Patti Smith: “El nacionalismo es lo peor que le puede pasar al mundo”
La cantante y artista inaugura una gran instalación visual y sonora en el Centro Pompidou de París inspirada en la obra de los poetas franceses Rimbaud, Artaud y Daumal
Desconfiemos de su biografía oficial: Patti Smith (Chicago, 75 años) no es músico ni cantante, o eso asegura ella. “Me resulta bastante embarazoso que me llamen esas cosas, porque no creo merecer esos títulos. En realidad, nunca he tenido una aptitud particular para la música. En la escuela había decenas de chicas que cantaban mejor que yo, sobre todo las negras, y nunca aprendí a tocar un instrumento. Ni siquiera conozco todos los acordes”, decía a comienzos de esta semana en París, donde acaba de inaugurar una gran instal...
Desconfiemos de su biografía oficial: Patti Smith (Chicago, 75 años) no es músico ni cantante, o eso asegura ella. “Me resulta bastante embarazoso que me llamen esas cosas, porque no creo merecer esos títulos. En realidad, nunca he tenido una aptitud particular para la música. En la escuela había decenas de chicas que cantaban mejor que yo, sobre todo las negras, y nunca aprendí a tocar un instrumento. Ni siquiera conozco todos los acordes”, decía a comienzos de esta semana en París, donde acaba de inaugurar una gran instalación visual y sonora en el Centro Pompidou, que se podrá visitar hasta el 23 de enero de 2023. “Acabé haciendo música porque la energía de los setenta era tan arrolladora que recitar poesía en un escenario no era suficiente. Mis poemas se fundieron con el rock and roll, pero en el origen de todo estaban mis versos. Mis discos han sido solo una extensión de mi poesía”. Sin ir más lejos, la frase que abría su celebrado álbum de debut, Horses (1975), que cambió para siempre la historia del rock —”Jesús murió por los pecados de otro, pero no por los míos”—, la tomó prestada de un poema que escribió al final de su adolescencia. “Yo nunca pienso en sonidos, como los grandes músicos, sino en palabras e imágenes”.
Ya hace años que ha convertido en marca de fábrica un polifacetismo que, en sus comienzos, le solía afear su excompañero Robert Mapplethorpe —”el artista de mi vida”, como lo calificó en sus excelentes memorias Éramos unos niños—, preocupado porque esa dispersión creativa le acabara pasando factura. Hace ya una década de su último disco puramente musical, Banga (aunque asegura tener otro en la recámara), y en los últimos tiempos ha privilegiado sus actividades de poeta, pintora, fotógrafa, dibujante y activista por el clima, al frente de la fundación que codirige con su hija, Jesse Paris. Un nombre pensado como homenaje a una ciudad donde se siente como en casa, donde llena salas como el Olympia o el Grand Rex por muchas veces que actúe en ellas, donde hace unos meses le abrieron las puertas del mismísimo Panteón para celebrar los 50 años de la radio musical FIP. Y donde se celebró, como en pocos otros lugares, su regreso a la música en los noventa, tras la década y media que pasó alejada de los escenarios para criar a los dos hijos que tuvo con Fred Smith, del grupo MC5.
Smith se ha aliado con Soundwalk Collective, un grupo experimental que combina el sonido con “la etnografía, la psicogeografía y la observación de la naturaleza”
Evidence, su proyecto encargado por el Centro Pompidou, es una exposición inmersiva, una instalación sonora y visual en la que el visitante, armado de unos auriculares dotados de un dispositivo de geolocalización, puede seguir los pasos de Arthur Rimbaud, Antonin Artaud y René Daumal en sus viajes por paisajes recónditos. Smith se alió con Soundwalk Collective, un grupo experimental neoyorquino que combina el sonido con “la etnografía, la psicogeografía y la observación de la naturaleza”, según explica su líder, el músico y artista sonoro francés Stephan Crasneanscki, coautor de esta instalación. El colectivo, que en el pasado colaboró con el cineasta Jean-Luc Godard o la fotógrafa Nan Goldin, ya firmó con Smith tres álbumes experimentales entre 2019 y 2021 que se inspiran en los mismos poetas que ahora protagonizan esta exposición. La idea es sencilla y poderosa: cada paisaje contiene una memoria y, con cierta atención y sentido de la poesía, no es difícil lograr resucitarla.
Crasneanscki viajó a la Sierra Tarahumara, en el norte de México, donde Artaud logró superar su adicción a la heroína gracias a una experiencia iniciática con el peyote. Luego se dirigió a las montañas de Abisinia, en Etiopía: allí Rimbaud cruzó el desierto subido a un caballo durante 20 días y luego trabajó como comerciante de café, poco después de abandonar la poesía tras la explosiva publicación de Una temporada en el infierno. Por último, trepó hasta las cumbres del Himalaya, en la India, donde Daumal se familiarizó con la mística hindú y con una ascesis que no abandonó hasta que llegó su muerte. De cada uno de esos lugares, Crasneanscki se llevó objetos, grabaciones y documentos. También pedruscos, hojarasca y sacos de arena. Patti Smith se inspiró en esos peculiares souvenirs para escribir composiciones poéticas para esta exposición, como si fuera una chamana “canalizando esos talismanes”, según su propia expresión.
“Me hubiera gustado viajar con Stephan, pero tengo casi 76 años y no puedo subir montañas. Apenas puedo subir las escaleras de mi casa”, sonríe Smith. Aunque, como aquellos pintores románticos que pintaban paisajes usando sus imaginaciones, ella no necesita desplazarse a ningún lugar para lograr plasmarlo en sus poemas, que aparecen mezclados con vídeos, piezas sonoras y obras producidas por la artista para la ocasión, además de cuadros, dibujos y fotografías de la colección personal de Patti Smith y otros prestados por el MoMA de Nueva York o el propio Pompidou. “Esos tres poetas han sido hombres muy importantes en mi vida, los he leído durante seis décadas”, expresa. “A los 16 años, la obra de Rimbaud me permitió trascender el mundo donde vivía, el sur de Nueva Jersey, un entorno rural y con muy poca cultura. Buscaba un lugar más elevado y lo encontré en su poesía. Me permitió viajar mentalmente en una época en la que no tenía dinero ni posibilidades”.
“Ceñirse a la identidad y las fronteras será nuestra perdición. No sobreviviremos como especie sin un poco más de humanismo y de amor”, dice la cantante y artista
Sus responsables definen Evidence como “una oda a un mundo sin fronteras”. No es un proyecto abiertamente político, pero sí contiene una lectura crítica con ciertas derivas actuales. “Cuando creas arte, nunca lo haces con parámetros militantes, pero sí quisimos advertir que es peligroso que nos desconectemos de los demás. El nacionalismo es lo peor que le puede pasar al mundo. Ceñirse a la identidad y las fronteras será nuestra perdición”, afirma Smith. “Derribar lo que nos separa y seguir compartiendo nuestras culturas, obras de arte, creencias y plegarias es lo que hace que la humanidad se siga expandiendo en el tiempo. Estos tres poetas, que decidieron alejarse de sus hogares en un tiempo en que era muy peligroso hacer eso, nos inspiran para que lo sigamos haciendo. No sobreviviremos como especie sin un poco más de humanismo, de amor y de acción compartida”.
En 2004, meses después de la invasión militar de Irak, Smith editó el álbum Trampin’, que contenía la canción Radio Baghdad, donde se metía en la piel de las mujeres del país intentando salvar a sus hijos mientras caían las bombas. “Fue otro tipo de viaje mental. Como madre, entendía perfectamente ese instinto. No necesité viajar hasta Bagdad para experimentar esa empatía”, afirma la artista, que hoy sigue pensando “todos los días y a todas horas” en las mujeres de Ucrania o en las que luchan contra el régimen en Irán. “Es como si fueran mis hijas. Están dispuestas a morir solo por poder sentir algo tan sencillo y tan bello como soltarse el pelo y sentir el viento en sus melenas. Me rompe el corazón lo que se sigue haciendo en el mundo en nombre de la religión y el fervor nacional. ¿Por qué cuesta tanto entender que, en realidad, somos un solo pueblo?”.