Cualquiera puede ser gallego, por eso hay muchos Manuel Rivas

Hay un ‘tono Rivas’ que tiene la poesía como célula madre, pero que adopta con toda naturalidad las voces que necesita cada historia

El escritor gallego Manuel Rivas, en el hotel Macarena de Sevilla.Julio Muñoz (EFE)

Hasta no hace tanto, como decía el clásico, España era un país que no daba para tener dos ideas diferentes sobre la misma persona. Por eso sorprende el éxito de Manuel Rivas, que tenía muchas papeletas para que los lectores de novela lo desdeñaran por poeta; los de poesía, por escribir cuentos y todos, por ser periodista. Para sortear el prejuicio sumarísimo, a Rivas no le ha quedado más remedio que hacerlo todo bien. De ahí que ...

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Hasta no hace tanto, como decía el clásico, España era un país que no daba para tener dos ideas diferentes sobre la misma persona. Por eso sorprende el éxito de Manuel Rivas, que tenía muchas papeletas para que los lectores de novela lo desdeñaran por poeta; los de poesía, por escribir cuentos y todos, por ser periodista. Para sortear el prejuicio sumarísimo, a Rivas no le ha quedado más remedio que hacerlo todo bien. De ahí que un premio como el de las Letras Españolas parezca pensado para él. No por españolas, que también, sino por las benditas letras. Dicen que consagra una trayectoria, pero en su caso también consagra una pluralidad de voces. Muy distintas y, al tiempo, muy reconocibles. Como un sabor que mucho fuera más que la simple suma de sus ingredientes. Si se llamara Premio Nacional de la Sopa de Letras Españolas también tendría sentido.

Hay un ‘tono Rivas’ que tiene la poesía como célula madre —la expresión es suya— pero que adopta con naturalidad —y esa palabra es clave— las voces que necesita cada historia. Es un gran narrador oral y un gran —con perdón— notario de la oralidad. Sus pescadores hablan como pescadores y sus empleadas de supermercado como empleadas de supermercado.

Los sociólogos de la literatura podrán decir que Manuel Rivas es un pionero, o sea, un explorador de tierras nuevas. Mezcló versos y cuentos en un mismo volumen cuando por esos mundos solo John Berger disponía así los cultivos y puso a hablar a los animales en una novela —te los creías— cuando la palabra campo sonaba a posguerra o a bucolismo sin ordeñadora mecánica, cuando la ecología era cosa de alemanes y el sintagma realismo mágico, con algo de razón, una etiqueta sospechosa. La España vacía ya estaba vaciada, pero la literatura miraba a la España llena. Y a la España hueca. Para colmo, se empeñó en bucear en la Guerra Civil algunos años antes de que la memoria fuera histórica.

La sociología podrá decir, y hará bien, que es un revolucionario de las letras gallegas, etcétera y etcétera. Pero también tendría que decir que es autor de obras maestras como En salvaje compañía, ¿Qué me quieres, amor?, El lápiz del carpintero o El periodismo es un cuento. Y de uno de los grandes libros autobiográficos de la literatura europea reciente, Las voces bajas, que rezuma —junto a las virtudes habituales— dos de los ingredientes fundamentales en el ‘tono Rivas’: la ironía y la tristeza.

Alguna vez ha contado él mismo que un profesor de matemáticas que lo pilló escribiendo un poema en clase, le requisó el cuaderno y, en lugar de echarle la bronca, le dijo: “¿Por qué siempre escriben ustedes cosas tan tristes?”. Fue entonces cuando se descubrió como miembro del viejo “club de los tristes” y se buscó un antídoto moderno: la distancia irónica.

Hablando de distancias oceánicas, también ha contado lo que dijo en la TVG un abuelo al que trajeron de la emigración argentina en los tiempos de Fraga. Cuando le preguntaron cómo se sentía, respondió: “Muy bien, porque esto demuestra que cualquiera puede ser gallego”. Eso tranquiliza. No todos podemos ser Manuel Rivas, pero Manuel Rivas puede ser muchos de nosotros.

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