De la destrucción nazi a capital cultural europea 2024: Bodø invita a todo el mundo a su último renacimiento
La ciudad noruega, arrasada por los bombardeos alemanes en 1940, pasó de urbe pesquera a base aérea de la OTAN. Hoy apuesta por su arte, sus paisajes y su futuro proyecto urbano
La primera bomba llegó de madrugada. La última cayó cuando se marchaba la tarde. Para entonces, Bodø también se había extinguido. El 27 mayo de 1940 los aviones alemanes descargaron unas 70 toneladas de explosivo sobre este enclave en el norte de Noruega. Buscaban acabar con una estación de radio y una pista de aterrizaje. Pero los incendios lo devoraron todo. Se calcula que más de la mitad de las casas desaparecieron, con el pasado de la ciudad. La pequeña urbe de pescadores y leñadores jamás volvió. La reconstrucción apostó por la modernidad y el cemento. La OTAN instaló aquí una base aérea ...
La primera bomba llegó de madrugada. La última cayó cuando se marchaba la tarde. Para entonces, Bodø también se había extinguido. El 27 mayo de 1940 los aviones alemanes descargaron unas 70 toneladas de explosivo sobre este enclave en el norte de Noruega. Buscaban acabar con una estación de radio y una pista de aterrizaje. Pero los incendios lo devoraron todo. Se calcula que más de la mitad de las casas desaparecieron, con el pasado de la ciudad. La pequeña urbe de pescadores y leñadores jamás volvió. La reconstrucción apostó por la modernidad y el cemento. La OTAN instaló aquí una base aérea en cuanto arrancó la Guerra Fría. Y Bodø creció hasta convertirse en un centro administrativo de casi 50.000 habitantes. Frente al mar, rodeada de montañas, igual que antes. Sin embargo, distinta.
El pasado sábado la ciudad mostraba otra cara. En vez de gritos o ejercicios militares, sonaban conciertos callejeros, bicicletas y el vocerío de cientos de transeúntes. En definitiva, la vida. Y la culminación de un renacimiento. Porque Bodø ha sido elegida como capital cultural europea de 2024: ahora presume de ambiciosas exposiciones, festivales literarios, charlas en medio de la naturaleza o danza en cabañas en los bosques. Donde no quedó nada, hoy se levanta “el mayor proyecto artístico jamás concebido en el norte de Noruega”, según la organización. Por primera vez, además, el reconocimiento de la UE recae más allá del Círculo Polar Ártico.
Más de 1.000 eventos y una inversión de 30 millones, sobre todo de fondos públicos, para reivindicar Nordland, una de las zonas más ásperas y espectaculares de Europa —a la que EL PAÍS fue invitado por la Embajada y la organización que promociona el turismo en la región—. Nada de estereotipos “sobre hielo y osos polares”, según el director del programa de Bodø 2024, Henrik Sand Dagfinrud. El proyecto pretende narrar una tierra tan extensa como Suiza, pero muy alargada y con apenas 240.000 habitantes. Dura y sobrecogedora, con semanas enteras de luz o de oscuridad, pide resistencia y adaptabilidad a cambio de paisajes como pocos en el mundo. Una “Noruega en miniatura”, como la llaman. La propia Bodø, de paso, quiere empezar a escribir un futuro distinto. Aunque las visiones ciudadanas sobre el próximo capítulo discrepan y se enfrentan. La dialéctica, al fin y al cabo, también es cultura.
“El objetivo de Bodø 2024 es contribuir a desarrollar el talento local y, a la vez, trabajar en la imagen internacional de la ciudad”, apunta Sand Dagfinrud. Primero, colocarla en el mapa. Y, luego, en los planes de más viajeros. Puede que los futboleros la conozcan por el humillante 6-1 que el equipo local le endosó en 2021 a la Roma entonces entrenada por José Mourinho. Algún aficionado aún rememora con sorna que el portugués le echó la culpa al césped sintético, entre otras razones. La marea de banderas amarillas que cuelga de tantas casas sugiere que el club sigue dando satisfacciones. Pero Bodø persigue victorias más allá del estadio.
El proyecto de la capitalidad cultural europea espera unos 500.000 visitantes a lo largo del año. Y que cada cual se lleve su recuerdo, ya sea por la cuna del hip-hop noruego, el arte de los indígenas Sami, los bolsos de piel de salmón que vende Elisabeth Benonisen en EBN o el chocolate de “sabor ártico” que entabla Craig Alibone en la pastelería homónima. “Sí que se está notando en la cantidad de gente que viene”, reconoce Gonzalo Beamonte, jefe de cocina de Txaba, que desde octubre de 2023 ofrece recetas españolas con un toque autóctono. Puerto de paso, donde se coge el ferry para el archipiélago de las Lofoten, Bodø pide que se fijen en ella. Y ha desplegado cientos de razones para llamar la atención.
Naturaleza, arte y transición hacia el futuro constituyen los tres pilares del proyecto. Hay espectáculos de teatro sobre el trágico legado de la II Guerra Mundial; una colaboración artística con la ciudad africana de Segou; senderismo aliñado con poesía en el parque de Saltfjellet; o un festival gastronómico en la isla de Herøy. Cultura fuera, y dentro de Bodø. Un paseo por la ciudad traduce a la práctica más ideas: una plaza llena, ante el escenario del Musikkfestuke; un vaivén constante de ciclistas, en vista de la carrera ártica que también se enmarca en el programa; el principal museo ciudadano reenfocado durante el año entero a la cultura Sami, reprimida y discriminada en la primera mitad del siglo pasado. Todo inundado del brillo del sol de medianoche, largas semanas veraniegas donde nunca anochece. Y las ganas de actividad de los noruegos se disparan. “Por la mañana fui a hacer esquí de fondo al Parque Nacional de Sjunkhatte, a tan solo una hora de coche. Más tarde, vi a intérpretes de nivel mundial con la Filarmónica Ártica en el centro Stormen”, lo ejemplifica Kristin, jubilada de 69 años, en Ahora nos escucháis, una publicación que difunde la galería de arte Noua. Y que, a la vez, recoge temores y preocupaciones por el rumbo de Bodø.
Porque la ciudad se prepara para cambiar de nuevo. No por las guerras de otros, esta vez, sino por decisión propia. La capitalidad cultural forma parte de la última reforma: en 2012, el Estado reubicó la base aérea, hoy ya cerrada. Se marcharon cientos de puestos de trabajo. Vino un “shock”, según Sand Dagfinrud, pero también una oportunidad. De ahí surgió la idea de postularse como centro artístico para 2024. Y también de retocar su mapa: está previsto que Bodø mueva unos cientos de metros su aeropuerto, y levante un nuevo distrito sobre las 300 hectáreas que queden libres. Pero ¿cómo? ¿Y para qué?
“La expansión de la ciudad ha sido restringida por el espacio limitado. En las próximas décadas, Bodø llevará a cabo uno de los mayores proyectos de desarrollo urbano de Europa”, describe en su página web el Ayuntamiento, que prevé sitio para 30.000 residentes y 20.000 puestos de trabajo. Se trata, según la municipalidad, de lidiar con el aumento constante de la población, el abandono de los jóvenes y crear más opciones de negocio. En el fanzine Ahora nos escucháis, sin embargo, los ciudadanos no muestran la misma confianza.
Varias voces denuncian que la arquitectura local está traicionando el pasado: como levantar el colosal e “innecesario” Wood Hotel, encima de una colina, en lugar de pequeñas cabañas de madera como las esparcidas por la costa y los bosques de Nordland. “Puede que busquen compensar los prejuicios de ciudad pesquera”, confiesa Roger Johansen, vecino y responsable de marketing de Northern Norway. Lo cierto es que, a medida que se aleja uno del centro, los edificios dejan precisamente paso a las casas tradicionales. Dos pisos, un pórtico, a menudo una alfombra elástica o un tobogán en el jardín. El desarrollo extraño de Bodø se ha achacado a menudo a las prisas de la reconstrucción. A ratos, viejos y nuevos tiempos aún se mezclan. El moderno restaurante Bryggerikaia ofrece platos elegantes con vista al mar y... también a unos chiquillos en bañador que juegan a empujarse por el muelle. Pero la capacidad hotelera se ha doblado en una década. Excesivo, para los escépticos. Inteligente, para sus promotores.
Dos extranjeros vinculados a la región, Gonzalo Beamonte y el escritor italiano Davide S. Sapienza, coinciden en la crítica: un país muy capitalista, con ríos de dinero por sus recursos naturales y, últimamente, ideas discutibles sobre cómo gastarlo. Aunque los dos también se rinden ante los paisajes que rodean Bodø y asombran desde prácticamente cada rincón de Nordland. No en vano se repite como la principal razón que aducen los entrevistados en Ahora nos escucháis para explicar por qué viven aquí.
Lo que, de momento, se contagia también a los turistas. “Suele ser gente concienciada. No vienes a salir de fiesta, sino por la naturaleza”, apunta Beamonte. La ciudad obtuvo la certificación nacional como Destino sostenible. No significa que lo sea 100%, pero sí que trabaja para reducir los efectos negativos del turismo. Marie Peyre, francesa afincada desde hace años en Noruega y ahora responsable de prensa de Bodø 2024, asegura: “Creo que atrae a quien busca algo distinto, a quien prefiere bañarse en el hielo en vez de tomar el sol; a quien busca un poco de aventura. No es para todos y ciertamente no para los débiles de corazón”. A juzgar por la historia, los sobresaltos están garantizados. A juzgar por el entorno, las alegrías también.