“La gente piensa que estoy loca” | Una semblanza de Rosario Murillo

EL PAÍS adelanta un capítulo del libro ‘¡Yo soy la mujer del comandante!’ (Grijalbo), de Carlos Salinas Maldonado, sobre la esposa de Daniel Ortega y la deriva del régimen sandinista

Rosario Murillo durante una marcha en Nicaragua, el 5 de septiembre de 2018.STRINGER (Reuters)

—Sí, la gente dice que estoy loca. Todos en este maldito país piensan que estoy loca.

Rosario Murillo sonríe al periodista, que la mira fijamente con esos ojos azules que para ella son dos focos de interrogador que quiere torturarla.

—La verdad es que no me importa que crean que estoy loca. A lo mejor lo estoy, pero he decidido vivir mi vida sin ataduras. He estado por mucho tiempo bajo la sombra de Daniel, sometida a los rigores del gobierno, sumisa, atada, enclaustrada en unos requerimientos asfixiantes dictados por el poder. No, yo ya no soy esa Rosario.

—¿A qué se debe...

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—Sí, la gente dice que estoy loca. Todos en este maldito país piensan que estoy loca.

Rosario Murillo sonríe al periodista, que la mira fijamente con esos ojos azules que para ella son dos focos de interrogador que quiere torturarla.

—La verdad es que no me importa que crean que estoy loca. A lo mejor lo estoy, pero he decidido vivir mi vida sin ataduras. He estado por mucho tiempo bajo la sombra de Daniel, sometida a los rigores del gobierno, sumisa, atada, enclaustrada en unos requerimientos asfixiantes dictados por el poder. No, yo ya no soy esa Rosario.

—¿A qué se debe ese cambio personal, señora Murillo? —el periodista baja la vista a la grabadora que ha dejado en la mesa, atento a que la lucecita roja siga parpadeando. Viste una camisa celeste de lino, en cuyas axilas se han formado medialunas húmedas por el calor: suda y apenas son las diez de la mañana. Es alto y rubio, con una barba también rubia, poblada, sensual. Lleva la camisa desabotonada a la altura del pecho, lo que permite ver unos pectorales bien formados. A Rosario Murillo le parece un hombre guapo, aunque detesta su acento gallego.

—Llamame Rosario. Mirá, Ignacio…

—Llámame Nacho —la interrumpe el periodista con una sonrisa.

—Ja, ja, ja. Bien, Nacho. Mirá, Nacho. La pérdida de las elecciones fue un duro golpe para todos en el Frente Sandinista. Nunca nos imaginamos que los nicas nos darían este porrazo. Siempre pensamos que la gente nos admiraba, que amaba la revolución. Pero obviamente nos equivocamos. Todos estaban equivocados, borrachos en su delirio de poder. Yo me di cuenta de que en realidad estábamos secuestrados por un sueño que existía solo en nuestras cabezas y que por ese sueño debíamos hacer sacrificios. Pronto decidí que no podía seguir en el papel de mujer sumisa, siempre dispuesta al protocolo. ¡Acaso para eso hice la revolución! No. Comprendí que el papel de la mujer en la revolución no era de sumisión. Entonces decidí hacer lo mío, dar el ejemplo, porque también a las mujeres nos gusta el poder. Teníamos que sublevarnos. Sí, alocarnos. Y lo hice desde mi ámbito, la cultura.

—Lo que también acarreó muchos dolores de cabeza. Es muy conocida su enemistad con el poeta Cardenal.

—Eso ha quedado en el pasado, Nacho. Tenemos que construir un nuevo Frente Sandinista. Son otros tiempos.

—Habla del papel de la mujer, pero las feministas sandinistas parece que no están de acuerdo con Rosario Murillo. He conversado con varias de ellas acá en Managua y muestran un rechazo hacia ti. Dicen, y cito mis apuntes, que eres prepotente, inestable y peligrosa —el periodista cierra su libreta y la mira fijamente. Rosario Murillo le sonríe.

—Esas personas a las que vos llamás feministas sandinistas en realidad son mujeres retrógradas, fundamentalistas. ¿Sabés lo que dicen de mí? Que pasé los años de la revolución en posición horizontal y con las piernas abiertas. Les molesta que haya formado una familia sana y hermosa con Daniel, con nuestros nueve hijos. Daniel adoptó a mis dos hijos mayores, les dio su apellido y hemos sido felices todos. Ellas representan un falso feminismo. En realidad, Nacho, han deformado el feminismo, han manipulado sus banderas y sus postulados. Es un acto de traición alevoso y cruel. Los verdaderos intereses de estas mujeres son intereses personales, mezquinos y con perversas intenciones políticas.

—¿Qué intenciones? —el periodista acerca la grabadora hacia Rosario Murillo.

—El poder. Les interesa aumentar su control en el Frente Sandinista y diseñar un partido para venderlo a la derecha, porque ellas están vendidas a la derecha, al capital gringo que financia sus organizaciones. Destruyeron las hermosas organizaciones de mujeres formadas por la revolución, se apropiaron de ellas y ahora las manejan como armas políticas en una batalla por el poder.

La portada del libro '¡Yo soy a mujer del comandante!' (Grijalbo, 2023).Cortesía (Grijalbo)

—Me interesa saber qué es el feminismo para ti —el periodista abre su libreta, dispuesto a tomar notas.

—Es amor. Amor, Nacho. El feminismo, como yo lo entiendo, es incluyente y promueve valores humanos. El falso feminismo toca tambores de guerra contra todos los valores humanos. Es instrumento de penetración y ocupación política y cultural. Despojado de su misión liberadora, el falso feminismo ha llegado, en Nicaragua, al extremo de marchar a favor de la opresión social, hombro a hombro con las falanges del capital y con los más connotados exponentes de un machismo pendenciero y brutal. Estas mujeres están frustradas, desquiciadas, asfixiadas por el odio, sin paz mental. Pero te diré algo, Nacho, el amor es más fuerte que el odio.

Están en La Luna, el viejo bar de revolucionarios ahora convertido también en centro cultural, donde cada noche se siguen reuniendo actores, poetas, escritores y la vieja guardia cultural de la revolución derrotada. Pero a esta hora de la mañana el local está vacío de clientes. Los meseros limpian y acomodan mesas, disponiéndolo todo para la apertura de la noche. El felino Raúl, leal asesor de Rosario Murillo, sigue con atención la entrevista desde una esquina, sorbiendo una taza de café y pendiente de su reloj, listo para detener la charla cuando pase el tiempo acordado con este insolente periodista.

—Hablas de tu familia, pero tengo entendido que no tienes una buena relación con tu hija, Zoilamérica —el periodista vuelve a enterrar su mirada azul en el rostro de su interlocutora.

Rosario Murillo le clava a su vez una mirada ardiente. Ve hacia la grabadora y quisiera destruirla.

—Zoilamérica es una desagradecida. Daniel y yo le dimos una vida de sueño. La hija llena de privilegios en un país destrozado por la guerra. Hicimos de todo para proteger a nuestros hijos. Es cierto que en algún momento pudimos fallar, estar ausentes, pero es que la revolución demandaba mucho tiempo. Si ella tiene una queja puede ser esa, no más.

—Hay rumores dentro del Frente Sandinista de ciertos comportamientos no apropiados del comandante Ortega…

Rosario Murillo interrumpe al periodista. El felino se crispa, atento a cualquier orden.

—No sabía que el periodismo se basa en rumores y más en tu periódico, tan importante y prestigioso.

—A veces los rumores, si vienen de la política, deben ser escuchados. Nos toca a los periodistas corroborarlos, comprobar su veracidad.

—Pero yo no voy a hablar de rumores.

—Tú, seguramente, has escuchado lo que se dice. Yo mismo he hablado con fuentes del Frente que...

—Si seguís por ahí, la entrevista se terminó. No hablaré de rumores.

—Bien, Rosario. Centrémonos entonces en la relación con el comandante Ortega. ¿Cómo están ahora, después de haber vivido juntos tantas cosas intensas?

—Ahora tenemos una relación tensa, muy difícil. Yo supe desde el día que Daniel formó parte de la Junta de Gobierno, tras el triunfo de la revolución, que nuestra vida cambiaría para siempre. Nuestra relación de pareja, como hombre y mujer, pasaba a otro plano. Fue para mí muy complicado, difícil de aceptar. La mayor parte del tiempo él estaba entregado a su trabajo con vocación de sacerdote y no se daba cuenta de que yo lo necesitaba. Pero nos amamos. Él me quiere, pero sobre todo me necesita. Lo que pasa es que yo decidí encontrarme conmigo misma después de la derrota de la revolución. Quería romper las cadenas impuestas por tanto tiempo, volver a mis raíces. Y sí me he reencontrado, soy yo otra vez. Siempre me preguntaba qué había pasado con aquella joven rebelde, que se entregó a la lucha contra Somoza, que conspiraba, que entregaba su poesía a la causa guerrillera. Y me he dado cuenta de que esa mujer no estaba muerta. Que descansaba dentro de mí y que debía salir de nuevo. Y decidí liberarme, ser feliz. He cambiado hasta mi aspecto, aunque a mucha gente no le gusta, porque no me entiende. Por eso te digo que la gente en este país piensa que estoy loca.

—Tal vez ayude a esa idea ver a Rosario Murillo paseándose descalza en un centro comercial de la capital, como mostraron los diarios hace poco.

—Ja, ja, ja, ja. Sí, tal vez estoy loca.

El felino le hace una señal desde la esquina donde esta agazapado, marca con los dedos de su mano izquierda su reloj. Rosario Murillo le hace un guiño y asiente con la cabeza. El periodista se da cuenta de que el tiempo se ha acabado. Antes de apagar la grabadora, lanza una última pregunta.

—¿Crees que el Frente Sandinista regresará al poder, gobernará de nuevo en Nicaragua?

—Mirá, Nacho, más temprano que tarde lo hará. Escuchá bien lo que te digo: quedate en Nicaragua y verás cómo el Frente recupera el poder. Y esta vez para siempre. Ja, ja, ja.

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