“El público sabe decir ‘olé’ a tiempo. Es alucinante”: Nueva York integra el flamenco en su paisaje musical
Artistas y programadores españoles y estadounidenses analizan el fenómeno consolidado del género jondo de vanguardia en la Gran Manzana
El público que hoy consume flamenco en Nueva York y, por extensión, en otras grandes ciudades de Estados Unidos, ha ido abandonando progresivamente en estos últimos 20 años “la percepción del flamenco como un baile exótico con mujeres jóvenes con vestidos de lunares bailando con hombres altos y guapos que tienden a patalear y parecer ferozmente machos”. Lo sostiene con una sonrisa ancha el empresario musical Robert Browning, fundador del World Music Institute, que hoy tiene 83 años y cuya retirada en 2011 ocupó una impor...
El público que hoy consume flamenco en Nueva York y, por extensión, en otras grandes ciudades de Estados Unidos, ha ido abandonando progresivamente en estos últimos 20 años “la percepción del flamenco como un baile exótico con mujeres jóvenes con vestidos de lunares bailando con hombres altos y guapos que tienden a patalear y parecer ferozmente machos”. Lo sostiene con una sonrisa ancha el empresario musical Robert Browning, fundador del World Music Institute, que hoy tiene 83 años y cuya retirada en 2011 ocupó una importante mención en las páginas culturales de The New York Times. “A los 70 años se jubila, después de haber tenido una influencia crucial en la vida musical de Nueva York”, se leía en el rotativo. También ha sido clave el ascendente artístico de este pope de la cultura estadounidense en Miguel Marín, cordobés del pequeño municipio de Carcabuey, y cofundadores ambos del Flamenco Festival Nueva York, una cita que cumple 23 años en esta edición con la alargada sombra de Paco de Lucía como homenajeado en el décimo aniversario de su muerte y la sensación, a falta de datos oficiales, de que tras todos estos años de trabajo “el público es ahora mucho más sofisticado, más diverso y más conocedor del arte del flamenco, de su evolución, y acepta las propuestas más arriesgadas”, añade Browning.
“Conocí a Miguel a mediados de los años 90, cuando era estudiante en Nueva York. Él quería mostrar aquí la danza contemporánea española. Mi respuesta fue: ‘¿Por qué necesitamos traer la danza moderna a Nueva York, si aquí ya tenemos a las mejores compañías de danza moderna del mundo: Martha Graham, Merce Cunningham, Paul Taylor, Trisha Brown…? Eres de Andalucía, la patria ancestral del flamenco. ¿Por qué no traer el flamenco de vanguardia a Nueva York?”, rememora durante una charla con EL PAÍS este mítico productor. Así nació el Flamenco Festival, cuya labor pedagógica es hoy una de sus señas de identidad, que diseña con un mimo artesano Miguel Marín en cada una de sus ediciones.
Entre las propuestas de este año se encuentran las que en esta semana encaran la recta final de la cita jonda más importante de Estados Unidos, y que ha invitado a EL PAÍS a Nueva York: el recital del heterodoxo guitarrista sevillano Raúl Cantizano, el próximo domingo en el Joe’s Pub del Public Theater, y la Gran Gala Flamenca que dirige el no menos vanguardista bailaor granadino Manuel Liñán (sábado y domingo en el New York City Center). La cantante María José Llergo y el cantaor Israel Fernández serán otras de las últimas apariciones de esta edición del Festival que inauguró Tomatito el pasado 1 de marzo en el emblemático Town Hall, el mismo escenario donde el maestro Sabicas presentó en 1959 el primer recital de guitarra flamenca de la historia en Estados Unidos. “Tenía tanto sentido hacerlo allí que se produjo el milagro: en mitad del espectáculo el público interrumpió el concierto y se puso en pie aplaudir fuertemente. Fue algo que no habíamos visto nunca”, recuerda Marín.
Efectivamente, el entrenamiento de los espectadores neoyorquinos es ya de tal precisión en este arte en el que todo cuenta que, como aseguraba el pasado miércoles el cantaor sevillano Gabriel de la Tomasa “el público sabe decir ‘olé' a tiempo. Ha sido alucinante, porque para eso hay que saber”, se sorprendía al término de un delicioso recital celebrado en la sala de la Hispanic Society of América que alberga los 14 enormes lienzos que el fundador de la institución, Sir Archer Milton Huttington, le encargara a su amigo Joaquín Sorolla en la primera década del siglo XX. De la Tomasa, envuelto en un silencio sepulcral, interpretó majestuosamente una saeta delante del cuadro Sevilla. Los nazarenos (1914), en una actuación que tuvo mucho de performance, y que confirma “el reto colaborativo”, como asegura Miguel Marín, de este festival que este año se ha repartido por más de una docena de espacios entre Manhattan y Brooklyn.
En concreto, en el número 131 de la calle 55, en pleno Midtown, el New York City Center se ha convertido en el gran templo para la danza flamenca desde que “Miguel llegara con sus propuestas hace más de 20 años”, explica Stanford Makishi, director del teatro. Makishi asegura que esta edición del Flamenco Festival está siendo “la más grande hasta el momento”, con más de un millón de dólares recaudados en venta de entradas, según confirma el programador, “por lo que podemos decir con seguridad que hay una audiencia creciente en los Estados Unidos”.
El City Center brinda la oportunidad de que el espectador experimente “esta forma de arte centenaria, pero también proponemos a artistas innovadores como Jesús Carmona, Rocío Molina, Manuel Liñán y Olga Pericet. Este año me ha emocionado la respuesta tremendamente entusiasta al Ballet Nacional de España, que se ha presentado con la sala llena en nuestro teatro de 2.250 asientos, y en cada una de sus cuatro funciones”, añade el programador estadounidense. En total, 9.000 espectadores han podido ver Invocación, un espectáculo en el que el director de la compañía, el sevillano Rubén Olmo, recupera, treinta años después, una coreografía del desaparecido Mario Maya, referente en el mundo de la danza española y pionero en el baile flamenco, “uno de los investigadores más arriesgados e innovadores”, como lo califica Olmo.
Entre la audiencia de Invocación se encontraba el pasado sábado el saxofonista Tim Ries, que ha colaborado con los Rolling Stones y es compositor, productor y arreglista de muchas otras bandas anglosajonas. “Ha sido como entender que Dios existe”, le decía entusiasmado a Miguel Marín en la puerta de camerinos al término de la función. Esta exageración típicamente andaluza como forma de expresar su júbilo le viene a Ries de su “amor incondicional” por esta música, comentaba con EL PAÍS. Pero también, de su generosidad con las nuevas generaciones, como demostraba al día siguiente con el grupo flamenco femenino Las Migas —Grammy latino al Mejor Álbum Flamenco en 2022—, que se presentaba en el Joe’s Pub del Village neoyorquino ante un público que supo aplaudir atronadoramente con palmas a compás, “¡cómo se hace en Sevilla!”, se sorprendía Ries. El saxofonista actuó como artista invitado en el concierto Libres, donde Las Migas fueron capaces de mezclar los ortodoxos tangos de la Repompa con su fascinante mezcla de estilos flamencos y mediterráneos que incorpora influencias de todo el mundo, del country a la música urbana.
“Nosotros como festival hemos ido acompañando la evolución que realmente ha habido en el flamenco. Hemos incorporado la realidad y la pulsión de la creación actual en cada programación y, si teníamos propuestas vanguardistas, hemos ido siempre a buscar un teatro en el que tuviera cabida la vanguardia para que acoja esa propuesta. Hace 20 años había teatros para los que el flamenco no era relevante, sin embargo, hoy sí”, reconoce Marín, que añade: “Nuestra misión como festival es poder ofrecer esa visión amplia, no quedarnos en lo que el público pedía en un principio, las apuestas más étnicas y raciales. Eso hubiera sido el camino más fácil, pero era sesgar una realidad que es diferente”.
Marín también se ha dado cuenta “que más que nunca este año ya tenemos un público fiel, con teatros llenos para artistas que aún no tienen una trayectoria importante fuera de España como puede ser Inma la Carbonera, acompañada además de una guitarrista mujer, que es Antonia Jiménez, y sin baile, que siempre fue lo más demandado”. Es el mismo caso del cantaor Israel Fernández, que se estrena como solista en el Flamenco Festival, pero que conoce la pulsión de Nueva York después de haber acompañado en ocasiones anteriores a la bailaora Sara Baras como miembro de su compañía. “Aquí hay una cultura musical diferente”, reconoce el de Toledo. En este primer gran concierto, Fernández quiere estar a la altura de esa excelencia –”una bendición para el flamenco”, recalca- y este jueves (hoy para el lector) estrenará en el Kaufman Music Center la adaptación de unas rondeñas grabadas por Paco de Lucía, Doblan campanas, a las que ha puesto letra. “¡Qué ilusión pero qué responsabilidad!”, reconoce.
Con la programación ya cerrada para las ediciones de 2025 y 2026, cuando el Flamenco Festival cumpla un cuarto de siglo en Nueva York, esta cita se ha extendido a ciudades como Boston, Los Ángeles y Miami, “una ciudad que era la continuación natural”, hasta un total de 112 localizaciones geográficas en estos 23 años de historia y 161 espacios escénicos de todo el mundo.