Rompecabezas arqueológico en Salamanca: objetos con motivos egipcios reposan bajo el casco histórico
Los arqueólogos hallan en un yacimiento con 2.700 años de antigüedad una pieza que formó parte del retrato de la diosa Hathor, hija del dios Ra
Hace unos 2.700 años una comunidad de la Edad del Hierro se asentó en el cerro de San Vicente, una de las tres colinas que conforman la actual ciudad de Salamanca. Lo que sorprende a los arqueólogos es que en el yacimiento —que se investiga desde hace más de 30 años― se hayan encontrado en las últimas excavaciones un elevado número de objetos (desde amuletos hasta cerámicas pintadas) de...
Hace unos 2.700 años una comunidad de la Edad del Hierro se asentó en el cerro de San Vicente, una de las tres colinas que conforman la actual ciudad de Salamanca. Lo que sorprende a los arqueólogos es que en el yacimiento —que se investiga desde hace más de 30 años― se hayan encontrado en las últimas excavaciones un elevado número de objetos (desde amuletos hasta cerámicas pintadas) de factura directamente egipcia o procedentes del Mediterráneo oriental. El último material exhumado este verano ha sido un fragmento de taracea ―una de las piezas de fayenza (loza fina) con la que los egipcios componían los rostros de las divinidades a modo de rompecabezas― recubierta de pan de oro, según han desvelado los microscopios del museo y de la Universidad de Salamanca. Se trata de la imagen de la diosa Hathor, hija de Ra y madre Horus.
Es posible que una delegación fenicia trajera estas piezas y las regalara o intercambiara con esta comunidad indígena del otero. Pero, ¿qué hacía este pueblo semítico tan alejado de sus factorías y ciudades en las costas peninsulares? ¿Adoptó la población salmantina los ritos procedentes del Mediterráneo oriental?
Todo en el yacimiento del cerro de San Vicente es enigmático y sorprendente. Se trata de una aldea amurallada de unas 1,3 hectáreas sobre un altozano de unos 30 metros de altura bañado por el río Tormes. El lugar se viene excavando desde 1990 y en él se conservan entre dos y tres metros de niveles arqueológicos. De momento, se han estudiado más de mil metros cuadrados, de los cuales 400 han sido techados y acondicionados para las visitas.
Este asentamiento de la Edad del Hierro ha pervivido en buen estado a pesar de estar pegado literalmente al casco histórico de la ciudad castellana y de ser un lugar idóneo para la expansión urbanística. Sufrió, además, la destrucción provocada por las tropas napoleónicas ―bombardearon un convento de origen medieval próximo, hasta reducirlo a escombros― y en 1949 se llegó, incluso, a construir un gran edificio (el Colegio Hispanoamericano) en su punto más alto, lo que sería la parte central del poblado. Fue derribado en 2005 para salvar el yacimiento que hoy es visitable.
En el interior del espacio acristalado se descubren los restos de una docena de estructuras ―de unos 30 metros cuadrados y principalmente redondas relacionadas con la vida de familias conyugales― que están vinculadas a una gran edificación, también circular, así como diversos lugares de culto y de reunión.
Las investigaciones de los profesores de Prehistoria de la Universidad de Salamanca Antonio Blanco y Juan Jesús Padilla; Carlos Macarro, arqueólogo municipal, y de la también arqueóloga Cristina Alario han permitido determinar que los habitantes del altozano prendieron fuego intencionadamente a la mayor de las viviendas con todos sus objetos en el interior entre los años 650 y 575 a. C. Tras ello, se utilizaron parte de los adobes con los que estaba hecha la casa para sellarla y taparla.
Este edificio circular, de seis metros de diámetro y conocido como Casa 1, disponía de mobiliario de barro y de dos bancos corridos. Tenía capacidad para unas 20 personas. En el centro de la estancia se ubicaba un hogar con forma de piel de toro que servía para calentar el espacio. Entre sus muros se han hallado molinos de mano, vajilla fina pintada, instrumental de alfarería e hilado, pero también objetos exóticos, como abalorios, vajilla de fayenza del Mediterráneo oriental con una flor de loto, cerámica de engobe rojo, objetos litúrgicos y figurillas con paralelos tartésicos.
“Todos estos hallazgos”, destaca Juan Jesús Padilla, “indican que la casa acogió una asidua actividad social, que incluía banquetes y transacciones. El resto de la aldea se levantó junto a plazas, graneros, almacenes, parrillas de grandes dimensiones y un edificio rectangular que se asemeja a un megarón [templo] con pórtico, patio y sala principal”.
El peinado con rizos de la diosa
En la campaña de excavaciones de 2021 ya se halló un pequeño amuleto azul de apenas dos centímetros de la diosa egipcia Hathor, pero no ha sido hasta este verano cuando se ha exhumado el fragmento de una espectacular pieza que estuvo recubierta de pan de oro y que podría ser parte de un retrato de la misma diosa. Para formar el rostro de la deidad, los egipcios trazaban sobre una superficie plana ―de madera, marfil o hueso― el contorno del personaje o animal que querían representar. Luego, iban adhiriendo piezas en el dibujo a modo de puzle hasta terminar la figura. En esta ocasión, se ha encontrado el final del peinado de la diosa, un fragmento de unos cinco centímetros en el que son visibles aún los rizos del cabello. Padilla lo explica: “Cada pieza tenía un reborde para que encajase a la perfección en el soporte elegido. Luego, con algún tipo de resina o adherente, se pegaban sobre la base. Ahora mismo, estamos analizando en el laboratorio si aún quedan restos de este pegamento en la superficie interna, para ver qué clase de resina utilizaron en este caso”.
Esta pieza fue encontrada en el edificio rectangular del poblado, que tiene un eje axial y forma de megarón o edificación de tres estancias en línea. Había sido colocada deliberadamente entre los adobes y lechadas de barro que clausuran este espacio, al igual que otras como un diente de tiburón, cuentas de collar de fayenza y el fragmento de un ánfora a torno que presenta motivos florales pintados con azul egipcio. La arqueóloga Cristina Alario admite que siguen investigando para comprender el motivo. “Son como pequeñas sorpresas que encontramos al excavar. Se trataría de algún tipo de ritual, aunque aún tenemos que profundizar más en ello”.
Por su parte, Carlos Macarro habla de un “yacimiento sorprendente”: “¿Por qué guardaron objetos egipcios los habitantes de un poblado de la Edad del Hierro? ¿Adoptaron sus ritos? Me imagino entrando en el cerro a los fenicios que portaban estos objetos con sus llamativas vestimentas de colores. ¿Cómo se entenderían? Es muy emocionante pensarlo”.
El equipo arqueológico salmantino cree que los fenicios se adentraron desde el actual Portugal siguiendo los valles que llevan a Salamanca o por el corredor natural de la Vía de la Plata desde el sur peninsular. Alario recuerda: “Como es bien sabido, estas comunidades de comerciantes no solo se instalaron en las costas de la Iberia mediterránea, sino que también lo hicieron en entornos atlánticos. Desde estos, no sería complicado penetrar hacia el interior y entrar en contacto con los grupos que vivieron en la actual provincia de Salamanca”.
La experta muestra su preferencia, entre todos los objetos hallados, por unas pinturas circulares punteadas en blanco que se distinguen bajo uno de los bancos corridos de la Casa 1. “Estamos estudiándolas para conocer su significado y lo que querían expresar. Pueden ser un simple motivo decorativo o una representación del planeta Venus rodeado de estrellas”. Un auténtico rompecabezas en el que van encajando sus piezas.