Otro paso ganado

El proyecto en el que está trabajando Andrés Trapiello es descomunal y, como todo lo monumental en este país, apenas tiene el eco que merece

El escritor Andrés Trapiello, en abril de 2021.Santi Burgos

Pues señor, este es ya el número veinticuatro. Cada volumen suele tener unas quinientas páginas, de modo que llevamos ya doce mil, mucho más que Proust. Y eso que no se ha acabado, Dios no lo quiera, porque el libro del que forma parte como capítulo número veinticuatro durará lo que le dure la respiración a Andrés Trapiello. Si llega un día en que deja de respirar, Dios lo impida, pues se habrá terminado la novela llamada Salón de pasos perdidos.

Porque ...

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Pues señor, este es ya el número veinticuatro. Cada volumen suele tener unas quinientas páginas, de modo que llevamos ya doce mil, mucho más que Proust. Y eso que no se ha acabado, Dios no lo quiera, porque el libro del que forma parte como capítulo número veinticuatro durará lo que le dure la respiración a Andrés Trapiello. Si llega un día en que deja de respirar, Dios lo impida, pues se habrá terminado la novela llamada Salón de pasos perdidos.

Porque es una novela. Desmesurada, pero novela. Y aunque, según cuenta en la página 112, algunos amigos suyos verdaderos o fingidos le han recomendado que lo deje ya, él razona con mucha lucidez por qué no va a dejarlo y por qué va a seguir mientras el cuerpo aguante. Dado que los lectores aguantan y aunque sean escasos, no hay razón para ser él mismo su peor lector.

A mi modo de ver este es un proyecto descomunal y como todo lo monumental en este país apenas tiene el eco que merece. Veamos, estamos hablando de una novela que es, necesariamente, la vida de su autor, como lo es la Recherche de Proust, y quienes la seguimos lo hacemos por la misma razón por la que leemos al francés, a saber, una prosa impecable, inteligente, irónica, en coloquio con el lector y mediante la cual nos cuenta las cosas que ve o le pasan.

Naturalmente no lo leemos por saber qué le pasa a Trapiello ni si ha comprado jamón york o de bellota, que es algo totalmente trivial, sino por oír cómo suena el español cuando lo tañe un gran instrumentista. De modo que da lo mismo si nos cuenta una lectura en Bruselas, con un director de instituto casi dickensiano, paginas cómicas que no desmerecen las de Baudelaire en su Pauvre Belgique!, o si lo que cuenta es la muerte de Delibes que viene casi a seguido y muestra una emoción y un cariño entrañables.

No es el transcurso vital de Trapiello el argumento de esta novela sino ella misma. Leemos su novela porque nos interesa su novela. Y eso es algo de lo que muy pocas novelas pueden sentirse orgullosas. Que la prosa misma sea la protagonista es en verdad una rareza. Casi todo lo que hoy se publica busca interesar al lector por un asunto convulso, sea un sufrimiento, una operación a vida y muerte, una pareja tóxica, una aventura desbocada. Trapiello nos cuenta la vida humilde de un escritor sustancialmente normal, y todo aquello que le rodea.

Uno de sus maestros, Azorín, fue sobresaliente en la descripción de lo humilde y lo obsoleto. Como si fuera un pintor flamenco, igual figura una calle del viejo León entre palacios, que una cabaña agrícola en Levante o un puchero desportillado. El lector se queda fascinado por esa prosa cristalina, de una pureza insólita capaz de contar todo lo grande y lo pequeño, “Who sees with equal eye, as God of all,/ A hero perish, or a sparrow fall”. Algo así sucede en las memorias de Trapiello, pero ahora me percato de que he escrito “memorias” y no lo son. Son, desde luego, asuntos que él ha conocido personalmente, pero no forman parte de su biografía porque su vida es de lo más escueto: sentarse a la mesa para escribir a todas horas, todos los días, año tras año.

Esta es la razón por la que el volumen, titulado Éramos otros, no se pueda comprar en librería. Hay que encargarlo directamente a Trapiello en su dirección de internet. Se trata de una lectura para poca y muy escogida gente. No merece la pena meterla en los enormes desaguaderos que alimentan el pantano de la actualidad. Hay que pescarlo en un pequeño arroyo truchero que fluye escondido entre peñas y abrojos, por decirlo como Azorín.

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