El universo romano de Veronica Raimo, la escritora superventas del barrio de Pigneto

Un paseo por los lugares que enmarcan el libro que ha catapultado a la fama a la autora, ‘Nada es verdad’, donde retrata su infancia y adolescencia

La escritora Veronica Raimo, en la librería Tuba, en el barrio de Pigneto (Roma).Antonio Masiello (Antonio Masiello/EL PAIS)

Acceder en tranvía en verano al barrio de Pigneto en Roma es un reto para exploradores decimonónicos. Las viejas cabinas verdes traquetean sin aire acondicionado desde la estación de Termini hasta llegar al vecindario que desde hace décadas atrae la vida bohemia de la ciudad. Sus calles caóticas sin aceras atravesadas por raíles y puentes son una muralla eficaz contra el ejército de turistas para que los cafés y vinerías locales mantengan encanto. La puerta del bar Zazie Metro, en vía Ettore Giov...

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Acceder en tranvía en verano al barrio de Pigneto en Roma es un reto para exploradores decimonónicos. Las viejas cabinas verdes traquetean sin aire acondicionado desde la estación de Termini hasta llegar al vecindario que desde hace décadas atrae la vida bohemia de la ciudad. Sus calles caóticas sin aceras atravesadas por raíles y puentes son una muralla eficaz contra el ejército de turistas para que los cafés y vinerías locales mantengan encanto. La puerta del bar Zazie Metro, en vía Ettore Giovenale, 16, está plagada de todo tipo de carteles y pegatinas combativas contra la invasión de Gaza, el patriarcado, el capitalismo… Ahí nos espera Veronica Raimo (Roma, 46 años), una de las habitantes ilustres del barrio. En ese local escribió tras la pandemia Niente di vero (Nada es verdad, Libros del asteroide), un auténtico superventas con más de 100.000 ejemplares vendidos en Italia y más de 15.000 en España y Latinoamérica.

Dice el veterano director del New Yorker, David Remnick, que ya es muy difícil hacer perfiles periodísticos profundos porque en la era de las redes sociales los autores, deportistas o políticos no encuentran el motivo para entregar su tiempo a una persona que no conoce de nada y le haga preguntas que no quiere responder. Sin embargo, Raimo acepta entregar dos días de su vida a tratar de explicar todos los entresijos de su celebrada escritura: “Si realmente crees que a alguien le puede interesar. En realidad estos días solo tengo que pintar una pared de mi casa”, responde con esa encantadora ironía romana difícil de descifrar.

La primera parada comienza mal porque el Zazie Metro está cerrado por reformas. Por suerte la escritora ya escribió hace varios años un magnífico artículo en el que explica su divertida interacción con los habituales del local: “Un día a la semana celebran una reunión colectiva en el bar, y cuando el tono se vuelve más acalorado, se toma en consideración la antigua cuestión de leninismo frente a trotskismo, sin ningún tipo de ironía o sentimentalismo. En esas situaciones siento que algo se duerme en mi interior y el hecho de que haya un Mac apoyado sobre mi mesa me parece uno de esos errores cinematográficos cometidos por observadores astutos, como la bombona de gas en la parte trasera del carro de Gladiator”.

Veronica Raimo, en una de las calles del barrio Pigneto. Antonio Masiello (Antonio Masiello/EL PAIS)

Junto a un sofá que hacía de cama de un sin hogar y una lista de Spotify en la que sonaba desde Mano Negra a Rage Against the Machine pasando por baladas de free jazz sureñas, Raimo escribió el libro de su vida. “He contado siempre en las entrevistas cosas que son un poco mentira. Bueno, directamente me he inventado algunas cosas. Siempre digo que el libro fue pensado para una obra de teatro, pero en realidad no fue del todo así. Antes de la pandemia tuve un ruptura sentimental con mi pareja, con la que llevaba 14 años, y me mudé de casa, pero con el confinamiento me aterraba vivir sola, así que volví a casa con mi ex y un amigo. Fue como la peli de Bertolucci [Soñadores] pero sin sexo. Nuestra casa se convirtió en una especie de refugio para los amigos del barrio. Supongo que esta decisión en pleno confinamiento para evitar contagios tiene algo que ver con la germenfobia de mi padre”, confiesa. Lleva un año de promoción dando todo tipo de respuestas sobre qué hay de verdad y de mentira en la vida de la protagonista, pero cuando revela detalles reales de su vida que también están narrados en el libro es imposible no interrumpir.

—¿Así que la hipocondria paranoide del padre en el libro es cierta?

—Sí, absolutamente.

Vero, protagonista del libro y alter ego de la autora, fue una niña maltratada por un padre colérico que vivía obsesionado con evitar que su hija entrara en contacto con gérmenes desde el desastre nuclear de Chernóbil. Los lectores, que alguna reseña ya nombra como veroniquers, gozan con las excentricidades de este progenitor que envuelve en papel de cocina a su hija para evitar que sude en verano durante un reumatismo. También le prepara decenas de remedios desinfectantes de dudosa eficacia con alcohol. La consecuencia evidente en el comportamiento de la Veronica real fue marcarse “un Boris Johnson” compartiendo su casa en fiestas pandémicas con medio Pigneto. En la adolescencia, cuando conseguía zafarse de sus padres ultracontroladores, acudía a las calles en busca de experiencias con otras sustancias menos confesables. Y en su juventud aplicó cierta perspectiva punki con los rigores burocráticos de las becas universitarias que la llevaron a hacer de Berlín su segunda ciudad para estudiar el cine de la Alemania Oriental. Básicamente, es una persona que acumuló suficiente represión en su infancia como para hacer lo que le viniera en gana el resto de su vida.

La primera que leyó el manuscrito de Nada de verdad fue su amiga Alice, que la desanimó. Le dijo que le faltaba un marco a la historia, lo veía inacabado. Un escritor en Milán que desencadenó sentimentalmente el libro le decía que estaba perfecto. Vero no sabía qué hacer y se lo mandó a su editora en Nueva York, que no lo pudo leer porque no sabía italiano. La vida de Veronica Raimo tiene estas cosas, una agente literaria de una escritora italiana que no sabe italiano. La conoció antes del triunfo de su libro, cuando escribió un exitoso cuento que acabó traducido al inglés. Ese texto ya refleja la fría ironía que caracteriza su escritura: “Vivo en Pigneto, considerado el corazón alternativo de la capital, el antiguo barrio de Pasolini, donde cada semana viene algún periodista ingenioso con la misión de revelar al mundo que entre las calles Prenestina y Casilina se esconde un Williamsburg romano. Pero en el bar donde desayuno solo hay vejestorios rompepelotas que nunca conocieron a Pasolini, nunca participaron en la resistencia contra los fascistas y nunca tuvieron nada que decir a la posteridad aparte de quejarse de sus dolores y molestias geriátricas. Y en mi edificio hay otros vejestorios rompepelotas y un par de exconvictos que dejan los excrementos de sus perros delante de la entrada y se pasan el resto del día traficando con droga en la sala de cartas de abajo donde Pasolini es considerado un maldito rojo pederasta”.

Cenamos unos deliciosos nerviti (cartílagos de ternera en vinagre), embutidos y queso con vino blanco típico del Lazio, en la Enoteca de la vía Macerata número 58 donde se produjo el momento que cambió su vida. De hecho, elige la misma mesa de la terraza donde de repente comenzaron a llegar múltiples respuestas de editoriales que querían publicar el libro. “No me había sucedido nunca. Mi amiga Alice, que estaba conmigo y me había recomendado darle una vuelta, empezó a pedir perdón sin parar mientras nos reíamos. Sí, fueron cinco minutos de felicidad”, recuerda. Finalmente apenas modificó el manuscrito, se negó a incluir cualquier justificación que ayudara a etiquetar el libro en algún tipo de género y el éxito fue rotundo. “Gracias al libro me he podido comprar mi casa, que comparto con la propia Alice”, reconoce.

— ¿Tiene algo de un nuevo libro?

— No.

— Pero le habrán pedido más historias después del éxito.¿Le presiona eso?

— Mi única presión es cómo consigo dejar de sentirme culpable por ser una perezosa que no escribe.

— No se la ve muy feliz con su éxito.

— ¿Tú eres feliz? No sé.

Viene de Grecia y en los últimos meses ha pasado por varios festivales de países europeos y latinoamericanos atendiendo a la promoción y nominaciones de premios como el prestigioso Booker. Asegura que le ha pedido a su editora que acepte lo mínimo posible, aunque en otoño le espera un certamen en Palma de Mallorca. Se percibe en ella una nube negra emocional que explica su búsqueda de refugio en Pigneto. Todos los traumas de infancia y juventud relatados con arte en Niente di vero han tenido duras consecuencias para ella. Fantasmas que aparecen cada día. Antes del encuentro para cenar tenía prevista la entrega del guion de una película escrita a medias con su hermano Christian Raimo. Los veroniquers conocen esta relación fraternal, pero para los no iniciados en los hermanos Raimo se puede decir que el mayor de esta peculiar familia italiana recibió un descarado trato de favor por parte de sus padres siguiendo los preceptos del patriarcado más conservador. El niño era el talentoso, ella no. “Le pedí que escribiera el guion conmigo y una amiga, pero al final no ha hecho nada y hemos tenido una discusión”.

Su hermano Christian es un personaje popular en Roma. Muy comprometido con la izquierda, fue concejal en el Ayuntamiento y recientemente se presentó a las elecciones europeas por una coalición de izquierdas. Además de militante y político, es un rostro conocido en los medios, donde acude a atizar a la derecha, a veces con disgustos. Estos días vive pendiente de un juicio por haber insultado a un ministro de la presidenta Giorgia Meloni. Lleva al extremo su compromiso político, acoge en su casa a personas sin hogar y añade además una fe religiosa que eligió él mismo como una especie de epifanía. Veronica cuenta con él para sus proyectos literarios porque también es escritor.

Veronica Raimo, en la librería cafetería Lo Yeti, en el barrio de Pigneto. Antonio Masiello (Antonio Masiello/EL PAIS)

“Mi madre sufre muchísimo que el éxito del libro no haya sido para mi hermano”, confiesa en la terraza de uno de sus bares favoritos de Pigneto, la librería cafetería Lo Yeti (via Perugia,4). Su malhumorado propietario, Maurizio, vive indignado con la gentrificación del barrio, aunque a ella la respeta. “Vero, hay sitio en la terraza”, gruñe nada más verla. Después se enzarza en una discusión sobre fútbol: “Si te gusta el fútbol tienes que ir con Francia, es el equipo de la libertad, el de los jugadores que defienden a los emigrantes frente a los fascistas. ¿España?… Hay que ir con Francia”, teatraliza apretando los puños como si le fuera la vida en las semifinales de la Eurocopa. El bar sirve de parada hasta la presentación de un libro en el Parque de Il Torrione, donde el barrio monta coloquios literarios al aire libre cada día durante el verano.

En verano en Pigneto casi hay más escritores que vecinos y esa noche todos deambulan por el parque, donde nadie presta atención a la construcción circular de más de 2.000 años que preside uno de los escasos parques del barrio. Es un mausoleo romano que en casi cualquier ciudad del antiguo imperio sería monumento nacional, pero en Roma es eso, un torreón. En un escenario dos jóvenes intelectuales charlan sobre literatura con la autora de un libro. Uno de ellos hace un preludio larguísimo a una pregunta intrascendente que comienza así: “El libro de Paola habla de filosofía, pero no de cualquier filosofía, de una filosofía ¡con F mayúscula!…”. La frase, de rimbombante parece un chiste, y es comentada después por otras amigas escritoras cuando el teléfono de Raimo se ilumina con la palabra mamma. Sí, Francesca está al teléfono (es una de las frases más desternillantes del libro cuando la autora caricaturiza a su omnipresente madre).

-Sí, mamma… sí… sí, no, no es un teatro. No sé, un dj… sí, sí… Ahora no puedo hablar. No, no puedo. Ciao, ciao.

La escritora suelta el teléfono alterada sobre la mesa. Efectivamente, Francesca es Francesca y esa madre es tal cual se cuenta en el libro. Vero muestra la pantalla de sus últimas conversaciones. Reiteradas llamadas perdidas entrelazadas con links de casas para que se mude a un barrio más tradicional y otros enlaces con noticias sobre la influencer Chiara Ferragni, a la que pone como ejemplo de empresaria y madre a su alternativa hija de Pigneto.

—¿Se enfadó cuando leyó el libro?

—Leyó la primera parte y me dijo: “Cuánto sufrimiento ¿no? Bueno, espero que te haya servido escribirlo”. Y tras ese mensaje, nunca más me ha vuelto a decir nada.

La intrahistoria de las relaciones de la novelista con su familia revela profundas heridas que todavía supuran. Necesita tiempo para encontrar el impulso que la siente en el ordenador para algo más que la tarea que la ocupa la mayor parte de su tiempo activo, traducir a Charles Dickens al italiano. A veces concede alguna colaboración a algún periódico. Una de las últimas fue una petición del The New York Times para comentar el rotundo éxito de la película italiana Siempre nos quedará mañana, de Paola Cortellesi, una historia sobre violencia de género en la posguerra italiana que ha cosechado innumerables premios, además de una legión de espectadores que salen encantados del cine. No fue el caso de Raimo, a quien disgustó profundamente el tratamiento que la directora otorgó a las palizas que recibía la abnegada protagonista de la película. Raimo considera además inverosímil que en un retrato de la Italia de los 40 no aparezca algún personaje antifascista: “La lucha contra el patriarcado es inseparable de la lucha contra la cultura de una derecha radical que nunca ha renunciado al fascismo, y hoy esta cultura en Italia también está representada por una primera ministra, orgullosa de ser llamada “presidente”, en forma masculina. La pregunta que hago es esta: ¿no es peligroso en este momento trasladar la discusión sobre el feminismo a una época pasada e idealizar a una mujer como Delia, convirtiéndola en una heroína resiliente, dedicada a su familia y siempre dispuesta a sacrificarse?”. Meloni, por cierto, dijo que le había encantado la película.

Por los diferentes tipos de maltrato que Raimo relata en su libro podría explicarse su éxito como un retrato generacional feminista. Una sucesión de gritos de indignación contra el sufrimiento que el patriarcado ha infligido a hijas, hermanas, empleadas y novias como la protagonista del libro. Pero Raimo niega la etiqueta generacional porque el libro cuenta con un público más joven que ella (recibió el Premio Strega Giovani, entregado por adolescentes) y, a diferencia de su hermano, no le sienta bien el traje de militante. Mucho menos las etiquetas. Si algo define a la escritora, la protagonista del libro y la mujer Veronica es su relación complicada con el amor a su familia y a sus parejas. “Una persona sentimental cree siempre que las cosas han de durar, un romántico espera contra toda esperanza que no duren”, cita a Scott Fitzgerald en su novela. De momento sus lectores tendrán que saciarse con sus anteriores libros, poco emparentados con su éxito, y la colección de cuentos recopilados en La Vita e breve. Eccetera, sin traducción todavía al español.

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