El israelí y el palestino que se aliaron para rodar uno de los documentales del año: “La cámara es nuestra única arma”
El judío Yuval Abraham, amenazado de muerte en su país, y el árabe Basel Adra presentan en el festival Atlántida de Mallorca ‘No other land’, ganadora de un Oso de Plata en la Berlinale. “Es duro estar aquí mientras en Gaza continúa la pesadilla”, afirman
El primer recuerdo que Basel Adra (Al Tuwani, Cisjordania, 27 años) dice tener de su infancia es el arresto de su padre a manos de las Fuerzas de Defensa de Israel. Dos años después, cuando Adra tenía siete, ya participaba en su primera manifestación contra la expulsión, autorizada por el Supremo israelí, de más de 1.000 aldeanos de Masafer Yatta, al sur del territorio ocupado por Israel desde 1967. A 25 minutos en coche, en la ciudad judía de Beerseba...
El primer recuerdo que Basel Adra (Al Tuwani, Cisjordania, 27 años) dice tener de su infancia es el arresto de su padre a manos de las Fuerzas de Defensa de Israel. Dos años después, cuando Adra tenía siete, ya participaba en su primera manifestación contra la expulsión, autorizada por el Supremo israelí, de más de 1.000 aldeanos de Masafer Yatta, al sur del territorio ocupado por Israel desde 1967. A 25 minutos en coche, en la ciudad judía de Beerseba, se criaba Yuval Abraham, de la misma edad. Crecía escuchando a un abuelo judío árabe que le hablaba a su abuela en la lengua del Corán cuando no quería que su nieto se enterase de sus conversaciones. Esa cercanía territorial, pero abismal distancia en derechos ciudadanos, los ha llevado 20 años después a ser protagonistas y codirectores de No other land, película ganadora del Oso de Plata al mejor documental en la pasada Berlinale y de otros premios en citas importantes del género, como el Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam, Visions du Réel o el Sheffield DocFest.
“Venimos de dos sociedades diferentes, pero compartimos los mismos valores y luchamos por los mismos objetivos. Queremos justicia y acabar con el apartheid, que todos sean libres e iguales. Esos son los valores que nos han unido”, dice Adra en un hotel de Mallorca, adonde viajó la semana pasada para asistir al estreno español de la película en el 14º Atlántida Mallorca Film Fest. Deja claro que prefiere que se le pregunte sobre el desalojo y la movilización forzada de palestinos en Cisjordania que documenta el filme y no tanto sobre él o su relación con Abraham. “Es muy duro para nosotros estar proyectando la película en España o Berlín, lugares donde la gente vive en paz y tiene una vida alegre, mientras continúan la pesadilla y los ataques en Gaza. La gente está siendo asesinada y las escuelas están siendo intervenidas por la ocupación israelí”.
Adra dio un similar discurso de empatía cuando recogió la estatuilla de la Berlinale por No other land, película periodística en cuanto a su narración en primera persona durante casi cinco años de la constante demolición de casas y segregación territorial, legislativa y de movilidad de palestinos. Pero fue el relato antiocupación y antiapartheid de su amigo judío Abraham en la ceremonia el que provocó que extremistas lo llamaran traidor, lo amenazaran de muerte y hostigaran la casa de su familia en Beerseba. “Estamos muy orgullosos de los discursos que hicimos. Sería un traidor si no actuara de acuerdo con mis valores y en lo que creo. Para mí, eso es mucho peor que ser atacado por populistas. Luchamos por un mundo donde no solo los israelíes sean libres, sino donde los palestinos también puedan decidir su futuro y no estar en manos de un ejército extranjero”, sostiene.
Abraham aprendió árabe a los 20 años guiado por su abuelo, nacido en Jerusalén pero de ascendencia arábiga, y con quien, antes de su muerte, llegó a tener conversaciones en árabe. “Era una forma de conectar con las raíces de mi familia en el pasado. Es difícil imaginar que vives en un lugar en el que se habla un idioma a tu alrededor y nunca entenderás lo que están diciendo. Creo que aprender un idioma es mucho más que la lengua, es también entender emocionalmente a sus hablantes”. El interés por conocer la perspectiva árabe lo llevó a fundar proyectos como Across the Wall (a través del muro, en inglés, en referencia a los casi 60 kilómetros de verja que separan a los palestinos de Gaza del terreno israelí), una plataforma que creo en 2019 junto a Ahmed Alnaouq, en la que se traducen al hebreo testimonios y opiniones de palestinos sobre el Gobierno.
Poco tiempo después, Abraham contactaría con Adra vía Facebook. El palestino ya publicaba en sus redes la llegada de bulldozers a la aldea, escoltados por el ejército, para desmontar escuelas y pozos de agua. De hecho, casi toda la vida de Adra está documentada visualmente porque cuando nació, a finales de los noventa, comenzó el largo litigio entre los aldeanos e Israel, que había designado el área como una zona de entrenamiento militar. Su padre, de quien heredó la vocación activista, mezclaba cintas caseras de Adra creciendo con los primeros desalojos violentos por parte del ejército israelí. Sus progenitores lucharon por tener servicios básicos como una escuela, electricidad o acceso a agua potable. “La cámara es la única herramienta que tenemos frente a la opresión a la que nos enfrentamos, no tenemos mucho más que hacer para combatir la máquina de ocupación”, afirma.
“Crecer en esta familia y comunidad de activistas me hizo sentir la responsabilidad de continuar por ese camino”. Dicen ser periodistas antes que cineastas, pero ninguno de los artículos que escribieron para el medio independiente +972 Magazine tuvieron el impacto mediático y posicionamiento popular de No other land. Reconocen el impulso de haber sido galardonados en la Berlinale, que los llevó, afirman, a recibir cientos de solicitudes y mensajes de personas y organizaciones que quieren ver el filme. Y la llevarán a todos los rincones que sea posible: “Tenemos un largo, largo viaje por delante, que es llevar esta película a todos los públicos que podamos”, sentencia Adra.
Ni Adra ni Abraham ni los otros dos directores y camarógrafos del documental ―la israelí Rachel Szor y el palestino Hamdan Ballal― estaban preparados para incluir en la película el atentado de Hamás del pasado 7 de octubre en territorio israelí, que dejó 1.200 judíos muertos, y que está teniendo como respuesta el asesinato de más de 39.000 palestinos. Incluyeron un epílogo sobre cómo las ofensivas del primer ministro israelí Netanyahu en la franja de Gaza repercuten en la Cisjordania ocupada, donde colonos armados, a sabiendas del ejército, dispararon al primo de Adra. La tensa situación ha hecho que muchos de los agricultores huyan de la zona, pero algunos resisten, como la familia de Adra: “No sé por cuánto tiempo más se puedan mantener. Los colonos, respaldados por el Gobierno, están construyendo cada vez más asentamientos y demoliendo propiedades palestinas”.
Abraham se siente afligido porque convivió con la familia de Adra durante varios años para realizar la película. Comieron juntos, jugó con los niños y fumó cachimba con su amigo. Es durante esas escenas, en las que discuten sobre sus aspiraciones, carreras y motivaciones, cuando el israelí cae en la cuenta de sus diferencias a pesar de los escasos kilómetros de separación. Un estado de consciencia que utilizó para denunciar el apartheid en su discurso de aceptación de la Berlinale y que ahora vuelve a enarbolar: “Para llegar aquí y conversar contigo, volé desde el aeropuerto que está en mi país porque soy israelí y Basel, que está aquí a mi lado, tuvo que ir a otro país porque los palestinos no tienen siquiera un aeropuerto. Entonces, ¿por qué si nacimos en el mismo lugar, bajo las mismas reglas, en el mismo país, yo tengo un aeropuerto y él no? ¿Por qué tengo derecho a votar y él no?”.