La fascinación eterna por las casas encantadas de Shirley Jackson

Hace más de una década que el mundo rescató a la Reina del Terror de su modesto lugar en la historia y, desde entonces, su leyenda no ha dejado de crecer, también en España

La escritora estadounidense Shirley Jackson, con sus cuatro hijos en su casa, en 1956.Magnum Photos / ContactoPhoto (Erich Hartmann)

Su vida fue corta pero intensa. Duró apenas 48 años. Cayó fulminada en 1965 por un ataque al corazón: demasiado tabaco, una existencia forzosamente sedentaria, algún que otro problema con el alcohol. Pero durante esos años no solo fue el ama de casa que, a ratos, escribía, como se insiste en recordar —no era eso lo que hacía: ella, sus historias, eran el único sueldo que entraba en casa, una casa con cuatro hijos—, sino la única escritora de terror que, con el tiempo, crecería hasta eclipsar a sus contemporáneos, y a todo aquel que se acercase al género, porque su obra se agigantaría hasta lle...

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Su vida fue corta pero intensa. Duró apenas 48 años. Cayó fulminada en 1965 por un ataque al corazón: demasiado tabaco, una existencia forzosamente sedentaria, algún que otro problema con el alcohol. Pero durante esos años no solo fue el ama de casa que, a ratos, escribía, como se insiste en recordar —no era eso lo que hacía: ella, sus historias, eran el único sueldo que entraba en casa, una casa con cuatro hijos—, sino la única escritora de terror que, con el tiempo, crecería hasta eclipsar a sus contemporáneos, y a todo aquel que se acercase al género, porque su obra se agigantaría hasta llegar a convertirse en un faro para el resto, una suerte de luz que guía y nunca piensa apagarse. Desde su inclusión en la canónica Library of America en 2010, algo a lo que los escritores de terror tienden a no aspirar, Shirley Jackson, la autora del disruptor La lotería, de la epatante La maldición de Hill House, y la potentísima y retorcida voz de Merricat Blackwood (la narradora nada fiable más famosa de la historia, que relata Siempre hemos vivido en el castillo), no ha dejado de crecer sin que nadie se atreva siquiera a intentar seguir sus pasos. ¿Por qué?

Richard Matheson, autor hasta cierto punto contemporáneo de Jackson —aunque a la vez inevitable discípulo: su primera novela es de 1953, y para entonces ella llevaba una década publicando, y había despuntado en 1948, con el odio que desató su legendario relato La lotería, que generó cientos de cartas de lectores molestos, los haters de una época sin redes sociales, pero con sellos y sobres—, podría haber seguido sus pasos, y haber encontrado a editores en el presente decididos a convertirlo no solo en un clásico del género, sino en un clásico sin más. Y lo mismo podría haber ocurrido con Daphne du Maurier, la autora de Rebeca, que en España está tratando de recuperar Alba. Pero no ha pasado con ellos nada parecido a lo que está ocurriendo con Shirley Jackson en el resto del mundo, y también en España. No hay año en que no se reúnan cartas —en 2021, su hijo Laurence Jackson Hyman editó un volumen antológico en muchos sentidos—, se publiquen nuevas biografías —como la de Ruth Franklin— o se reediten novelas, como acaba de ocurrir.

“Lo que diferencia a Shirley Jackson del resto es que ella creó algo nuevo. Llevó el género mucho más allá. Cogió cosas que se atribuyen a una tradición, la que viene de Edgar Allan Poe, y de lo norteamericano oscuro, y las moldeó a su manera. Es verdaderamente prodigioso lo que hizo. Literatura de altísimo nivel”. La que habla es Valeria Bergalli, responsable de Minúscula, la editorial que la publica en España. Lo lleva haciendo desde 2012. Entonces, cuando editaron Siempre hemos vivido en el castillo, recuerda, “costó que el lector no de género se interesara, llegaron antes aquellos que ya la conocían, porque la estaban esperando”. Pero el hecho de que su nombre empezase a sonar en todas partes, que se rodasen películas sobre ella —como Shirley—, se ambientasen series en universos que ella creó —Mike Flanagan con su actualización de La maldición de Hill House—, y se recordase a menudo —es algo que él mismo nunca ha dejado de hacer— que Stephen King lo había aprendido todo de ella, hizo el resto.

La escritora estadounidense Shirley Jackson, en una imagen de los años cuarenta.Magnum Photos / ContactoPhoto (Erich Hartmann)

Además, como dice Bergalli, “las escritoras más jóvenes actuales en lengua inglesa no solo han destacado su enorme valía, sino la de la literatura gótica como arma muy poderosa para narrar la vida cotidiana de las mujeres”. Una de esas autoras, Catriona Ward, que acaba de publicar La bahía del espejo (Runas), tiene una novela titulada exactamente igual que la que acaba de reeditar Minúscula de Jackson: El reloj de sol. “Lo hice pensando en esa obra, por supuesto”, confiesa la escritora norteamericana. “Entendió como nadie cómo la vida cotidiana, especialmente para las mujeres, puede resultar tan aterradora o más que cualquier cosa sobrenatural. Es por eso, y por su prosa nítida, y por su oscura alquimia narrativa, que vuelvo a ella una y otra vez cuando necesito un empujón”, explica. Para Ward también es evidente por qué su obra crece con el tiempo, al contrario de la de sus contemporáneos. “Ella reinventó el gótico, creó un gótico para el siglo XX. Eso es lo que la hace única”, sentencia.

Eso, y la forma en que cruzó todos los límites, también socialmente. “Tocó nervios muy importantes de la cultura norteamericana. Consiguió desmontar la idea de la comunidad. Dejó claro cómo de destructiva puede llegar a ser para aquel que no encaja, para el diferente”, expone Bergalli. Algo evidente en Siempre hemos vivido en el castillo y en el relato La lotería —en el que el vapuleado chivo expiatorio de una comunidad es, evidentemente, el menos querido, el diferente, y su final es macabro y sectario—, pero también en El reloj de sol, novela en la que una familia —de mujeres, con un único sirviente, y un hombre elegido por su atractivo, y el viejo y enfermo heredero— se encierra en una mansión a la espera del fin del mundo, apartándose del resto. Rompiendo, de una manera salvaje, con aquello a lo que pertenecían o fingían pertenecer. El deseo de ver saltar por los aires el pueblo, y el mundo, es, en la novela, ensordecedor. “Durante años se impidió que Shirley Jackson jugase en las grandes ligas —pese a haber sido nominada al National Book Award—, pero pertenecía a ellas”, insiste la editora.

Su lector está consolidado en España, y no solo de género. “Cada libro nuevo genera una expectación tremenda. Y en todas las edades, tanto hombres como mujeres”, dice Bergalli, que anuncia otra novedad para este mismo año —de la que aún no puede hablar— y las dos otras novelas que faltan para más adelante: The Bird’s Nest y Road Through the Wall. Celebra que esté por fin abandonando la condición de personaje que coleccionaba libros esotéricos, alborotaba el pelaje de sus mascotas y era feliz en casa. No hay más que leerla para darse cuenta de cómo le afectó todo eso —la casa es el personaje principal de casi todo lo que dejó escrito, la casa y una mujer perdiendo la cabeza—, y cómo sembró la duda sobre lo que existe y lo que no. “Si en algún sentido interpela a los lectores actuales es precisamente en ese. No crea realidades cerradas. Todo es ambivalente. No puedes fiarte de sus narradoras, pero tampoco puedes fiarte del mundo”, apunta Bergalli. Y sí, la mujer que pierde la cabeza en sus historias lo hace por lo inestable de una realidad habitada únicamente por ella misma.

Shirley Jackson, en una imagen de 1986.Magnum Photos / ContactoPhoto (Erich Hartmann)

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