Una visita al taller de Rubens: el obrador donde se pintaron las mejores superproducciones del barroco
El Museo del Prado inaugura una exposición que recrea el santuario del artista flamenco y sus trabajos con múltiples colaboradores
En el mundo contemporáneo se tiene asumida la producción en serie de obras de arte concebidas para dominar el mercado. Damien Hirst, Jeff Koons o antes Andy Warhol serían buenos ejemplos de esa manera de producir en serie. En estos casos, es la marca la que determina precios y éxitos. Pero no son estas famosas celebridades las inventoras de la producción masiva. En un largo viaje al p...
En el mundo contemporáneo se tiene asumida la producción en serie de obras de arte concebidas para dominar el mercado. Damien Hirst, Jeff Koons o antes Andy Warhol serían buenos ejemplos de esa manera de producir en serie. En estos casos, es la marca la que determina precios y éxitos. Pero no son estas famosas celebridades las inventoras de la producción masiva. En un largo viaje al pasado, se podrían investigar varios nombres entre la élite de los maestros históricos (Rafael, Guido Reni, Luca Giordano), pero sobre todos ellos destaca Pedro Pablo Rubens (Siegen, 1577-Amberes, 1640). Conocido como el príncipe de los pintores, Rubens fue también el más exitoso y prolífico. A él y a su taller (también se les llamaba obradores de pintura) se le atribuyen alrededor de 2.000 obras, un centenar de las cuales se encuentran en Madrid.
El Museo del Prado inaugura una exposición en la que detalla cómo pintaba Rubens y explica cómo los pintores europeos trabajaban en talleres y se valían de múltiples colaboradores. La exposición, comisariada por Alejandro Vergara, permanecerá abierta en la sala 16 B del edificio Villanueva desde este martes hasta el 16 de febrero. La muestra está compuesta por más de 30 obras que incluyen pinturas realizadas por el maestro, otras pintadas por sus ayudantes y otras en las que los expertos pueden fijar el grado de aportación entre el artista y sus colaboradores.
La parte central de la sala revive lo que pudo ser el taller. El director del museo, Miguel Falomir, reconoce que puede haber bastante fantasía en la recreación, pero que todo es verosímil porque se han fijado en cuadros en los que se reproducía el taller de Rubens. Los utensilios, materiales, muebles y otros objetos característicos del oficio de pintor (pinceles, paletas, telas, tablas, caballetes, tientos) se mezclan entre sí para dar idea de gran actividad. Sobre una silla, hay un toque definitorio de la personalidad del elegante y atractivo Rubens: una espada y un sombrero negro teñido con palo de Campeche, un tinte originario de México que por entonces era una señal de máxima exquisitez. El sombrero ha sido realizado por la sombrerera Ana Lamata, inspirándose en retratos suyos.
Hombre muy culto y cosmopolita (hablaba cinco idiomas), Rubens vivió mucho tiempo en Italia y recibió encargos de las cortes de España, Francia e Inglaterra. Pero su taller siempre estuvo en Amberes, lo mismo que su auténtico hogar, una casa que transformó en palacio italiano y que actualmente puede ser visitada por los turistas. En el taller, cuenta Alejandro Vergara, podían confluir alrededor de 25 personas. Cada una de ellas con una ocupación diferente. Dado el amplio volumen de encargos, los pintores simultaneaban el trabajo sobre varias obras a la vez.
Vista la esencia de lo que pudo ser el taller, las pinturas colgadas en las paredes han sido elegidas para desmenuzar la manera de pintar de Rubens y dar una idea de la magnitud de sus encargos. En un artículo dedicado al artista, el escritor Antonio Muñoz Molina le definía en este periódico como un Spielberg de las superproducciones visuales del Barroco, un Cecil B. DeMille del catolicismo belicoso de la Contrarreforma. “Su imaginación plástica”, añadía el escritor, “y su destreza técnica se combinan con las cualidades organizativas y ejecutivas propias de un director en la era de los grandes estudios. Igual que en el caso de muchos de ellos, el esplendor de sus creaciones tiene también algo de desmedido y de impersonal, una sospecha de vacuidad retórica, de manufactura a gran escala”.
¿Cómo elegía a los componentes de su equipo? El artista Jacobo Alcalde Gibert lo cuenta en un vídeo de seis minutos que se proyecta en un lateral de la sala. Ahí el espectador se entera de que los talleres eran los espacios donde los pintores desempeñaban su oficio. No eran una escuela. Rubens escogía a los artistas por especialidad, en función del asunto que primara sobre el encargo de turno. Podían ser frutas, telas, marinas o cualquier otro motivo. Además de la especialización, Rubens siempre quería contar con un gran maestro. El caso más famoso es el de Anton van Dyck, con quien colaboró en muchas de sus obras.
Alejandro Vergara muestra varias tandas de cuadros inacabados, como los retratos de Hélène Fourment con sus hijos y María de Medici, para explicar el proceso básico de realización de la obra. “El procedimiento era lento. Se avanzaba poco a poco, en distintas capas: sobre la imprimación se aplicaba el dibujo; sobre este, el bosquejo y, sobre el bosquejo, el color en capas más o menos transparentes”. Cada cuadro podía llevar unos 60 días de trabajo colectivo.
Según Vergara, no hay dudas entre los expertos sobre los cuadros que fueron pintados solo por Rubens, en cuáles participó activamente o en cuáles dio unos retoques. Todos los bocetos de las obras eran suyos. Esos bocetos son los que presentaba al cliente y son también los que le permitían fijar los precios. Si el cliente requería más intervención del artista, este se ocupaba de la textura final de la pintura. Cuanta más mano del artista, más aumentaba la cantidad a pagar. “Si yo hubiera pintado el cuadro sin ayuda, hubiese costado el doble”, escribió el propio artista.
Tampoco hay dudas sobre las copias salidas del taller o de su propia mano. Ante dos retratos de Ana de Austria, Vergara afirma que la autoría de Rubens se ve en las vacilaciones de la mano que pinta: “En la copia del taller no hay ninguna vacilación. Lo natural de un artista es que la mano le tiemble”.