Cristian Alarcón: “Mis padres me inyectaron testosterona a los seis años porque creían que era muy mariquita”
El cronista chileno promueve la fusión entre el periodismo, la ficción y las artes escénicas para relatar el “presente distópico”
Cristian Alarcón (La Unión, Chile, 54 años), uno de los mayores impulsores de la laureada crónica latinoamericana, gracias a textos como Cuando me muera quiero que me toquen cumbia y la fundación de la revista Anfibia, va girando su trabajo en los últimos años hacia la fusión. Entre periodismo y academia, historia y autobiografía, lo particular y lo universal, realidad y ficc...
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Cristian Alarcón (La Unión, Chile, 54 años), uno de los mayores impulsores de la laureada crónica latinoamericana, gracias a textos como Cuando me muera quiero que me toquen cumbia y la fundación de la revista Anfibia, va girando su trabajo en los últimos años hacia la fusión. Entre periodismo y academia, historia y autobiografía, lo particular y lo universal, realidad y ficción, la investigación periodísticas y las artes. Esto último es su gran apuesta para contar un presente “distópico”, como él mismo refiere. Tan radical y agitado “por la velocidad extrema del poscapitalismo” que ya no basta el texto para narrarlo, sino su divulgación a través de diferentes expresiones creativas, principalmente las artes escénicas. Para promover su propuesta, ha creado el Laboratorio de Periodismo Performático, el camino hacia el objetivo que persigue, como ha sostenido en su conferencia Nuevas narrativas de lo real, celebrada la noche este lunes en la sala teatral Timbre 4 de Madrid, y que repetirá este martes en el bar Casa Brava de la misma ciudad.
“Nuestro modo de gestionar las historias desde Anfibia se fue yendo de la frontera entre el periodismo y la academia a la del arte y finalmente a lo escénico”, dijo Alarcón con su acento argentino, enraizado desde que fue a vivir a la Patagonia cuando tenía seis años para huir con sus padres de la dictadura de Pinochet. ¿Por qué usar los recursos del arte, más allá de su apelación a la sensibilidad y su resiliencia en momentos de transformación histórica? Porque “hay algo en el dispositivo performático que hace que las historias estén siempre vivas. Permite que no mueran y se puedan congregar una y otra vez”, respondió.
A través del Laboratorio de Periodismo Performático, que desde 2018 promueve el cruce entre periodismo y expresiones creativas, se han teatralizados crónicas, dramatizado investigaciones e intervenido el archivo hemerográfico. Respuestas para un tiempo donde “todo está tan al límite que es imposible comprenderlo y aprehenderlo”. Para Alarcón, el mundo atraviesa una era histórica por la superposición de las guerras, la catástrofe ecológica y la tecnología.
En esa propuesta se ubica Testosterona, una obra teatral estrenada este año, donde el escritor pone en escena su investigación sobre cómo se inyectaban hormonas a niños homosexuales cuando se consideraba un trastorno. Una traumática experiencia que Alarcón experimentó en carne propia de sus seis a sus ocho años. “Mis padres, que vivían en un pueblo del sur de Argentina, decidieron que era muy mariquita, usaba los camisones y el labial de mi madre. El doctor y una psicóloga concluyeron que necesitaba un tratamiento. Mis padres ahora lo negaron todo después, fingieron demencia”, contó en su disertación en la pequeña sala Timbre 4, que enseguida llenó su aforo.
Como ya sucedía en su primera y hasta ahora única novela, El tercer paraíso (ganadora del premio Alfaguara 2022), el autor chileno toma su historia personal, íntima, para hacer un esbozo más grande y contar un episodio de la historia. Si en el libro narraba la vida de sus abuelos y padres y su pasión por la jardinería para contar el pasado traumático de Chile ―terremoto de 1960, el golpe de Estado― y la historia de la botánica, en Testosterona revela cómo el tratamiento con hormonas empezó aplicándose a los presos gais del campo de concentración nazi de Buchenwald y se normalizó, porque la OMS consideraba la homosexualidad como una enfermedad psiquiátrica hasta 1990.
La pieza se presentó en enero en el Festival Teatro a Mil de Santiago de Chile y en febrero en el teatro Astros de Buenos Aires. Combina autoficción, teatro, danza y videoarte. Además, esa investigación de la que parte la obra teatral se publicará como libro en 2025. Esta particular pieza es una de las 14 que se han ido desarrollando en el Laboratorio de Periodismo Performático, con montajes en Argentina, Chile, Colombia y España. Pena y pachanga recrea una fiesta de salsa de colombianos en Buenos Aires para indagar en cómo se construyen las comunidades migrantes gestionando la nostalgia, a través de varias entrevistas a algunos de los 30 mil colombianos que viven en la capital argentina.
En Surdelta, se evidencia la percepción sobre el futbol femenino interviniendo paquetes de cromos del Mundial con figuras de jugadoras mujeres. Se reparten los paquetes entre padres con niños pequeños a quienes les piden que filmen a sus hijos en el momento de abrirlo. Mientras que en La revolución y algo rico para el postre, hija y madre reflexionan sobre la relación maternofilial entrelazando el archivo visual personal con el testimonio de otras mujeres. Alarcón recalca que el contenido de las obras se va actualizando con los avances en la pesquisa y a medida que nuevas funciones son montadas. “Al igual que en el arte contemporáneo, el proceso es lo importante”.