Una polémica exposición feminista celebra a Picasso en el museo de Brooklyn en el 50º aniversario de su muerte
La cómica Hannah Gadsby es la comisaria principal de la muestra gracias al éxito de un monólogo de 2018 en el que vapuleaba al pintor malagueño
Interpretar a Picasso al hilo del Me Too entra de lleno en el terreno de la ucronía. Pero de las muchas maneras de conmemorar el 50º aniversario de la muerte del pintor malagueño (1881-1973), el museo de Brooklyn en Nueva York ha escogido la feminista, con una muestra que confronta el tratamiento pictórico de la mujer que realizó el artista —y también su misoginia— con la obra de 30 cr...
Interpretar a Picasso al hilo del Me Too entra de lleno en el terreno de la ucronía. Pero de las muchas maneras de conmemorar el 50º aniversario de la muerte del pintor malagueño (1881-1973), el museo de Brooklyn en Nueva York ha escogido la feminista, con una muestra que confronta el tratamiento pictórico de la mujer que realizó el artista —y también su misoginia— con la obra de 30 creadoras, pilares del arte feminista, pero no contemporáneas del autor del Guernica, lo que introduce un segundo desajuste temporal. El resultado de la yuxtaposición es la exposición titulada Es Pablo-matic [juego de palabras con problemático]: Picasso según Hannah Gadsby, la cómica australiana que saltó a la fama en 2018 con Nanette, un monólogo (en Netflix) en el que, entre otros asuntos, vapuleaba al artista y las raíces patriarcales del arte.
Gadsby, que estudió historia del arte, pero abjuró de la disciplina, “examina el complicado legado del artista desde una perspectiva crítica, contemporánea y feminista”, dice el museo. En sus glosas o apostillas a la obra que se expone —dos docenas de láminas de la Suite Vollard y ocho óleos, siete de ellos prestados por el Museo Picasso de París—, la australiana parte de una aseveración categórica: “Picasso destruyó todo menos la asunción de la mujer como objeto”. Es una frase sacada de Nanette, algunos de cuyos fragmentos pueden verse en bucle en una sala contigua. En la audioguía de la instalación se muestra aún más implacable: el creador, viene a decir, ya no es solo detestable por su misoginia, también por su mal comportamiento y por sus impulsos colonialistas. Su inspiración en el arte africano, su continuo retorno a la mitología clásica, entrarían casi en la categoría de apropiación cultural, ese otro mal nefando del siglo XXI.
Aunque está comisariada por dos especialistas del museo, Catherine Morris, curadora del Centro de Arte Feminista —el único en su género en EE UU—, y Lisa Small, responsable de arte europeo, el hilo conductor corresponde a Gadsby, una “odiadora” profesional de Picasso, como se define en Nanette, así que nadie que visite la exposición puede llamarse a engaño. Muy consciente de su papel como hermeneuta feminista del ciclópeo creador, su ingenio y la hipotética invitación al humor que cabe esperar de una cómica profesional quedan opacados por su negación, lo cual demuestra para algunos que lo peor que le puede pasar a un cómico es tomarse en serio.
Citas de otras creadoras sobre la incorrección —avant la lettre— de Picasso jalonan el recorrido de la muestra. “Las fantasías sexuales de nadie son políticamente correctas”, recuerda la artista visual Marilyn Minter, una de las que ponen el contrapeso al genio (y que sin embargo asume la necesidad de separar al artista del hombre: “Mis pensamientos sobre Picasso han cambiado a medida que conocía más sobre él como humano. Sigo pensando que, sin duda, era un gran artista, pese a ser un hombre horrible”). En el despliegue de afirmación femenina destacan la consagrada Louise Bourgeois, Louise Nevelson, Cecily Brown, Kiki Smith o el colectivo anónimo Guerrilla Girls. De este último cuelga una selección de sus obras-manifiesto, como el cartel que recuerda que en el Museo Metropolitano de Nueva York “menos del 5% de los artistas en las secciones de arte moderno son mujeres, pero el 85% de los desnudos son femeninos”.
“Esta exposición no pretende cancelar a Picasso. No se puede cancelar la historia”, sostiene la comisaria Morris para matizar la enmienda a la totalidad que plantea Gadsby. “Pero sí se puede examinar su relevancia para las prioridades sociales, culturales y políticas contemporáneas, y al hacerlo se puede enriquecer nuestra comprensión de la misma reflexionando sobre posiciones y puntos de vista más novedosos. Nuestra exposición se propone entablar un debate muy pertinente sobre las tensiones existentes entre el genio creativo de Picasso y la dudosa dinámica de poder que definió la época en que vivió y trabajó”.
La exposición, abierta hasta el 24 de septiembre, aborda cuestiones complejas en torno a la misoginia, la creatividad, el canon histórico del arte y el concepto de genio. También el arsenal de acusaciones al Picasso predatorio, encarnado en obras como Fauno despertando a una durmiente (Júpiter y Antíope, según Rembrandt), una aguatinta de 1936 que pertenece a los fondos del museo, o en la poderosa exhibición de minotauros que, a la luz de esta muestra, parecen precursores del macho alfa. También pasa revista a sus mujeres, cosificadas como musas además de víctimas, sobre todo Marie Thérèse Walter, de la que Gadsby recuerda cómo fue seducida por el pintor, que ya había cumplido los 40, cuando ella tenía 17 años (la cartela recuerda que entonces en Francia la edad mínima de consentimiento era de 13 años).
Con latiguillos de Instagram y Twitter (etiquetas, eslóganes), Gadsby, que en su día equiparó a Donald Trump, Harvey Weinstein y Picasso (”Los tres cortados por el mismo patrón”), desmenuza todos los males que achaca al último, incluidos su impericia como escultor o sus gratuitos desnudos femeninos. Frases ocurrentes como “Si PETA [asociación animalista] no ha podido cancelar a Picasso, nadie puede”, sobre la obra Corrida: la muerte de la mujer torero, de 1933, comparten espacio con comentarios obvios, como este acerca de un desnudo femenino perteneciente a la Suite Vollard, fechado en la capital francesa en 1931: “Debió de hacer mucho calor en París en los años treinta”. Hay cierta fijación genital, también anal, en los comentarios.
Por todo ello, algunos críticos, como el del New York Times o el de la revista especializada ArtNews, han destrozado la exposición, también por sus excesos personalistas —Picasso parece empezar donde acaba Gadsby, que lo ocupa todo— entre otras críticas. Otros se rinden al afán provocador y estimulante de la mirada de la cómica. Del medio centenar de muestras que a lo largo del año conmemorarán la figura del pintor, esta es con diferencia la más arriesgada, por su capacidad de generar opiniones encendidas. Pero ¿qué esperar, si no, de la visión de alguien que ha dicho que Picasso “solo se puso un filtro de caleidoscopio en el pene” cuando contribuía a forjar el cubismo? La cómica logra plasmar su odio por un “dictador autoritario doméstico monumentalmente misógino y abusivo”, y que “ocupa demasiado espacio” en el imaginario colectivo de la cultura del siglo XX.
“Picasso dijo una vez que le llevó cuatro años pintar como Rafael, pero toda una vida pintar como un niño”, escribe Gadsby en uno de los textos de pared. “Bueno, yo no quiero llamarme genio (...) Pero solo tardé cuatro años en ser tan graciosa como Rafael”, cuenta Gadsby sobre una réplica del cuadro Gran bañista con un libro (1937), realizada en sus años de estudiante de Historia del Arte, antes de abandonar por su impronta patriarcal una carrera a la que ahora regresa en volandas del éxito mediático. Gracias al cual, por cierto, también ha logrado colgar su copia en un museo, al lado de las obras del maestro.