Edu Galán: “Sentir es un verbo despreciable. Prefiero pensar y argumentar”

El escritor, guionista, humorista y fundador de la revista ‘Mongolia’ publica ‘La máscara moral’, un ensayo sobre la epidemia de la impostura y cómo la tecnología ha redefinido nuestras relaciones

El escritor Edu Galán posa en una taberna en Madrid.Andrea Comas

Espera en una tasca madrileña cerca de la glorieta de Bilbao. El sitio lo ha elegido él porque le repele el Café Comercial, lugar habitual de citas periodísticas. Edu Galán (Oviedo, 42 años) clama contra la impostura incluso cuando elige el espacio para hacer una entrevista. Fundador de la revista Mongolia, guionista, humorista y ensayista, Galán publica La máscara moral (Debate), u...

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Espera en una tasca madrileña cerca de la glorieta de Bilbao. El sitio lo ha elegido él porque le repele el Café Comercial, lugar habitual de citas periodísticas. Edu Galán (Oviedo, 42 años) clama contra la impostura incluso cuando elige el espacio para hacer una entrevista. Fundador de la revista Mongolia, guionista, humorista y ensayista, Galán publica La máscara moral (Debate), un ensayo sobre la epidemia de la impostura y de cómo el neoliberalismo y la masificación de las nuevas tecnologías han redefinido nuestra forma de relacionarnos.

Pregunta. ¿Cuál fue el hecho que le llevó a escribir este ensayo?

Respuesta. Fue en 2012. Iba paseando por Lavapiés y leí un anuncio en una farola. Era un papelito que anunciaba clases de tango antifascista. Me llamó profundamente la atención. El tango es un baile pre fascista y además yo no sabría distinguir un tango antifascista del que no lo es. Evidentemente, eso se hace para llamar la atención de las mil clases de tango que hay. Eso sí, si dudas de este tango, a lo mejor eres un fascista. Es totalizador. El contraste es que en 2012 esto me llama la atención y en 2022 no me lo llamaría. Hay otro ejemplo. El momento en que el ministro Alberto Garzón defiende otra forma lógica de consumo de carne y, de pronto, una derecha crecida por Vox se mofa. Una familia hace un vídeo viral en el que salen todos… padres, niños, toda la caspa, el horror… ¡Salen con la bandera de España y debajo de la bandera hay un jamón! ¡Un jamón! El jamón se infecta de moral. Es un símbolo que yo le doy. Comer jamón se convierte en un acto contra el filocomunismo y de buen español. Estamos tarados.

Hubo momento en que el ministro Garzón defendió otra forma lógica de consumo de carne y una derecha crecida por Vox se mofó

P. Dice en su ensayo que hemos pasado en redes sociales de ‘Me gusta’ o ‘No me gusta’ a decir que es moral e inmoral.

R. Exacto. Cuando alguien dice que algo le gusta o no le gusta, está en el plano individual. Del gusto se puede dudar. Como dice la frase cursi: “Para gustos, colores”. Cada uno tiene sus gustos y no hay mucho donde rascar. Cada uno tiene sus gustos y ya está. En cambio, cuando metes la realidad en una determinada moral, es totalizador. Es casi definitivo. Por la popularización de las redes sociales y la forma que tenemos de comunicarnos en ellas, cada vez estamos más instalados en el plano moral en cuestiones que no deberían estar ahí. Cuestiones a las que se arroga trazos morales de bueno y malo, blanco y negro. La realidad se está dicotomizando muchísimo. Por ejemplo, cosas tan naturales como beber agua en un recipiente ahora tiene moralidad. Beberlo en uno de cartón es moral y no lo sería hacerlo en uno de plástico. Casi cada acción se ha reducido a ese discurso con el que no puedes chistar. No cabe el error. Si te compras una botella de agua en plástico es malísimo y estás contribuyendo al cambio climático. Se acabó la discusión. No cabe ni la réplica ni el error humano. Por tanto, las relaciones se enmarañan, se intoxican. En las relaciones cara a cara es raro que esto pase, que nos pongamos a hablar de cuestiones absolutas. Quedamos a tomar una cerveza y es muy raro que nos pongamos a hablar de la discriminación racial o el cambio climático. En cambio, ese tipo de habla moral puebla las redes sociales y marca los tiempos. Se vive señalando al otro.

P. Las redes sociales atraviesan demasiado nuestras vidas.

R. Las herramientas que utilizamos nos modifican y cambian nuestra psicología. Eso se puede ver con el nacimiento de la locomotora o cualquier avance tecnológico. Llevamos más o menos una década con las redes sociales en nuestras vidas y hemos pasado a dedicarles mucho más tiempo. Los datos están ahí. Es muy naif creer que lo que llamamos la vida virtual no está trastocando nuestra forma de ver el mundo. Y una de las patas que trastoca es la moral. En el libro cito varios estudios sociológicos en los que se comenta que las redes sociales con lo que comercian es con la atención. Y una de las herramientas más eficaces para llamar la atención es la demostración de moralidad frente a tu grupo. La moral tiene un sentido: la cohesión del grupo. Del grupo frente a otros. Ahora, la moral es una especie de ecolalia que no lleva ningún compromiso. Ahora, solo lleva el sentir. Es un verbo despreciable. Yo prefiero pensar, razonar y argumentar antes que sentir. El sentir quédeselo usted para casa. Es como la religión. Para su casa. Las redes sociales tratan de hacerte sentir el centro del universo y utilizando la moral parece que eres capaz de sentir que ordenas el universo con tan solo poner un hashtag o poniéndote una camiseta oportunamente. El mercado te ofrece a través de las redes el hashtag, bien sea #BlackLivesMatter o #CañasPorEspaña. Da igual, el que sea. Esto lleva a la época en la que vivimos profundamente infantil, cortoplacista e idiota. Y digo idiota en el sentido idio, de estar ensimismados.

Cosas tan naturales como beber agua en un recipiente ahora tiene moralidad. Beberlo en uno de cartón es moral y no lo sería hacerlo en uno de plástico

P. Escribe en su ensayo que el yo se impone al nosotros.

R. Claro, esto también lleva a una época profundamente individualista. Hay millones de datos al respecto en los que se demuestra que cada vez se pierde más confianza en lo colectivo. Hay menos filiaciones a los sindicatos, menos confianza en la política o en el Estado, que propone soluciones comunitarias a problemas individuales, que no se quede nadie atrás. Las redes sociales son herramientas para comunicarse, pero también sirven para maximizar beneficios de multinacionales norteamericanas. Lo que ocurre es que la respuesta ideológica de estas multinacionales es liberal, ultraliberal, de una ideología muy determinada. Una ideología que proclama el sálvese quien pueda, la de la cultura del esfuerzo y la meritocracia, todo ese horror. También la de la idea absurda de que no existen clases sociales y de que eres el centro del mundo. Eso cala hasta tal nivel que Ayuso arrasa en Madrid.

Galán, durante la entrevista.Andrea Comas

P. ¿Somos más clientes que ciudadanos?

R. Por supuesto. Para ser ciudadano hay que tener un sentido de lo público y del Estado. Se ha creado un tipo de sociedad que es la sociedad de atención al cliente. Se nos hace creer que siempre estaremos atendidos por las compañías. Estamos en Twitter, Facebook, Instagram, tenemos móvil, web… Sientes que estás atendido. Es una ilusión terrorífica. Ser ciudadanos en nuestras sociedades occidentales es otra cosa, pero, claro, lo cómodo que se siente uno, por ejemplo, siendo masturbado por las grandes multinacionales de ropa. ¿Qué me dices? Te ofrecen chaquetas que no son chaquetas. Te hacen sentir que expresan algo de ti. Te convierten en coproductor de todo. Y así con todo. Esto se ve también en los juicios. Si se comete un crimen, el Estado tarda un tiempo porque quien comete el crimen es un ciudadano con derechos. En cambio, las redes sociales te ofrecen un reforzamiento instantáneo donde puedes sacar una foto a la casa del acusado y quemarle en redes sociales. ¿Cómo no te vas a sentir más cómodo en una turba que en una construcción como el Estado? Una construcción que es como la de los Fraggle Rock, que están construyendo todo como perros, poquito a poquito. Las multinacionales nos han hecho creer que ser clientes es superior que ser ciudadanos y es mentira. Un ejemplo clarísimo es el de la sanidad privada y pública. La respuesta ante esto es tener Estados fuertes y del bienestar. La respuesta a los problemas de la vida son los demás, en un sentido profundo.

P. ¿Falta compromiso e ideología en nuestros tiempos?

R. Hay que empezar a valorar los significados de los compromisos en un mundo en el que cada vez se desmerecen más. Si algo define a las redes sociales y al mercado actual, es la flexibilidad. Ningún otro valor sería más apreciado en las chacharas de los neoliberales que aquella gente que es flexible. Traducido al español sería aquella gente que es autónoma y emprendedora. Es una ideología vomitiva, absolutamente vomitiva. Es una ideología que responsabiliza al sujeto de todo lo que pasa y convierte a la sociedad en una serie de individuos de salvase quien pueda y que se colman con aquellas herramientas que les proporcionan las redes. Filtros para paliar los problemas físicos, fotos a todas horas, no sé cuántos me gustas cada minuto para calmar su refuerzo social… ¿Eso sirve para tener encauzada una vida? Yo defiendo que no.

P. Escribe que nos hemos convertido en acumuladores de clics.

R. Somos eso en competición de unos contra otros. Una competición continua y abrasadora. Esto afecta más a las mujeres. Ellas son más comparadas por su físico. Es terrible. También lo son más comparadas moralmente. Las redes sociales son un gran destructor de la mujer. Mi libro pide que, si le dedicamos cinco horas a las redes, al menos dediquemos diez minutos a pensar, a no creer que esto es platónico. Todo esto está ocurriendo ahora y no hay suficientes datos para saber cómo afectan de verdad las redes sociales en nuestra vida. Solo hay uno que ya se conoce y es terrible: la tremenda ansiedad que ya hay entre mujeres por culpa de las redes sociales. No podemos obviar el hecho de que estamos en una epidemia. Al menos, conviene conocer las reglas, como en El juego del calamar. No podemos creer que Instagram solo sirve para colgar fotos de la boda. No. Hay mucho lío ahí dentro. Te puede llevar a la ansiedad y, de ahí, a la medicación. Y la medicación es ya una plaga de nuestros tiempos.

Si le dedicamos cinco horas a las redes, al menos dediquemos diez minutos a pensar, a no creer que esto es platónico

P. ¿La ansiedad viene porque ahora necesitamos ser más validados a todas horas, todos los días y por todo?

R. Es una validación a través de un arbitro siniestro. Cualquier validación se basa en unas reglas, como en un examen o el carné de conducir. Aquí, las reglas son las normas de conducta de las diversas redes sociales. ¿Quién controla esas redes? Las multinacionales. Ellas nos educan como a las palomas de Skinner en un determinado tipo de validación. Es muy cortoplacista. No requiere diez sesiones prácticas antes de presentarte al examen. Es continua y muy peligrosa. No vas a ser el granjero que conduce el burro sino el burro conducido por el granjero. Con este libro intento que la gente sepa que no tenemos que ser el caballo percherón.

P. ¿Este panorama es caldo de cultivo para el populismo?

R. Sin lugar a duda. El populismo es una multinacional del voto. Por ejemplo, Vox. Este partido convierte a sus votantes en clientes. Les ofrece refuerzo inmediato, como cuando Abascal da gritos en el Congreso en un tono de redes sociales, con un lenguaje muy reconocible y flexible. Se les promete cosas falsas. Todo lo que ofrecen los populismos es casi un calco de una multinacional, que además tienen siempre líderes carismáticos: Twitter tiene a Elon Musk, Amazon a Jeff Bezos, Facebook e Instagram a Mark Zuckerberg… Los partidos populistas son también careto, son una persona que mueve los sentimientos a corto plazo de la gente y que da respuestas a ciertos vacíos interiores que se le cultivan a la gente. A Vox se le critica por la ultraderecha y no es verdad del todo. Su programa es la destrucción de la clase media. Es un programa trumpista, de sálvese quien pueda, mimetizado con las multinacionales.

P. Usted se ha metido en muchos charcos por Twitter.

R. Twitter lo utilizo como campo de batalla. En mi biografía pongo: “En Twitter, faltón. En el resto, amable”. Twitter me sirve para entender muchísimas cosas. Tampoco hay que ser tan tonto para saber que la vida no es Twitter. Hay que combinarlo con una visión mucho más amplia. Twitter es necesario para entender determinados dejes en la política, el periodismo e incluso en el afrontamiento de la enfermedad. Esto último es otra idea de la mentalidad norteamericana neoliberal y de su cultura del esfuerzo. La idea vomitiva y grotesca de que, si te esfuerzas, te curas. Pongo el ejemplo clásico: cuando dicen que has triunfado ante el cáncer. Mentira. No hay cosa más vomitiva que decirle al enfermo que sonría, que tenga que estar en permanente estado de felicidad absurda, casi de bebé. Hay tres tipologías humanas a las que se les trata y habla como bebés: los propios bebés, los ancianos con problema de discapacidad y los enfermos. Cuando les dicen: “Venga, hay que seguir luchando, Manolo. Ya verás como dejas el cáncer atrás… en bicicleta”. Mentira. Me dan mucha pena los enfermos porque no solo tienen que soportar la enfermedad, sino que ahora tienen que responsabilizarse de ella. Si yo fuera Manolo, les ponía una denuncia.

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