‘Gi’, la novela que recrea el martirio de una transexual que conmocionó Portugal en 2006
El escritor Afonso Reis Cabral rememora el crimen de la brasileña Gisberta Salce Júnior, cometido por adolescentes de un centro de protección. El caso ha inspirado canciones, documentales y obras de teatro
Gisberta Salce Júnior murió en febrero de 2006 en un edificio abandonado de Oporto. Trece menores la torturaron durante varios días y la arrojaron, aún viva, a un pozo. Los agresores, de entre 12 y 16 años, procedían de entornos desestructurados y estaban acogidos en un centro de protección. Su víctima era una mujer transexual de 46 años, prostituta, toxicómana y enferma de sida. Un juez decretó que la mujer, nacida en São Paulo, había muerto ahogada y dejó en libertad a los jóvenes. Hasta aquí l...
Gisberta Salce Júnior murió en febrero de 2006 en un edificio abandonado de Oporto. Trece menores la torturaron durante varios días y la arrojaron, aún viva, a un pozo. Los agresores, de entre 12 y 16 años, procedían de entornos desestructurados y estaban acogidos en un centro de protección. Su víctima era una mujer transexual de 46 años, prostituta, toxicómana y enferma de sida. Un juez decretó que la mujer, nacida en São Paulo, había muerto ahogada y dejó en libertad a los jóvenes. Hasta aquí los hechos.
La historia conmocionó a los portugueses y abrió la puerta a la sensibilización de los derechos de la comunidad trans. También impactó sobre Afonso Reis Cabral (Lisboa, 34 años), que acababa de publicar un poemario precoz, vivía en Oporto y tenía entonces 16 años, los mismos que algunos de los adolescentes que habían empleado aquella crueldad contra una persona desvalida. “Me pareció una historia terrible y también extraña. Los periódicos contaban que los chicos más jóvenes la habían encontrado unas semanas antes e iban a visitarla para darle comida y agua”, revive en su casa de Lisboa casi dos décadas después.
Ese gran misterio que rodea la transformación de niños empáticos en niños torturadores es la fuerza motora de Gi (recién publicada en español por Acantilado, con traducción de Isabel Soler), la novela donde Afonso Reis Cabral rememora el episodio. A excepción de la víctima, los personajes son ficticios. Realidad y literatura comparten, sin embargo, la gran pregunta. “¿Cómo esos chicos que la encontraron y tal vez iniciaron una amistad se unieron más tarde al grupo para martirizarla durante una semana con agresiones que llevaron a la muerte de Gisberta?”, vuelve a interrogarse el novelista.
En 2016, cuando el crimen regresó a la conversación pública con motivo de su décimo aniversario, Reis Cabral se encontró con toda “una región por explorar”. “Pensé que podría llenar ese vacío con literatura. ¿Cómo se hace ese camino del intento de amistad al ataque y la fobia? Ese camino era muy determinante para mí, que me gusta escribir con narradores no fiables, narradores en primera persona que tratan de evitar confesar lo que hicieron”, reflexiona. La obra muestra la metamorfosis interior que conduce a la tragedia, pero no debe confundirse con la realidad. Gi no es true crime.
Su narrador es Rafa, un niño de 12 años que vive en una institución de menores y que encuentra a Gisberta Salce en el edificio abandonado Pão de Açúcar (título original en portugués). De la mano de Rafa, un personaje literario y no real, el lector viaja del bien al mal. Entre las fuerzas que impulsan el cambio en el protagonista están la presión social del grupo, pero también la rivalidad o cierta forma de envidia, uno de los sentimientos que igualmente atravesaba Mi hermano, la primera novela de Reis Cabral. En aquella obra, distinguida con el Premio LeYa en Portugal en 2014 y editada en español por Acantilado, se abordaba la relación del narrador con su hermano con síndrome de Down, una historia de ficción que partía de la propia experiencia del autor.
En estos tiempos de asepsias que rehuyen terrenos espinosos, las obras de Reis Cabral no son fáciles de digerir en mercados como el estadounidense, donde hasta ahora no se ha traducido por razones extraliterarias. “Cualquier editorial debe tener la libertad de publicar lo que quiera, obviamente no hay censura, pero hay cierto ambiente cultural, muy anglosajón, que coloca un corsé en la creación literaria porque a veces considera la literatura como un reflejo de la identidad del autor o un vehículo para cambiar conciencias. Claro que la literatura puede hacerlo, pero instrumentalizarla para lograr eso es un error”, observa.
En Portugal, Gi recibió el Premio José Saramago en 2019 y también algunas reprobaciones. Acusaban al autor, que no deseaba convertir su obra “en un texto propagandístico”, de blanquear el crimen por dar voz al agresor y no a la víctima. “Es una perspectiva moral de la literatura que no acepto. Si el libro se hubiese escrito con la idea de convertirlo en símbolo a través de la perspectiva de Gisberta, sería algo panfletario y hasta simplista. Yo no quiero eso para la literatura”. Reis Cabral reniega de las perspectivas moralizantes que puedan conducir a la autocensura y sostiene que su novela ahonda en “las regiones cenicientas que tenemos”. Una obra sobre las penumbras morales. “Es exactamente eso lo que me interesa”, responde. “Explorar cómo se puede pasar del bien al mal sin comprender muy bien por qué ocurre. Literariamente hace que los narradores se conviertan en una voz incómoda con la que el lector puede identificarse antes de empezar a desconfiar de ella. La literatura debe mostrar esa penumbra porque es la zona que más nos define”, añade.
En 2006, el suplicio de la brasileña confrontó a la sociedad portuguesa con los prejuicios que sufrían los transexuales y removió a muchos creadores. Su vida inspiró obras de teatro en Portugal y Brasil, documentales y la canción Balada de Gisberta, compuesta por Pedro Abrunhosa un año después del crimen y cantada por la brasileña Maria Bethânia.
La empatía hacia la mujer trans es otra de las fuerzas que alimentó el libro de Reis Cabral. “La literatura, para mí, es un lugar de encuentro con personajes que son muy diferentes a mí. No me interesa la autoficción ni discurrir a partir de mi punto de vista, sino crear personajes con los que no convivo habitualmente”. Todo lo que rodeó la muerte de Gisberta Salce Júnior delataba los fallos, individuales y colectivos, de la sociedad portuguesa. Los agresores estaban institucionalizados en un centro que sería clausurado tras el crimen por sus irregularidades. “Tanto la miseria como el abandono son catalizadores. Los menores no tenían familias estructuradas que les ayudasen y estaban en una institución donde había abusos y se les desatendía. Tenían, por lo tanto, libertad para estimular lo peor que tenemos dentro. Muchas veces, lo peor que tenemos se combate con la educación y el control, que ellos no tenían”.
Las iniciativas para que una calle de Oporto lleve el nombre de Gisberta Salce Júnior lograron su objetivo hace unos meses tras varios intentos fracasados. El edificio Pão de Açúcar, donde murió, fue demolido hace un año. En su lugar se está levantando un bloque para viviendas y oficinas.