Luis Mateo Díez y las enfermedades del alma
El escritor, nuevo premio Cervantes, se atreve a mirar a la cara ciertas realidades que muchos no queremos divisar ni de lejos
No tiene piedad con sus personajes, Luis Mateo Díez. “La verdad es que siempre me gustó considerar a mis personajes, más que perdedores, héroes del fracaso”, afirmaba en una entrevista, y estos héroes (que tanto nos recuerdan en ocasiones al ingenioso hidalgo) no pueden dejar de despertar nuestra simpatía y nuestra ternura porque, con frecuencia, sus intentos son los nuestros, y sus chascos, derivados casi siempre de su inexperiencia y sus pocas habilidades sociales, también. Son seres desarraigados, frágiles. Idealista...
No tiene piedad con sus personajes, Luis Mateo Díez. “La verdad es que siempre me gustó considerar a mis personajes, más que perdedores, héroes del fracaso”, afirmaba en una entrevista, y estos héroes (que tanto nos recuerdan en ocasiones al ingenioso hidalgo) no pueden dejar de despertar nuestra simpatía y nuestra ternura porque, con frecuencia, sus intentos son los nuestros, y sus chascos, derivados casi siempre de su inexperiencia y sus pocas habilidades sociales, también. Son seres desarraigados, frágiles. Idealistas, románticos. Ilusos e inocentes, incapaces para la vida si concebimos la vida según las pautas habituales y los comportamientos que han de seguirse por tradición: estudio, empleo, boda, hijos. Se dejan llevar por los acontecimientos, les sean o no favorables, porque su carácter no les permite actuar de otro modo, de modo que pueden caer en una abulia que no les ayuda.
Todo ello en unas historias universales, que se mueven por los reinos de lo onírico, los territorios que quedan al otro lado del espejo, en las que importa menos el dato histórico que la fabulación. Luis Mateo Díez se atreve a mirar a la cara de ciertas realidades que muchos no queremos divisar ni de lejos. El atraso, el vacío, la cerrazón, la oscuridad. Los escenarios de los que venimos y a los que no queremos volver, pero que se presentan ante nosotros de tanto en tanto para recordarnos que ahí siguen. El cainismo, la envidia y el mal fondo. Y si Luis Mateo Díez puede enfrentarse a tanta culpa y a tanta rabia de una historia compartida es porque acude a la belleza de la prosa, a la perfección del texto, el vivo ritmo narrativo, agudo y desenvuelto, la agudeza de los diálogos, beneficiarios de la narración oral, y, por supuesto, el tono humorístico de todo. En una travesía en la que priman la imaginación, la lucidez, la expresión de una realidad diferente, con “la clara ambición de crear una peculiar comedia humana”.
Piden sus libros una lectura sosegada y entregada, en la que el lector extraiga lo implícito de lo que viene expresado con un lenguaje que fusiona lo culto con lo coloquial, la palabra que proviene del discurso escrito con la del discurso hablado. Con una portentosa capacidad de fabulación, una manera única de renovar la tradición y, sobre todo, una necesidad constante de escribir, que nos lleva a pensar que cuando Luis Mateo Díez habla, en realidad está escribiendo. Construyendo sus “fábulas sin tiempo”, en las que plasma la soledad del individuo en tanto ser humano. Unas narraciones que, como las parábolas, desembocan en una verdad importante. Un conocimiento nuevo que ya queda en manos del lector para que sea este quien decida cómo asumirlo y qué hacer con él. No es el afán didáctico lo que mueve al autor. No busca enseñanzas morales: será el lector quien, avanzando en la narración, haya de desentrañar tanto la verdad como la crítica que siempre vienen implícitas en toda fábula.