Los temporales abren la tierra en Galicia y revelan cientos de restos romanos bajo chalés de veraneo
El derrumbe de un acantilado en Nigrán saca a la luz molinos, cerámica, huesos y materiales de construcción de hace dos milenios al tiempo que una galería de Nueva York embarca con destino al pueblo un mosaico descubierto en el mismo enclave y perdido durante años
El mismo temporal que entre Nochevieja y Año Nuevo destrozó una fuente de Antonio Palacios en Mondariz-Balneario y derrumbó unos 1.000 metros cuadrados de la muralla de Valença do Minho, en la frontera lusa con Galicia, abrió la tierra en el municipio pontevedrés de Nigrán. Y así reveló un filón de tesoros sepultados por el urbanismo costero y el desinterés administrativo en el siglo pasado. El primero que se dio cuenta de que el acantilado de la península de O Castro (Panxón, Nigrán) se había desplomado dejando ver su alma antigua fue, precisamente, un vecino, arqueólogo y profesor de institu...
El mismo temporal que entre Nochevieja y Año Nuevo destrozó una fuente de Antonio Palacios en Mondariz-Balneario y derrumbó unos 1.000 metros cuadrados de la muralla de Valença do Minho, en la frontera lusa con Galicia, abrió la tierra en el municipio pontevedrés de Nigrán. Y así reveló un filón de tesoros sepultados por el urbanismo costero y el desinterés administrativo en el siglo pasado. El primero que se dio cuenta de que el acantilado de la península de O Castro (Panxón, Nigrán) se había desplomado dejando ver su alma antigua fue, precisamente, un vecino, arqueólogo y profesor de instituto que pasaba por allí. Aquel primer día de enero, Gustavo Pascual, especialista en yacimientos de la comarca, había aprovechado una tregua para salir a pasear, y cuando ya regresaba a casa descubrió que se habían desprendido “unos 30 metros” del lado norte de este promontorio que se adentra en el mar. Se acercó para ver mejor, y aún le dio tiempo a hacer vídeo cuando un montón de tierra se precipitaba hacia las rocas del borde litoral.
No fue una casualidad que él fuese el primero en verlo: “Se me van siempre los ojos hacia allí”, reconoce el investigador. Pascual lleva años reivindicando la necesidad de hacer catas en una pequeña zona de huertas situadas en la punta. Este extremo de la península, protegido por lo que parece un gran foso excavado en el esquisto por el ser humano, nunca llegó a ser invadido por el ladrillo vacacional que fue destruyendo desde los años 70 gran parte de este yacimiento. O Castro está catalogado por la Xunta de Galicia —como poblado de la Edad de Hierro— pero jamás se investigó.
Gustavo Pascual fue, desde antes de la pandemia, uno de los impulsores de la plataforma ciudadana que acaba de lograr la repatriación de una pieza hallada en el siglo XIX durante unas obras en el mismo enclave: El Mosaico Romano de Panxón (siglo III), el único costero, de temática marina, que se conoce en Galicia. Después de años en que los propios expertos en arqueología gallega lo consideraban “en paradero desconocido”, Gonzalo Fernández-Turégano, otro integrante del colectivo que se organizó para la repatriación, descubrió la pieza, encastrada en una mesa, en el catálogo de la Galería Carlton Hobbs de Nueva York. Una campaña de micromecenazgo y el compromiso de apoyo financiero del Ayuntamiento de esta localidad turística situada al sur de Vigo han apuntalado la operación de rescate.
Y todo ocurrió en el mismo momento, como si no se tratase de un simple cúmulo de coincidencias. Al tiempo que la tierra desvelaba sus entrañas romanas y castreñas a causa de una sucesión de diluvios casi bíblicos, Carlton Hobbs depositaba el mosaico en un contenedor de barco. La joya local aguarda ahora, en la orilla de enfrente del Atlántico, emprender su viaje a Londres, desde donde con el apoyo logístico de la galería Colnaghi será trasladada a España posiblemente en primavera. “Lo del derrumbe es como si el yacimiento quisiera llamar la atención: ‘eh, que yo también estoy aquí”, describe el historiador y vicepresidente segundo de la Asociación para la Repatriación del Mosaico Romano de Panxón. Como si el sueño, propuesto por el colectivo al consistorio, de musealizar la pieza recuperada se quisiese hacer realidad por sí mismo arrojando otros vestigios del mismo contexto. Entre el barro y las rocas se calcula que hay cientos de restos: piedras labradas, tégulas con inscripciones de alfarero, fragmentos de vasijas y útiles domésticos de fabricación local e importados, huesos de animales y conchas de un posible vertedero bimilenario. El yacimiento se extiende por terrenos privados y en el dominio público marítimo-terrestre.
Pascual alertó al alcalde, el socialista Juan González, licenciado en Historia del Arte, en la misma fecha; y varios días después acudieron técnicos de una empresa de arqueología que trabaja actualmente en otro yacimiento del municipio para hacer una primera valoración. También se notificó el hallazgo a Patrimonio de la Xunta, responsable de autorizar los pasos que se den en adelante para proteger la ladera reventada por las lluvias y evitar un expolio que empezó a perpetrarse desde casi el primer instante. El propio profesor de Historia, en su segunda visita al desprendimiento, descubrió y frenó a un hombre con botas de goma que se internaba en el área ya precintada. Y se percató de que tres de los cuatro molinos naviculares que había escupido la tierra habían sido ya “apilados” por manos invisibles, quizás para subirlos a un vehículo en una ocasión discreta.
El derrumbe de Año Nuevo en la península de O Castro es el más grande que se recuerda, pero no el primero. Un artículo de la arqueóloga Rosa Villar y el oceanógrafo Nicolás Villacieros (revista Gallaecia, 2010) recogía varios episodios anteriores y advertía del peligro en que estaba la acrópolis por la acción del “constante” oleaje y los temporales costeros de invierno, en un escenario de “erosión permanente” en el que el océano va ganando terreno a la historia. En gran parte del yacimiento, el promontorio solo se sostiene gracias a las raíces del cañaveral que lo bordea. “Como consecuencia, todos los años las tierras son arrancadas por el mar, llevándose consigo las estructuras y los restos materiales”, escribían hace 13 años. El estudio señalaba cinco zonas de pared litoral especialmente vulnerables, enumeraba restos que pudieron ser cosechados antes de ser tragados por el mar y clamaba contra la “pérdida sin remedio de información”. “Yo sé de gente que tiene materiales en casa recogidos en las últimas décadas”, comenta el profesor de Historia que fue testigo del último desprendimiento.
Los mensajes que manda este asentamiento antiguo (que supuestamente en época romana atravesó el istmo situado entre dos playas y se siguió extendiendo por la actual localidad de Panxón) se repiten desde hace tiempo de diversas formas. Cuando se construyen los cimientos de un edificio o cuando se lanza una red. En las inmediaciones han aparecido ya un alfar romano, anforetas enganchadas en las artes de pesca de los marineros o el ara dedicada a Mercurio que emergió de la tierra durante unas obras. Por el centro de la playa de A Madorra, al norte de la península de O Castro, un río de aguas pluviales va arrastrando, lamiendo y dejando al aire, mezclados con la arena, “restos cerámicos” y “material paleolítico en cuarcita” entre ladrillos muy rodados “del siglo XX”, enumera Gustavo Pascual. Entre todo este material disperso en el arenal, el historiador halló “la muela de un molino plano”. La tierra quiere contar y el mar insiste en borrar su testimonio.