The National demuestran en Madrid que son los padres tristes de la generación ‘indie’

El grupo liderado por Matt Berninger ofrece un concierto de dos horas y cuarto donde provoca una comunión catártica con el público

El cantante de la banda estadounidense The National, Matt Berninger, durante el concierto de anoche en el WiZink Center de Madrid.Rodrigo Jiménez (EFE)

En la tienda de merchandising de The National en el WiZink Center hay una camiseta en cuyo pecho puede leerse: “Sad dads” (Padres tristes). La banda de Ohio afincada desde hace dos décadas en Brooklyn siempre ha sido un combo serio que jamás se ha tomado demasiado en serio. Y su merchandising de madurez lo confirma. Han transitado más etapas vitales que musicales, hasta presentarse anoche en Madrid en un recinto con muy buena entrada (unos 8.000 espectadores), pero sin alcanzar a colgar el cartel de no hay billetes. Cuando se anunció el concierto, el grupo formado ...

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En la tienda de merchandising de The National en el WiZink Center hay una camiseta en cuyo pecho puede leerse: “Sad dads” (Padres tristes). La banda de Ohio afincada desde hace dos décadas en Brooklyn siempre ha sido un combo serio que jamás se ha tomado demasiado en serio. Y su merchandising de madurez lo confirma. Han transitado más etapas vitales que musicales, hasta presentarse anoche en Madrid en un recinto con muy buena entrada (unos 8.000 espectadores), pero sin alcanzar a colgar el cartel de no hay billetes. Cuando se anunció el concierto, el grupo formado por el vocalista Matt Berninger junto a los hermanos Aaron y Bryce Dessner a las guitarras y los Devendorf (Scott y Bryan) a cargo de la sección rítmica, se suponía que venía a presentar su noveno disco, First Two Pages of Frankenstein. Al final, tras el lanzamiento por sorpresa el mes pasado de Laugh Track, álbum hermano del anterior, menos satinado y algo más robusto, presentan los dos. Para el caso, un detalle sin importancia.

Con unos diez minutos de retraso, los autores de High Violet saltaron al escenario con un Berninger con traje negro de corte Wes Anderson, gafas de pasta y vaso en mano, perfectamente metido en su papel de padre triste, amigo borracho, profesor resacoso, exnovio incapaz de comprometerse, exmarido incapaz de dejar de llamarte de madrugada. El Pedro Pascal del underground. Con un sonido prístino y el apoyo de dos vientos, el quinteto arrancó con Once Upon a Poolside, uno de los temas más morosos y menos memorables que han facturado en su carrera. A continuación, convirtieron Eucalyptus, otro corte de First Two Pages of Frankenstein, en un nervioso y enérgico tema casi post punk que se elevó varios metros por encima de su versión en disco y nos recordó que estos padres tristes son mejores cuando se convierten en profesores enfadados. De su empuje se aprovechó Tropic Morning News, otro tema reciente que en disco casi acaba antes de empezar y que en directo cede protagonismo a la batería de Bryce Debvendorf, acaso el mejor baterista de su generación, el tipo con el que los indies aprendieron a valorar el talento a las baquetas. Para el indie ser batería es un poco como ser lateral izquierdo para el fútbol: casi nadie lo es por vocación.

Otro momento del concierto de The National en Madrid. Ricardo Rubio (Europa Press)

Cuentan que cuando The National conocieron a Michael Stipe, de REM, este les dio un consejo: “Si queréis tener una carrera larga, tenéis dos opciones: escribir muchos éxitos o no escribir ninguno”. Los de Ohio optaron por lo segundo. Esto hace que, por ejemplo, hace unos días actuaran dos noches en el Alexandra Palace londinense y no repitieran ningún tema. En su discografía hay tan pocos éxitos como temas malos. Así, en sus conciertos, tal vez puede alguien echar de menos alguna canción, pero raro es que le sobre alguna. El cuerpo creativo de la banda es a estas alturas enorme. Y anoche se demostró tanto en las impecables interpretaciones de Squalor Victoria o Apartment Story, de lo mejor de la noche, como en la fallida aproximación a Day I Die, uno de los mejores temas que jamás han escrito, pero que ayer cayó en una fase del concierto en el que el sonido parecía haberse enmarañado y la ligera afonía que arrastraba Berninger se hizo obvia. Lo mismo sucedió con Smoke Detector, uno de los temas más distintos que han grabado nunca —The National se dan mucho al comentario de que “todo suena igual”, un poco como Bad Bunny, pero con el culo en la silla— y que da lustre a su último disco, que sonó algo anémico cuando debería reventar los oídos, porque uno no homenajea a la Velvet Underground sino está dispuesto a fastidiar algún tímpano.

Afortunadamente, las cosas volvieron a sonar como en el arranque para afrontar el tramo final de un concierto de dos horas y cuarto que, poco a poco, tema a tema, fue provocando una suerte de comunión catártica entre grupo y público. La banda, que ha sufrido en tiempos recientes varios conatos de disolución, crisis creativas y bloqueos, parece hallarse en paz, feliz de conocerse y reconocerse. Eso sí, como los hermanos Dessner son los encargados de comunicarse con el público porque el vocalista no es capaz de acometer interacciones normales, Berninger, si quiere algo con el público, se baja al foso, como sucede en los bises, y canta medio Mr November en la pista, tensando el cable del micro, mientras un miembro del equipo de la banda en cuclillas al borde del escenario trata de recoger el sedal, pescar a Berninger y devolverlo sano y con gafas al escenario sobre el que queda claro que ya no quiere estar, pues al siguiente corte se vuelve a dar otro paseo entre la audiencia.

Un expresivo Matt Berninger durante el recital. Ricardo Rubio (Europa Press)

Eufórico y algo incómodo, memorable pero con un ojo puesto en la resaca de mañana, sabiendo los botones que hay tocar, pero tocándolos con los pies, así es The National, una banda que es lo que hubieran sido U2 si no hubieran tenido ningún éxito, o REM si hubiesen tenido tantos como U2. The National es un grupo inmune a las explosiones incluso cuando uno de sus guitarristas se acerca al material más inflamable de la historia reciente del pop, Taylor Swift, quien ha logrado que sus fans se acerquen al fútbol americano al echarse un novio quarterback, pero no logró que se hicieran fans de The National a pesar de que Aaron Dessner fuera la persona tras los soberbios Folklore y Evermore.

The National encapsulan las inquietudes y los desajustes de una generación a medio camino entre la solemnidad y la incompetencia. Nadie como Berninger, que anoche se medio ahorcó por su propio micro entre una audiencia desatada, ejemplifica ese deseo de ser amado pero no saber exactamente qué hacer para lograrlo, y cuando lo logra no estar muy seguro de merecerlo.

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