‘Boda muda’, entre la realidad y el imaginario de Rumania
La comedia de Horatiu Malaele habla de los absurdos que provocó la muerte de Stalin en los países del ámbito comunista de Europa del Este
Entre la realidad y el imaginario. Esa es la frontera por la que se mueve la película rumana Nunca Muta (Boda muda, ahora en Netflix). Un largometraje sobre lo absurda que puede ser la historia, sobre cómo los destinos individuales se destruyen por la ceguera colectiva y cómo la comedia más vivaz puede degenerar en tragedia. “Se trata de una historia real que tuvo lugar en el bloque de la Europa del Este, cuando la humanidad se encontraba en ...
Entre la realidad y el imaginario. Esa es la frontera por la que se mueve la película rumana Nunca Muta (Boda muda, ahora en Netflix). Un largometraje sobre lo absurda que puede ser la historia, sobre cómo los destinos individuales se destruyen por la ceguera colectiva y cómo la comedia más vivaz puede degenerar en tragedia. “Se trata de una historia real que tuvo lugar en el bloque de la Europa del Este, cuando la humanidad se encontraba en un curioso e inexplicable letargo”, explica Horatiu Malaele, director del filme y actor. En concreto, sobre los absurdos que provocó la muerte de Stalin en los países del bloque comunista de Europa del Este. Y sobre cómo aquel episodio ha quedado grabado en el imaginario popular de Rumania, como demuestra el éxito que ha tenido el filme allí.
Un equipo de periodistas acude a un pueblo remoto de la región moldava de Rumania que está poblado únicamente por mujeres mayores. El alcalde democrático les cuenta el incidente ocurrido en la primavera de 1953 cuando Mara e Iancu decidieron casarse. La boda se estaba celebrando el 5 de marzo de ese año cuando, en mitad de la ceremonia, se anuncia la muerte de Stalin. Varias decenas de personas estaban ya en pleno festejo, cuando el regidor de la aldea, junto con el comandante del regimiento de carros de combate, les comunicó el fallecimiento del dictador soviético y que se había impuesto luto internacional de siete días. No se podía organizar ningún tipo de evento, ni siquiera funerales.
Sin embargo, el suegro del novio no acepta suspender la celebración, porque no quiere que se eche a perder toda la comida —habían procedido a la tradicional taierea porcului o matanza del cerdo para alimentar a los comensales— ni enviar a sus invitados a casa, algunos de ellos procedentes de provincias lejanas. En ese momento, se le ocurre la idea de “silenciar” la boda y trasladarla al interior de una modesta vivienda. Tapan las ventanas con tablas de madera para evitar que cualquier sonido delatara el jolgorio del convite.
Mientras beben, los presentes se van sintiendo más cómodos y con mayor espíritu de fiesta, hasta que olvidan el voto de silencio al que se habían comprometido. En ese momento, la ceremonia se convierte en una ruidosa y auténtica fiesta. En el instante de mayor apogeo, escuchan un zumbido del exterior. De improviso, el cañón de un tanque soviético irrumpe bruscamente en la casa y destruye completamente la pared del salón.
Todos los hombres acaban deportados, mientras que las mujeres permanecen solas el resto de sus vidas. Solo la novia vuelve a ver a su marido 13 años después, cuando es liberado. Iancu retorna solo para morir en paz. “Quería hacer una película que le hablara al mundo, con ternura, sobre el amor en un espacio milagroso que da origen a la eternidad, que le contara al mundo sobre la dictadura y sus consecuencias en una comunidad y, respectivamente, en la familia”, subraya Malaele, al mismo tiempo que recalca que la muerte de Stalin desencadenó un enorme absurdo, “no solo en Rumania, sino en todos los países comunistas”.
La Rumania comunista
La historia no está documentada históricamente, pues se habla de hechos basados solo en relatos orales, señala Mihai Burcea, experto en totalitarismo rumano. Pero refleja cómo se vivió aquel episodio en Rumania. “Las autoridades movilizaron a millones de personas para participar en mítines de duelo en todo el territorio rumano. Oficialmente, el régimen dio a entender que todo el país sufría mucho por la ‘enorme’ pérdida, aunque resulta imposible estimar exactamente cuántas personas cumplieron voluntariamente y lloraron con sinceridad la muerte del Generalísimo, cuántas lo hicieron de fachada y cuántas se regocijaron”, precisa Burcea. “Una cosa está clara: en el espacio público era imposible manifestar alegría por la muerte de Stalin, ya que hubiera supuesto el inmediato arresto, arriesgándose a al menos cinco años de prisión por actitud hostil”, remarca el historiador.
En esa época, Rumania era una república popular desde hacía un lustro, tras la abdicación forzosa del rey Miguel, el 30 de diciembre de 1947, estando bajo la estrecha supervisión de Moscú, al igual que todos los países de Europa del Este donde estaban estacionadas las tropas del ejército soviético. El país estaba plagado de campos de trabajos forzados y penitenciarías, y la Securitate (la temible policía secreta) era omnipotente, arrestando y aterrorizando a enemigos reales o imaginarios del régimen.
En el primer quinquenio, el régimen de Bucarest inició una serie de obras de gran envergadura y extremadamente costosas, como la construcción del canal Danubio-Mar Negro y las fortificaciones en la frontera con Yugoslavia, estas últimas en el contexto de la denominada “fiebre antititoísta” iniciada por Stalin. Entre los que se creen la veracidad de la historia está Irina Nistor, crítica en la actualidad, aunque se la conoce más como la locutora que se convirtió en la inesperada voz de la libertad en los estertores de la dictadura comunista, en la década de los 80.
“La historia refleja lo imprevisibles que son los rusos y lo vengativos que pueden llegar a ser”, indica Nistor, que llegó a doblar miles de películas de contrabando que permitieron soñar con otra realidad desde clásicos como Taxi Driver o El último tango en París hasta películas de acción como Rambo o las protagonizadas por Chuck Norris. “Boda muda hace justicia a aquellas personas que padecieron la sovietización en el país”, abunda. El “hombre de acero”, como se autodenominó Stalin, exacerbó el humor negro entre los rumanos que persiste hoy en día.
“Se dice que Rumania es un país triste, pero lleno de humor; creo que nuestra vida oscila entre los dos estados, la comedia, el drama y el absurdo. Y eso es bueno. La unilateralidad es frustrante y falsa”, precisa Malaele, que revela que los críticos calificaron su película como surrealista: “Aquí nacieron y vivieron Constantin Brancusi, Emil Cioran, Mircea Eliade y Eugène Ionesco, así que visita Rumania y el surrealismo se hará realidad”.