Sinsal, el festival de Galicia que rompe moldes: sin papeleras, con zonas para fumar y un cartel secreto

El archipiélago de San Simón, en el municipio pontevedrés de Redondela, acoge este peculiar certamen desde el pasado viernes hasta este domingo

Asistentes a la primera jornada del Sinsal desembarcan en la isla de San Simón, en una imagen cedida por la organización del festival.PEDRO GALBÁN

Sinsal SON Estrella Galicia no es un festival más, es la excepción que incumple la máxima de la industria musical actual: cantidad frente a calidad. Estamos en el verano de los cuatro bernabeús de Karol G, la era donde a veces el público le da la espalda al artista que está tocando, pero, por suerte, hay vida más allá de los grandes focos. Este pequeño evento musical celebra este fin de semana su edición número catorce, con tres días de música en directo en el ...

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Sinsal SON Estrella Galicia no es un festival más, es la excepción que incumple la máxima de la industria musical actual: cantidad frente a calidad. Estamos en el verano de los cuatro bernabeús de Karol G, la era donde a veces el público le da la espalda al artista que está tocando, pero, por suerte, hay vida más allá de los grandes focos. Este pequeño evento musical celebra este fin de semana su edición número catorce, con tres días de música en directo en el archipiélago de San Simón, declarado Bien de Interés Cultural y ubicado en el municipio pontevedrés de Redondela.

Son dos islas unidas por un puente, cuatro escenarios, 26 artistas de 15 países, un cilindro de cera para grabar sus canciones, djs que pinchan con casetes y barcos que surcan la ría de Vigo para trasladar al público. Estas son algunas de las pinceladas de este marco único, un lugar que hasta el propio C Tangana utiliza como escenario principal en el videoclip del himno del Celta. Con vistas al puente de Rande y a unos metros de la playa de Cesantes, cuenta con un pasado que ha dejado huella en la zona, y es que antes de todo esto, San Simón fue lazareto marítimo, campo de concentración y orfanato.

Hoy es el festival al que todos deberían mirar. Cuenta con un cartel secreto y una programación que los 800 asistentes diarios descubren nada más atracar en la isla. Sí, son pocos, y sostenible, pero no les gusta decirlo, prefieren serlo. Luis Campos, codirector del festival, reniega del greenwashing (lavado de cara ecologista) de otros y prefiere actuar sobre el terreno: “Hay dos palabras que intento no utilizar: sostenibilidad y experiencia. No lo digas, sé”.

De otra cosa no, pero de eso saben, por eso han ganado ya dos veces el Premio Fest al festival más sostenible con el medio ambiente. De hecho, lo más llamativo de este año es que no hay papeleras, están precintadas con un cartel que advierte a cada asistente sobre cómo debe gestionar sus propios residuos: “Lo que queremos es que la gente sea consciente de lo que genera”, aseguran desde el departamento de prensa de esta cita.

Lo que no se puede negar es que este festival es pionero en muchas cosas, por eso sigue apostando por que el público traiga de casa su propio lote festivalero, es decir, una vajilla reutilizable. Además, fomenta el uso de ceniceros biodegradables para que el recinto esté libre de colillas e invita a que la basura salga de la isla con los asistentes. Iniciativas que se suman a la oferta grastronómica local y a la creación de zonas específicas para fumadores.

Pero si hay algo que gusta a los fieles del Sinsal es que saben que allí descubrirán buena música, algo diferente, internacional, un menú cargado de nuevos talentos y de otros sonidos más allá de lo habitual. Sus directores, Julio Gómez y Luis Campos fueron capaces de programar en un mismo cartel a Rigoberta Bandini y a las Tanxugueiras antes del Benidorm Fest que llevó a las gallegas a Eurovisión. Desde que abrieron su tienda de discos en Vigo, hasta la celebración del Sinsal tal y como se conoce hoy, lograron programar en su ciudad a artistas como Antony and the Johnsons o a CocoRosie, así como de traer a la isla de San Simón a alt-J o a Fantastic Negrito.

Gómez y Campos son dos amigos amantes de la música que aún hoy, después de años de lucha, siguen teniendo la misma ilusión de siempre. A pesar de esto, aseguran que, aunque entienden el poder de los grandes eventos, echan de menos el apoyo institucional a festivales e iniciativas culturales como este, porque, dicen, se hace más necesario que nunca: “Si no fuese por la iniciativa privada, no existiríamos”.

Los gallegos Fantasmage, actuando durante la primera jornada del festival, en el Escenario Buxos Fest Galicia, en una fotografía cedida por la organización. PABLO GALBÁN

En la primera jornada actuaron artistas de Brasil, Dinamarca, Portugal o Suiza. Precisamente, los suizos de Orchestre Tout Puissant Marcel Duchamp cerraron el viernes con un homenaje a los grupos africanos tradicionales y al influyente artista francés que da nombre al grupo. Suenan increíble y en Sinsal demostraron que su riesgo se contagia y que encaja perfectamente con la comunidad del festival. Antes, pasó uno de los grupos más destacados del año pasado en Portugal, Glockenwise, que rememoró el indie más auténtico. En San Antón, el público tuvo el placer de vivir un momento único gracias al concierto acústico de Clarissa Connelly, una compositora danesa que demostró que sí se puede cantar a pleno pulmón y con el público en silencio en un festival. Japón, Irán, Nigeria o Palestina son algunos de los países que también tienen representación en el festival, una mezcla de sonidos y culturas.

Son tantas las ganas que se respiran cuando hablas con sus creadores y tan comunitario el sentimiento de los asistentes que aquello se convierte en un auténtico pueblo, en el que los propios artistas asisten también de público. Un pueblo donde te puedes sentir afortunado por unas horas. La mayoría de sus asistentes acuden solo a una de las tres jornadas, a pesar de que la programación varía cada día. El viaje comienza en los puertos de Vigo y de Meirande, en Redondela, a mediodía, y culmina con un último viaje de vuelta a casa desde San Simón a las 23.00. Esto, unido al aforo limitado, hace que sus abonos sean un auténtico objeto de deseo. Este año las entradas para asistir se agotaron 72 horas después de salir a la venta. En total, ocupan el archipiélago casi un millar de personas por día, de los que un centenar son trabajadores (producción, los artistas...).

El público del Sinsal, en la zona de bebidas y comida del festival durante la jornada del viernes, en una imagen cedida por la organización. Pedro Galbán

El archipiélago fue rebautizado en 1999 como Isla del Pensamiento, por ser un centro de reflexión y creación cultural que además recuerda la memoria histórica. Igualmente, con motivo del Sinsal se suceden las actividades paralelas que invitan a conocer a fondo la historia del archipiélago y a saber más sobre su pasado, su partimonio natural, cultural e histórico. Y cómo no, se imparte formación para reutilizar alimentos y objetos de todo tipo con un objetivo, concienciar a un público en el que destaca la presencia de los más pequeños de la casa. Sinsal es una cita para compartir y para disfrutar de pié, sentados o tumbados, pero siempre rodeados de naturaleza. Parece que aún queda algo de magia en el circuito festivalero.

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