Aquel verano de... Aura García-Junco: en el que toqué la Torre Eiffel

La escritora y guionista rememora su viaje de adolescencia junto a tres amigos por seis ciudades europeas en 14 días

La escritora y guionista Aura García-Junco, en Venecia en 2005, en una imagen facilitada por ella.

La llamada fue por completo inesperada. Mi amiga de la infancia, con la que hacía unos años que no había hablado, marcó al teléfono de mi casa un domingo. Yo tenía 16 años y habíamos sido amigas hasta los 13. En esos años tuvimos tiempo de soñar juntas todos los sueños estandarizados de las niñas de clase media mexicana: ser populares, volvernos actrices y viajar a la Torre Eiffel. Para realizar esto último hicimos cuentas de una ingenuidad que daba ternura, y cuyos resultados eran de todas maneras desalentadores, al menos...

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La llamada fue por completo inesperada. Mi amiga de la infancia, con la que hacía unos años que no había hablado, marcó al teléfono de mi casa un domingo. Yo tenía 16 años y habíamos sido amigas hasta los 13. En esos años tuvimos tiempo de soñar juntas todos los sueños estandarizados de las niñas de clase media mexicana: ser populares, volvernos actrices y viajar a la Torre Eiffel. Para realizar esto último hicimos cuentas de una ingenuidad que daba ternura, y cuyos resultados eran de todas maneras desalentadores, al menos de mi lado. La familia de ella tenía más dinero, que fue lo que a fin de cuentas nos separó: a partir de la secundaria me volví una hija de la educación pública, mientras que ella siguió en la privada.

Ese domingo, tapándome con la mano el oído izquierdo para evadir el escándalo de la sala común donde estaba el único teléfono, escuché cómo ella me contaba que el sábado salía con su hermano y su primo hacia París. Su mamá tenía un congreso en Italia y se les ocurrió fusionar viajes, aunque no tenía sentido porque en ningún punto se unían los itinerarios. Ah, qué lindo, le contesté, pásenla bien. Pero no había terminado: quería que fuera con ellos, cumplir nuestro sueño juntas. Locura total. El viaje era en seis días. Seis días para conseguir un pasaporte, hacer preparativos y, mucho más importante, financiarlo.

La primera gran sorpresa fue que mis papás autorizaran el viaje trasatlántico así de fácil, a la primera. Me ahorro las minucias del resto del proceso que involucró tarjetas de crédito, llamadas a familiares, coperachas y algún que otro préstamo. Incluso la burocracia mexicana, tan poco conocida por su eficiencia, me dio el pasaporte en tiempo récord.

Así fue como cuatro adolescentes andrajosos, pelos largos (todos), camiseta del Che (el hermano), rastas (el primo), morrales de lana (los hombres), maletas inadecuadas (las mujeres), botas metaleras (las mías) nos reunimos en el aeropuerto listos para la aventura de recorrer seis ciudades en 14 días.

Sobra decir que fue un viaje de primeras veces: primera vez siendo torturada psicológicamente por algún funcionario de migración; pisando otro país y enterándome de que los caracteres nacionales varían tanto; viajando tanto tiempo. Primera vez experimentando esa forma radical de independencia que es apañárselas con poco para hacer mucho y lejos, tan lejos, de casa.

El itinerario está borroso ya. Quedan algunas claridades: conocimos la Torre Eiffel de nuestra añoranza infantil y, claro, no fue para tanto. Pero también hicimos cosas que sí fueron para mucho. Principalmente, vivir. Caminar con otros vientos en la cara, ir sin rumbo, negociar habitaciones en idiomas que desconocíamos, pelearnos, reconciliarnos. Seguir.

Éramos unos chavitos crápula que aprovechaban los desayunos incluidos en los hostales para robar comida para el resto del día. Que ponían de malas a los hoteleros de buen corazón por nuestro pésimo inglés e inexistente alemán, francés, italiano. El brillo de los años en que ella y yo fuimos inseparables revivió con toda su potencia mientras chismeábamos en un hotel pringoso en Milán y se potenció aún más en las caminatas por las luminosas calles de Berna. La complicidad con el primo y el hermano tuvo también momentos de gloria, por ejemplo, la compleja operación para robar una almohada en Fráncfort aventándola desde un tercer piso.

Las fotos afortunadamente análogas, desafortunadamente chuecas, que tomé muestran la grasita de las caras, la inseguridad e ingenuidad encubierta por la arrogancia adolescente. Dos imágenes resumen el espíritu: en una estamos en una especie de pícnic nocturno a un lado del canal de Venecia con comida de supermercado. Pasamos ahí una noche junto al apestoso canal. En ese viaje me di cuenta de que tenía el nada desdeñable talento de dormir en donde fuera y como fuera. Entre nuestro itinerario cortado y de bajo presupuesto, apelábamos siempre a los trenes nocturnos para tener algún sitio donde pernoctar. Uno de esos trenes sirve de escenario para mi segunda foto favorita, en la que estoy dormida y babeando, sí señor. A mi lado, el hermano me señala con ambas manos y una sonrisa burlona mientras el primo le hace segundas. Mi amiga tomaba la foto con la mano temblorosa de risa.

El grupo efímero nunca se volvió a reunir después de ese viaje. La amistad con ella no revivió con ese conjuro, pero aun así, esos días son el ámbar que encapsula lo que nosotras fuimos. Cumplimos nuestro sueño, aunque en el fondo era otro.

Narradora y guionista

Aura García-Junco (Ciudad de México, 36 años) es autora de varias obras, la última, 'Dios fulmine a la que escriba sobre mí', ensayo autobiográfico sobre la conflictiva relación con su padre. En 2021, fue incluida por la revista 'Granta' entre los 25 mejores narradores jóvenes en español. También escribe guiones de cine y televisión.

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