El frenesí convertido en música: los festivales crecen con ganas de sorprender y sin convenio para sus trabajadores

El negocio de los conciertos veraniegos ya factura 459 millones en España, y no para de crecer gracias a miles empleados que muchas veces trabajan en “condiciones leoninas”, según los sindicatos

Montajes previos, el pasado mes de junio, para el Concert Music Festival, en Chiclana de la Frontera.Juan Carlos Toro

El Bicho —para más señas, Miguel Ángel Muñoz, aunque nadie le conozca así— se baja de la carretilla eléctrica con sus brazos como columnas, manos ásperas y cara tostada por el sol y espeta: “Vivo en el paraíso”. Lo dice, sin atisbo de culpabilidad chovinista, en mitad del poblado de Sancti Petri, una pequeña península enclavada entre marismas y salinas de Chiclana de la Frontera (Cádiz) que fue una colonia de pescadores de la almadraba, hoy inmersa en un fotogénico abandono. Así que puede que tenga razón. Pero hace cinco veranos que a El Bicho le salen las cuentas de ceder ese edén part...

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El Bicho —para más señas, Miguel Ángel Muñoz, aunque nadie le conozca así— se baja de la carretilla eléctrica con sus brazos como columnas, manos ásperas y cara tostada por el sol y espeta: “Vivo en el paraíso”. Lo dice, sin atisbo de culpabilidad chovinista, en mitad del poblado de Sancti Petri, una pequeña península enclavada entre marismas y salinas de Chiclana de la Frontera (Cádiz) que fue una colonia de pescadores de la almadraba, hoy inmersa en un fotogénico abandono. Así que puede que tenga razón. Pero hace cinco veranos que a El Bicho le salen las cuentas de ceder ese edén particular durante tres meses al Concert Music Festival, un trampantojo de ciudad efímera de 5.000 metros, de esos que en estos meses pueblan por cientos la geografía española y facturan más de 459 millones de euros en una burbuja de festivales que aún no ha tocado techo.

Entre el caos coordinado de 150 trabajadores entregados al frenético montaje en el que Muñoz hizo un alto con su carretilla y el ambiente festivo rosa chicle en el que Marta —23 años, look festivalero y ganas de encontrarse “con algún influencer”— hace cola para maquillarse de purpurina apenas han pasado 10 días. El Concert arranca con un evento Bresh, una marca de origen argentino que se autodenomina “la fiesta más bonita del mundo” y que no deja de ser un encuentro para jóvenes en el que ver y dejarse ver.

Esa cita, solo la primera de hasta 43 conciertos, galas y sesiones de DJs por los que, hasta finales de agosto, desfilarán unos 200.000 espectadores, según estimaciones de la organización, en función de los datos del año anterior. El despliegue no es barato, ni pretende serlo. “Cuando hablo con nuestros patrocinadores soy claro y les digo que nuestro presupuesto es de 11.600.000 euros. Para que entiendan la inversión que hacemos. Somos un festival boutique e intentamos diferenciarnos”, explica sin rodeos Rafael Casillas Menacho, director de Concert Tour, promotora de ese festival y de hasta seis ciclos más.

La especialización es el camino escogido por Casillas en un mercado de festivales de verano cada vez más voraz. El año pasado, los conciertos, giras y festivales generaron una facturación neta solo por venta de entradas de 459.248.129 euros, según el Anuario de la Música en Vivo de 2023, publicado por la Asociación de Promotores Musicales (APM). No hay localidad que no tenga su cita musical y rara es la comunidad autónoma o ayuntamiento que no lo incentiva o subvenciona como un atractivo más de su lugar. Primavera Sound (entre Barcelona y Madrid), Mad Cool (Madrid), O Son Do Camiño (Santiago de Compostela), Marenostrum Fuengirola, Icónica Fest (Sevilla) poblaron la agenda de más de tres millones de asistentes, solo contabilizando el top ten de los macrofestivales y de los de ciclo de ese mismo anuario. “Hemos marcado récord histórico desde que se mide en diez años. Estamos en un momento álgido. Este 2023 será fuera de lo normal para bien. Se van a notar los conciertos de estadio. Todo son sold out [agotados] y todavía quedan por llegar Madonna o The Weeknd”, avanza Carolina Rodríguez, creadora de hasta seis festivales como Warm Up y responsable de comunicación de APM.

Inauguración del Concert Music Festival con una fiesta 'Bresh' el pasado 30 de junio. Juan Carlos Toro

El panorama ha cambiado mucho desde que, allá por 2017, al decorador Álvaro Linares le encargasen la conceptualización de un festival en un poblado almadrabero semiabandonado en el que apenas quedaban unas pocas ruinas. Ideó un espacio construido con contenedores de mercancías y ordenado en torno a un gran vestíbulo de mil metros que distribuye hacia un auditorio en forma de teatro romano, un segundo escenario y diversas zonas de restauración. Todo dominado por la máxima de la sorpresa o el efecto wow, como es conocido en marketing. “Nuestra meta no es que sea bonito, sino que sea impresionante. Creamos un trampantojo, una ciudad con caminos que generen morbo e interés”, resume Linares.

Y en esas se ha pasado enfrascado El Bicho durante más de un mes, uno de los habitantes de Sancti Petri a los que Concert fichó nada más desembarcar en la zona. “Me cogieron como pintor, para maquinaria, para montaje de contenedores. Antes aquí no había nada, estaba muerto y ahora lo vive Chiclana entero”, presume el trabajador. Muñoz trae y lleva las macetas que durante el resto del año han cuidado los vecinos de la zona a las órdenes de Sandy Ramírez, coordinador de montaje y de seguridad del festival: “Esto es como un mundo aparte. Estoy aquí desde que se pone el primer contenedor hasta que se quita el último”. Por sus manos pasan las órdenes de los más de 150 trabajadores que pasan por el Concert y que mutan durante los meses de trabajo: primero son personal y empresas contratadas de montaje, luego viran a los encargados de dar servicio al propio evento. “Como somos una empresa de Sanlúcar de Barrameda, la mayoría son de la zona”, explica Ramírez.

Miles de empleados como ellos viven ahora volcados en esas ciudades efímeras que son los festivales por toda España. La cifra de trabajadores es una incógnita, como reconoce Cristina Bermejo, secretaria general de Medios de Comunicación, Artes, Cultura, Deportes y Ocio de Comisiones Obreras. Aunque se presume mayor de los 151.600 asalariados que el anuario de 2021 del Ministerio de Cultura contabilizó para actividades de diseño, creación y espectáculos. “Mueve miles de puestos entre personal técnico y eventual”, apunta la sindicalista. Pese a ello, el sector ni siquiera cuenta con un convenio para sus trabajadores. De ahí que Bermejo lleve ya meses enfrascada en negociaciones con la patronal para crear el primero, al modelo del que existe ya en Galicia, que ponga coto a “condiciones leoninas de tener que trabajar deprisa y corriendo”, como denuncia la responsable de Comisiones.

Sindicatos y patronal trabajan con la idea de que el convenio esté ya vigente de cara al próximo verano. “Hay voluntad por todas las partes, los empresarios son los más interesados para evitar la competencia desleal”, explica Bermejo. Y no es la única costura que se le ve al sector de los festivales, inmerso en una espiral de crecimiento de incierto final. Después de que ya el verano pasado hubiese cancelaciones y problemas de producción —como el Madrid Puro Reggaeton Festival de Madrid o el Metal Paradise de Fuengirola—, Casillas llama a la mesura: “A cualquier cosa se le llama festival: es como a si todo le llamásemos restaurante. Hay que tener cuidado con cómo se anuncia porque nos perjudica a los que lo hacemos bien. Hay tal burbuja que a todo le llaman festival”.

Un grupo de limpiadoras preparan la zona de reservados del Concert Music Festival, en Chiclana de la Frontera. Juan Carlos Toro

Por eso Rodríguez cree que el mejor antídoto es “la autoregulación” del sector. Para la productora la palabra festival engloba también “el recinto, la estética, la experiencia” que lo dotan de identidad. “Es una experiencia conjunta que sepas que cuando vayas a ver el artista, cada vez más, el promotor está incluyendo una inversión en una producción: en el escenario, en zonas de auditorio, zonas de servicio, de restauración”, abunda la portavoz de APM. Es lo que Rafael Casillas lanza casi a modo de exhortación: “Que todos respetemos a la gente que está pagando el dinero que paga”. Mientras eso llega —si es que ocurre— y con un verano apuntando a un nuevo récord, el crecimiento de agenda ya ha provocado que “muchos artistas españoles cobren ya como si fuesen internacionales”, según denuncia el dueño de Concert Tour.

Y eso complica aún más el trabajo de Rafael Casillas Gordillo, project manager de la empresa e hijo de su responsable. Mucho antes de que la cuadrilla de Ramírez desmonte la última pica en Sancti Petri en septiembre, el responsable de la programación ya estará dándole vueltas al cartel del año siguiente. Lo hace en función de las tendencias del sector, del propio caché del artista y del perfil variable de público al que pretenden dirigirse. Así fue como en el verano pasado ya tenía fichado a Bizarrap, justo cuando su hit con Quevedo tocó la cima (Music Sessions, Vol. 52). Para este año, el productor argentino regresa junto a valores seguros como Alejandro Sanz o Rod Stewart y presumibles éxitos, como Feid. En semanas se sabrá si el reguetonero colombiano será el nuevo pelotazo del verano en Sancti Petri. “Al final, es una lotería”, resume modesto Casillas Gordillo.

Primer día de concierto en el Concert Music Festival con la Fiesta Bresh. Juan Carlos Toro

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