XX, y también del XXI
En el Ateneo de Madrid, en el acto inaugural de las celebraciones de España en libertad. 50 años, uno de los asistentes, muy joven en comparación con la media de edad, sorprendió a todo el auditorio al lanzar su pregunta: “¿Qué es la democracia?”. Probablemente, la mejor respuesta posible podemos encontrarla en el artículo primero de la Constitución de 1978, que determina que “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho”.
Así, en primer lugar, nuestro país se define como un Estado democrático, porque la dinámica política está basada en la existencia de un sistema de partidos, garantía del pluralismo ideológico de la sociedad. Para su buen funcionamiento, es necesario que dichos partidos no se consideren como enemigos, sino como adversarios, por lo que contraponen regularmente sus programas y propuestas en elecciones libres —celebradas por sufragio universal—, reconocen todos ellos la legitimidad del resto para gobernar y aceptan, por tanto, la alternancia pacífica en el poder.
Como un Estado social, en segundo lugar, ya que se reconoce el derecho de toda la ciudadanía, sin discriminación de ningún género, a disfrutar de unas condiciones dignas de existencia. A este respecto, la Constitución hace especial hincapié en el derecho a la vivienda (artículo 47), la asistencia sanitaria (artículo 43) y la educación pública gratuita y universal (artículo 27). Todo ello sostenido por un sistema tributario articulado en torno a los “principios de igualdad y progresividad” (artículo 31).
Y, en tercer y último lugar, aunque no por ello menos importante, un Estado de Derecho, es decir, aquel en el que toda actividad se encuentra bajo el imperio de la Ley. Pero no cualquier clase de ley, sino únicamente aquellas surgidas de un parlamento elegido democráticamente, según las condiciones anteriormente expuestas. Y es que “no todo Estado es Estado de Derecho; la existencia de un orden jurídico, de un sistema de legalidad, no autoriza a hablar sin más de Estado de Derecho. Designar como tal a todo Estado, por el simple hecho de que se sirve de un sistema normativo jurídico, constituye una imprecisión conceptual y real que solo lleva —a veces intencionadamente— al confusionismo”.
Esta definición constitucional de España es, en buena medida, el principal legado de uno de nuestros grandes juristas del siglo XX, y también del XXI, el profesor Elías Díaz García, que falleció en Madrid el pasado lunes 3 de febrero de 2025, a los 90 años.
Nacido en Santiago de la Puebla (Salamanca), a Elías Díaz le debemos un libro fundamental, del que procede la cita anterior, para comprender la transición política y el aprendizaje del lenguaje de la convivencia por parte de toda una generación: Estado de derecho y sociedad democrática. Publicado por Cuadernos para el diálogo en octubre de 1966, fueron varias las ediciones agotadas tras superar los intentos del Ministerio de Información y Turismo para bloquear su aparición, dada la cercanía con el referéndum fake que la dictadura franquista estaba organizando para ratificar la Ley Orgánica del Estado. Más allá de esta coincidencia, nada casual, se trata de una obra que mantiene intacta toda su vigencia, como su noción de que estos tres pilares, democrático, social y de Derecho, resultan indisociables, de tal manera que si uno está en riesgo, todos lo están.
Lejos de limitarse al ámbito jurídico, Elías Díaz amplió rápidamente su espectro intelectual hacia otras disciplinas, como puso de manifiesto en su estudio sobre La filosofía social del krausismo español (1973), así como en otro trabajo de honda influencia entre los historiadores de la cultura: Pensamiento español en la era de Franco (1939-1975), redactado entre 1969 y 1974 con ocasión de una oportuna estancia en la Universidad de Pittsburgh tras un periodo de confinamiento derivado de su militancia socialista, una circunstancia que nunca consideró incompatible con el rigor debido al análisis académico, como él mismo reflexionaba en Socialismo en España: el partido y el Estado (1982).
Siempre fiel al título de uno de sus libros, De la Institución a la Constitución (Trotta, 2009), Elías Díaz era por añadidura una persona de una modestia y una amabilidad extraordinarias. Refractario a toda autocomplacencia, nunca dejaba pasar la oportunidad de escuchar lo que tuvieran que decirle las nuevas generaciones —”Los mayores aprendemos de esos odiosos jóvenes”, como decía divertido en una entrevista en la revista DOXA–, cuyas interpretaciones promocionaba y con cuyas dudas y dificultades era capaz de empatizar. Hasta la vista, viejo maestro, y sigue reconstruyendo la razón allá donde estés.