Marta San Miguel, escritora: “Nos hemos vuelto obedientes en el peor sentido de la palabra”
La periodista publica su primera novela, ‘Antes del salto’: una mujer, una familia y un caballo. “Domesticamos al animal pero, en el fondo, es una cesión que nos hace”
Marta San Miguel (Santander, 40 años) es autora de Antes del salto, una novela publicada por Libros del Asteroide que ha sacudido la vida de la autora: crítica y lectores (ha estado en la lista de los más vendidos) la han saludado con entusiasmo. Periodista de El Diario Montañés y poeta, ganadora del premio José Hierro por Meridiano en 2010, San Miguel evoca en Antes del salto un olvido que le devuelve la memoria: la de una foto del caballo que montaba cuando era niña. Se...
Marta San Miguel (Santander, 40 años) es autora de Antes del salto, una novela publicada por Libros del Asteroide que ha sacudido la vida de la autora: crítica y lectores (ha estado en la lista de los más vendidos) la han saludado con entusiasmo. Periodista de El Diario Montañés y poeta, ganadora del premio José Hierro por Meridiano en 2010, San Miguel evoca en Antes del salto un olvido que le devuelve la memoria: la de una foto del caballo que montaba cuando era niña. Se la deja en un viaje a Lisboa para pasar un tiempo con su familia. Allí se da cuenta de que no fue un olvido cualquiera.
Pregunta. Tuvo un caballo.
Respuesta. Hasta mis 24 años, cuando murió. Lo monté desde los 12.
P. Competía con él.
R. Saltos.
P. ¿Por qué los caballos?
R. No habia ninguna afición en mi familia, nadie que tuviese uno ni que se dedicase a ese mundo. Es algo preverbal. No tengo ni idea. Desde que tengo uso de razón quise un caballo. A veces pasa que no tenemos argumentos ni justificaciones para lo que queremos: lo queremos y ya está.
P. Fue traumático para su familia, supongo.
R. ¿Por qué?
P. Porque los niños normalmente quieren animales que caben en casa.
R. De niña soñaba con tenerlo en mi cuarto, pero compartía habitación con mi hermana. Supe de las dificultades para tener un caballo cuando escribía las cartas a los Reyes Magos. Cada año: queridos Reyes, quiero un caballo. Y los Reyes me traían caballos de madera, caballos de peluche. Un año les aclaré: quiero un caballo de verdad. Y me trajeron un disfraz de caballo.
P. ¿Cuándo se produjo el milagro?
R. En Menorca, durante un verano con mis padrinos. “Me encantaría subirme a un caballo”, dije. Mi padrino me llevó con un amigo suyo y me subí por primera vez. De alguna manera no me he vuelto a bajar.
P. ¿Cómo es usted a caballo?
R. Más valiente.
P. ¿Y ese caballo, cómo era?
R. Pinto, como el de los indios.
P. El caballo de su vida se llama Quessant.
R. Aparece cuando tengo 13 años. No era mío, de mi propiedad. Acceder a un caballo es muy, muy complicado. Somos cuatro hijos, mis padres trabajaban… Yo iba a un pueblecito a montar a Quessant. Era como mi caballo. Cuando llegó a la cuadra ya era un caballo mayor.
P. Defina mayor.
R. En salto, un caballo de 15 años se considera ya veterano. Quessant era de los muy veteranos. Era un silla francés color alazán.
Con el caballo nunca sabes si va a saltar o no, esperas que sí. Como nosotros. Con el tiempo aprendes a sentir cuando el salto no se va a producir. Es como madurar
P. ¿Qué relación tenía con él?
R. Estamos acostumbrados a una relación de superioridad con los animales. A mí me gustan por lo que te devuelven. Domesticamos al animal pero, en el fondo, es una cesión que nos hace. Creo que nos relacionamos con los caballos desde la autoridad de la gran especie dominante, y hay animales que responden a esa dominación con amor absoluto, como los perros, que hagas lo que hagas van a estar ahí, no cuestionan nada.
P. ¿Y el caballo?
R. El caballo es diferente. Hay un componente antropológico en nuestra relación con él. En toda nuestra historia ha estado con nosotros. Lo hemos utilizado para viajar, para construir nuestras casas, para labrar y alimentarnos, como instrumento de guerra. Ha sido nuestras manos, nuestras piernas, nuestra fuerza; todo a lo que no llegábamos, llegaba el caballo. ¿Qué sucede? Llega un momento en que esa fuerza es prescindible: con la tecnología, no necesitamos al caballo. Y se queda para exhibiciones, para una afición un tanto esnob o para este deporte inaccesible de las grandes competiciones internacionales que se ve por la tele.
P. Una relación histórica.
R. De respeto y temor. ¿Cómo no vas a temer a un animal de media tonelada que es impredecible, que te puede hacer daño? Y aun así te sigues acercando, te sigues acercando. Y llega un momento en el que ese animal te acepta. Cuando sucede eso, es increíble.
P. ¿Cómo se sabe que te acepta?
R. ¿Cómo sabes que alguien se ha fijado en ti, o se ha enamorado de ti, o tú te has enamorado de alguien? Hay un chasquido: lo notas, lo percibes. Además, en el animal hay muchas evidencias físicas. Cuando abres la puerta del box: cómo te recibe, el lenguaje corporal, que te busque con el hocico, que te huela, que te toque.
P. Si uno tiene miedo, el caballo lo nota.
R. Creí que era una frase típica de profesor a sus niños para que no tuviésemos miedo al montarlo, pero es verdad. Son animales que llevan toda su historia huyendo, son herbívoros, en su naturaleza está huir del peligro. Si te acercas a alguien y tienes miedo, te pones a la defensiva. La capacidad sensitiva de los caballos, y su inteligencia, es mayor de lo que creemos.
P. Hay memoria y recuerdo en Antes del salto.
R. Las reivindico, pero intento alejarlas de la nostalgia. Son totalmente distintas. Yo siempre he tendido a recordar con un punto nostálgico, como si el tiempo pasado fuera mejor. Y no es así. El tiempo pasado creo que es algo fundacional. En este libro hay muchas cosas que recuerdo y que utilizo para contar esta historia; me parece fundamental separar nostalgia y memoria. La nostalgia te ata a aquello que no te deja seguir, ni abrirte a lo que está por venir.
P. ¿Cuesta escribir una historia tan parecida a su vida?
R. Al contrario. Y no fue premeditado. Lo único que me frenaba era ser periodista. Después de 20 años verificando datos, haciendo que el relato sea lo más fiel a la realidad, me di cuenta de que estaba utilizando hechos que eran reales para distorsionarlos, introduciendo partes que eran que no eran verdad para hacer nudos entre los distintos capítulos y acabar de tejer el relato. Y estaba incómoda. Así que le dije a la periodista: déjame en paz.
Escribir es mi manera de subir el volumen, de dejar que la realidad de lo cotidiano me interpele (...). La vida es una sucesión de saltos, y en cada uno de ellos vamos dejando un pedacito atrás”
P. ¿Qué aprendió?
R. Que soy mucho más imaginativa de lo que creía. Mi imaginación de niña sigue intacta. Ni siquiera los años de periodismo me la han quitado. Incluso utilizo esa imaginación sin darme cuenta a la hora de describir cómo propongo los temas, desde dónde escribo, cómo me acerco a las historias. La imaginación y el periodismo no están tan alejados. De hecho, deberían de estar más unidos. Imaginación para saber enlazar hechos reales. Y para ver lo que queda fuera de foco necesitas la imaginación como escritor y como periodista.
P. ¿Qué hay antes del salto?
R. Todo. “Estar a punto de” es todo: la promesa de que cualquier cosa es posible. En la infancia lo teníamos muy claro, y me niego a perder eso. Antes del salto hace alusión a la fuerza de los instantes, de la promesa, de lo que está por venir. La novela habla de eso. La vida es una sucesión de saltos, decisiones que vamos tomando: personales, profesionales, saltos voluntarios, saltos involuntarios. Y en cada uno de ellos vamos dejando un pedacito atrás.
P. Y antes del salto con el caballo, ¿hay miedo?
R. Nunca sabes si va a saltar o no, esperas que sí. Como nosotros. Con el tiempo aprendes a sentir cuando el salto no se va a producir. Es como madurar. Sabes a qué saltos no te puedes enfrentar y te frenas. Antes del salto hay una sola norma: tener ganas de saltar. Y con el caballo aprendes a ver esa distancia. Con el caballo te comunicas. Estás diciendo “más rápido, más lento”. Vas viendo que el salto se acerca y dices “no, espera, espera un poco más”. Si tiras un poco de las riendas, el caballo acorta el paso. Acorta el paso y de repente dices “ahora” y le dejas porque ya sabes que va a dar tres zancadas, y va a llegar a ese sitio. ¿Cómo ves ese sitio? No lo sé. Hemos intentado racionalizar todo, argumentar todo, explicar todo, y hay cosas que no se explican: hay cosas que se saben.
P. ¿Ha medido la distancia para publicar su novela?
R. Me ha servido esa intuición. Una de las preguntas que plantea el libro es en qué momento dejamos de saltar. En qué momento concebimos que todo movimiento tiene que responder a una motivación práctica, a un fin, a un objetivo. Todo tiene que tener una rentabilidad, una aplicación, un uso. ¿Por qué no saltar por el hecho de saltar? ¿Por qué tiene que haber una explicación de todo?
P. Una explicación más: ¿por qué una novela?
R. Porque soy escritora y todo lo que me rodea me interpela de tal manera que necesito verbalizarlo. Escribir es mi manera de subir el volumen, de dejar que la realidad de lo cotidiano me interpele.
P. Por eso y porque le da la gana.
R. Eso es [sonríe]. Me fastidia mucho, cuando vamos a hacer algo, la pregunta “para qué”. ¿Cómo para qué? ¿Por qué hemos sacado de la ecuación el “quiero”? Quiero hacerlo. Me parece fundamental volver a introducir en la ecuación de por qué hacemos lo que hacemos a diario ese verbo: quiero. Porque quiero. A veces no sé lo que hago a diario: si lo que debo hacer, lo que tengo que hacer o lo que quiero hacer. Hemos acabado por mezclarlo todo. Y nos hemos vuelto obedientes en el peor sentido de la palabra.