Philippe Boxho, el forense que ha vendido un millón de libros: “No tengo miedo a la muerte, lo que me asusta es la forma de morir”
El médico belga, un fenómeno editorial en los mercados francófonos, cuenta en su primer libro traducido al castellano casos sorprendentes en el ejercicio de su profesión, con ingenio y cierto humor negro
Lo peor de tratar con cadáveres es cuando entran en estado de putrefacción y emiten un hedor atroz. “Es un olor repulsivo, muy fuerte, se huele perfectamente, se mezcla con la saliva y acabas saboreándolo. Es insoportable”, dice Philippe Boxho. Curiosamente, lo recomendable no es salir corriendo, como pide el cuerpo, porque así se puede provocar el vómito. Lo indicado es aguantarse y permanecer: cuando el olor sature los receptores de la nariz, se hará mucho más liviano. Desde que practica este oficio, este médico no puede comer carne madurada: le sabe a cadáver putrefacto.
Boxho trabaj...
Lo peor de tratar con cadáveres es cuando entran en estado de putrefacción y emiten un hedor atroz. “Es un olor repulsivo, muy fuerte, se huele perfectamente, se mezcla con la saliva y acabas saboreándolo. Es insoportable”, dice Philippe Boxho. Curiosamente, lo recomendable no es salir corriendo, como pide el cuerpo, porque así se puede provocar el vómito. Lo indicado es aguantarse y permanecer: cuando el olor sature los receptores de la nariz, se hará mucho más liviano. Desde que practica este oficio, este médico no puede comer carne madurada: le sabe a cadáver putrefacto.
Boxho trabaja desde hace 30 años como forense en la ciudad belga de Lieja. En los últimos años, ha vendido alrededor de un millón de ejemplares de los tres libros donde cuenta las siniestras aventuras a las que le aboca su profesión. El primero de esos volúmenes se acaba de publicar en España (Los muertos tienen la palabra, Plaza y Janés), lo que le ha traído a presentarlo al Institut Français de Madrid, en cuya aséptica y colorida biblioteca, nada mortuoria, da la entrevista.
―¿Vivimos de espaldas a la muerte?
―No nos gusta, es un tema que sigue siendo tabú, del que no se habla. Se pierde el contacto con la muerte incluso cuando vamos a una ceremonia funeraria: los ataúdes están cerrados, ya no se ve al fallecido. La muerte no forma parte de la vida cotidiana.
―Entonces, ¿cómo se explica que usted haya vendido un millón de ejemplares?
―No me lo explico.
Lo que sí ha hecho es preguntar a algunos de sus lectores, que le han respondido algunas razones que se evidencian al leer su libro: el liviano humor con el que trata el tema, los capítulos cortos con historias de crímenes reales (en momentos de auge del género de true crime) o la influencia en el imaginario de las series relacionadas, como las diferentes CSI, con las que Boxho es crítico por la falta de verosimilitud.
El autor relata el caso de la joven Marie, lesbiana, que acribilla a su padre porque este no tolera su orientación sexual. El forense la salvó de la cárcel: la víctima, encontró en la autopsia, llevaba horas muerta por un ictus. Y no se puede asesinar a un muerto. Otro caso no es tan sencillo: un hombre arroja el cuerpo de su mujer para que los cerdos la devoren. El hombre asegura que la encontró muerta antes de echársela a las bestias. Es frustrante: sin cuerpo no se puede verificar la historia.
En otra ocasión a un padre le anuncian la muerte de su hija desaparecida, justo al poco de fallecer su mujer, y este la entierra con infinito dolor. Hasta que esa misma tarde suena el teléfono y saluda la hija, vivita y coleando, tan contenta. No regresó de entre los muertos, nadie lo hace: se había identificado mal al cadáver. Un caso más es el de las dificultades que encuentra un hombre para tratar de quitarse la vida.
―Las personas son, por fuera, algunas más hermosas que otras. ¿También por dentro?
―Pues cuando tenía citas con mujeres, antes de casarme, nunca pensaba en sus estómagos o intestinos… Lo cierto es que por dentro somos todos más o menos iguales, aunque hay cadáveres especialmente horribles, como el de los alcohólicos. Tienen el hígado hinchado y graso, hace un sonido asqueroso al presionarlo. Los que tienen cirrosis son como una cicatriz enorme.
Boxho cree que es de gran interés conocer el funcionamiento del cuerpo, que todavía resulta muy misterioso: hasta se antojan difíciles de comprender las numerosas reacciones bioquímicas que suceden dentro de cada célula. La Iglesia, según relata, estuvo tradicionalmente en contra de las autopsias. A partir del momento en que nos preguntamos por la anatomía podemos preguntarnos por su funcionamiento. “Y eso podría no estar en consonancia con la idea de que el alma le daba vida al cuerpo”, explica el médico. “Íbamos a descubrir algo diferente a la doctrina de la Iglesia”.
Más allá de cadáveres, fauna cadavérica, fluidos y asesinatos, su trabajo le lleva a conocer una amplia gama de condiciones sociales, y entre ellas tal vez se encuentre lo más duro del trabajo: la soledad, la pobreza, la exclusión social. Muchos de los casos que relata tienen que ver con personas que fallecen sin que nadie las eche en falta, incluso durante años. En uno de ellos encuentran un cuerpo esqueletizado, con apenas unos colgajos de carne, olvidado durante semanas, que ha sido devorado por miles de moscas que infestan la habitación, cuyos propios cadáveres hacen el suelo crujiente y hacen opaco el cristal de las ventanas. Cuerpos abandonados, algunos momificados. “La soledad humana es dramática”, dice el autor.
Sacar a los muertos para el almuerzo
En el libro, sin embargo, se prefiere el humor (a veces negro) y el ingenio. Siempre con respeto: ha dicho Boxho muchas veces que él no se ríe de los muertos, sino de las formas que existen de morir. El respeto por los muertos está, además, en los orígenes de las civilizaciones humanas. “Consideramos que empiezan con los entierros, por los ritos funerarios. Son la prueba de que comenzamos a preocuparnos por los demás. Y esos ritos han ido evolucionando y cambiando de un lugar a otro. ¡En algunos lugares se desentierra a los muertos una vez al año para comer con ellos!”.
En ocasiones se dice que nuestros ritos funerarios, ahora que la muerte es temible y obscena, no son todo lo naturales y cercanos que deberían ser. Eso dificulta los duelos. “Antes se conservaba al muerto en casa, yo eso lo he vivido, ahora el cuerpo se quiere tener lejos y durante poco tiempo, por ejemplo en un velatorio de cinco a siete de la tarde… Alejamos la muerte de nosotros”, dice el forense. Aunque no vaya por eso a dejar de acercarse.
Tanto tratar con la muerte, y Boxho no tiene miedo de morir. Curiosamente, antes de ser médico iba para cura. “Cuando era creyente, tenía fe en la vida eterna, esperanza respecto a lo que pudiera ocurrir después, y sigo envidiando mucho a los creyentes por ello. Pero la muerte no me asusta en absoluto porque es inevitable. Lo que sí me asusta es la forma de morir”, dice. La más dulce es un infarto en plena noche, mientras uno duerme, abrigado por las sábanas. Las peores son quemado o ahogado. “No me gustaría morir de esas maneras”, dice.
―Pero ¿no le asusta la Nada?
―¿Por qué? Ya era así antes de nacer.