El cambio radical de Daniel Craig asombra al festival de Venecia: del icono hetero James Bond al sexo gay explícito de ‘Queer’
El actor da un giro extremo a su carrera en la nueva película de Luca Guadagnino, basada en el libro homónimo de William S. Burroughs, donde interpreta a un hombre adicto al alcohol, las drogas y el amor
Al principio de sus películas, el agente 007 siempre le dispara al espectador. Daniel Craig lo hizo hasta cuatro veces. Y tan bien que dejó al público herido de muerte cuando decidió marcharse. Finalmente, regresó para una quinta y última entrega. Pero, después, se fue a perseguir nuevas aventuras. Y, este martes, volvió a golpear a los asiste...
Al principio de sus películas, el agente 007 siempre le dispara al espectador. Daniel Craig lo hizo hasta cuatro veces. Y tan bien que dejó al público herido de muerte cuando decidió marcharse. Finalmente, regresó para una quinta y última entrega. Pero, después, se fue a perseguir nuevas aventuras. Y, este martes, volvió a golpear a los asistentes desde la pantalla con el encargo más atrevido de su carrera: un papel radicalmente opuesto. De impecable icono hetero, galán magnético para tantas chicas Bond, a escritor gay adicto a drogas, alcohol y coitos, con secuencias de sexo explícito incluidas. Aunque Luca Guadagnino, director de Queer, presentada en concurso en el festival de Venecia, bromeó con que ambos personajes quizás no estén tan lejos: “Nadie conoce los deseos de James Bond. Punto. Lo importante es que resuelva correctamente la misión”.
El propio cineasta suponía otro atractivo del filme: se trata del largo que soñaba con hacer desde que leyó, con 17 años, la novela homónima de William S. Burroughs. “Un libro con un título diverso, sin juicio hacia los comportamientos, con romanticismo. Me cambió para siempre”, confesó ante la prensa. La obra, escrita en 1952 e inacabada, no pudo ser publicada hasta 1985: un intenso amor homosexual empapado con opio y mezcal resultaba demasiado escandaloso para la época. Quizás todavía hoy, para algunos. En la Mostra, sin embargo, sumaba otra razón para convertirla en una de las películas más esperadas. Lo cierto es que termina seduciendo, pero tras un largo exceso de preliminares.
“Dije sí por este gran hombre a mi lado [Guadagnino]. Hace 20 años que quería trabajar con él. Si no hubiera estado en esta película y la hubiera visto, habría querido ser el protagonista. Son el tipo de filmes que pides hacer, los que te retan”, afirmó Craig, al que fue dirigida buena parte de las preguntas de la prensa. Y todas las miradas, desde luego, durante la proyección. En Queer, encarna a William Lee, estadounidense expatriado a la Ciudad de México de 1950, que se pasa los días en bares, a menudo solo, pero siempre deseoso de la compañía de un tequila, una charla y algún amante. Una suerte de alter-ego del escritor, considerado uno de los padres de la literatura beat. Hasta la fulguración, también autobiográfica, por un joven estudiante.
Lee arde y se obsesiona. El muchacho corresponde a ratos, hasta cierto punto, parece que cada vez más. El filme construye a un hombre enamorado, a la vez entregado y perdido en el romance, así como en sus otros placeres. Y Craig también se consigna al filme en alma y cuerpo, literalmente, junto con el coprotagonista, Drew Starkey. Un coordinador de intimidad les acompañó para resolver los momentos más delicados. “Ensayamos muchos meses antes de filmar. No hay nada íntimo en las secuencias de sexo en un plató, porque hay mucha gente que te mira, pero queríamos que fuera conmovedor, realista, lo más natural posible”, dijo la estrella.
Difícil que le valga un premio, porque el Adrien Brody visto en The Brutalist se antoja inalcanzable. Pero su interpretación merece cuando menos un aplauso, tanto por el riesgo y el valor como por el resultado. Y por un largo trabajo de visionado previo de entrevistas a Burroughs, para reproducir su habla comedida, pero también intuir cómo era de verdad por dentro.
Y eso que Guadagnino ni siquiera le iba a proponer el papel. Admiraba a Craig, pero lo veía utópico: “Tenía una intuición que sofoqué. Soy muy pragmático. Las películas hay que hacerlas. Me sugirieron su nombre. Dije: ‘No querrá nunca’. Pero lo intenté, y aceptó. Una de características principales de los grandes actores es su generosidad, la capacidad de ser muy mortales en la pantalla. Pocos intérpretes legendarios dejan ver su fragilidad y Daniel es uno de ellos”. Y la película también le agradece al divo el sostén en la primera mitad, cuando el resto no termina de funcionar. Quizás al cineasta le traicionara el cariño hacia el libro y el personaje. Él se los conoce de sobra, los adora. Y parece dar por hecho que así será también para el público, sin preocuparse de mimar y profundizar más su retrato. Así que el comienzo de Queer se desliza de manera plana, casi superficial, entre chupitos, felaciones y una narración cuasi canónica.
Por suerte, hacia la mitad de las dos horas y 20 minutos, algo cambia. En la trama, con el viaje a Sudamérica de los dos amantes. En la dirección, con un mayor despliegue del talento visual y metafórico al que el cineasta italiano ha acostumbrado. Y, en general, en la sensibilidad del conjunto, que va enriqueciendo a su protagonista, refuerza su discurso sobre amor, pérdida y soledad, y crece hacia un emocionante epílogo.
Aunque en la Mostra también se pudo escuchar la opinión contraria. Y otras muchas. Guadagnino casi siempre divide y da que hablar. Como cuando le preguntaron por sus propias adicciones en la rueda de prensa y soltó: “Voy a dormir muy pronto, nunca he tomado drogas, ni fumado un cigarro y he perdido 15 kilos a través de una dieta. Soy bastante riguroso. Puedo contar con dos manos los amantes que he tenido. Y, dicho esto, me gusta la idea de ver a la gente y no juzgarla, de asegurarte de que te identifiques incluso con la peor persona”.
Así es el cineasta en sus obras, en las entrevistas, a saber si en la vida. Directo, provocador, retador, estimulante, perfeccionista, polémico, controlador. Intrigante en Yo soy el amor, sobrecogedor en Call Me By Your Name. Pretencioso, sin embargo, en Cegados por el sol. Y apagado en Hasta los huesos, su última visita al Lido, en 2022, al menos según la mayoría de críticas: el jurado le dio el premio a la mejor dirección. Rivales, su anterior largo, también dejó reseñas de todos los colores.
Debía, por cierto, inaugurar el festival del año pasado, hasta que su estreno fue retrasado por la huelga de actores y guionistas que entonces paralizó Hollywood. Justo durante aquel rodaje, en todo caso, Guadagnino empezó a concebir, al fin, Queer. El proyecto siempre había estado en su cabeza. Entre otras cosas, por la “lealtad” que le debía al Luca adolescente que tanto se vio sacudido por la novela. Pero solo hace poco se empezó a concretar, con el mismo guionista de Rivales, Justin Kuritzkes.
Guadagnino espera haber rodado una obra burroughsiana y también un guiño al cine de Michael Powell y Emeric Pressburger, influyentes creadores en los cuarenta y cincuenta de filmes como Las zapatillas rojas o Narciso negro. “Espero que al final el espectador pueda sentir una reflexión sobre uno mismo. ¿Quiénes somos cuando estamos solos, y a quién buscamos? ¿A quién queremos a nuestro lado, seamos quiénes seamos?”, planteó. Y citó las últimas palabras del diario de Burroughs: “Nuestro amor crecerá más vasto que los imperios”. La rueda de prensa terminó. La conversación seguirá. Como siempre con él.
A la creadora griega Athina Rachel Tsangari también se le atribuía cierta capacidad de generar polémica. Por su larga colaboración con el cineasta provocador más célebre de su país, Yorgos Lanthimos. Y por su propio recorrido fílmico, cuyo último capítulo, Chevalier, de 2015, era una sátira sobre la masculinidad tóxica. En efecto, con Harvest, segundo largo del día en el concurso, basado en una novela de Jim Crace, trajo unos cuantos temas de debate. Pero, sobre todo, una película coherente, sólida y preciosa, rodada en unos nostálgicos 16 milímetros.
Campiña inglesa, finales del siglo XVI. El amo y los granjeros viven en relativa armonía, comparten sin demasiados conflictos los cultivos y sus frutos. Pero cada vez más nubarrones empiezan a rodear la comunidad. Los destrozos que causa algún vecino tras consumir setas silvestres; la llegada de visitantes inesperados, incluido un diseñador encargado de convertir en mapas precisos su aproximada visión de naturaleza y propiedad. Y, sobre todo, la gran tormenta de la revolución agrícola: de bienes colectivos, los terrenos deben pasar a pertenecer a los grandes propietarios. Harvest narra la amenaza del progreso, el límite entre impotencia, pusilanimidad y servidumbre, y la manipulación que ejerce el poder. Desata las guerras, pero nunca las combate: prefiere encargárselas a los pobres. Hace cinco siglos igual que hoy. La misma astucia. La misma desfachatez.