¿Quién pintó el falso ‘rembrandt’ del Prado?
La pinacoteca guarda en sus almacenes un supuesto autorretrato del artista holandés que adquirió durante la II Guerra Mundial y que expuso como auténtico durante años
En lo único que los expertos coinciden milimétricamente es que el lienzo sobre el que se pintó el óleo mide 81 por 65 centímetros y que se guarda desde hace décadas ―no está claro desde cuándo― en los almacenes del Museo del Prado. Todo lo demás es tan enigmático como la mirada que muestra este “autorretrato” de Rembrandt; en primer lugar, porque si no fue pintado por el c...
En lo único que los expertos coinciden milimétricamente es que el lienzo sobre el que se pintó el óleo mide 81 por 65 centímetros y que se guarda desde hace décadas ―no está claro desde cuándo― en los almacenes del Museo del Prado. Todo lo demás es tan enigmático como la mirada que muestra este “autorretrato” de Rembrandt; en primer lugar, porque si no fue pintado por el celebérrimo holandés ―nadie pone en duda que se trata de su rostro―no puede tratarse de un autorretrato. La investigación que está llevando a cabo para el museo nacional el catedrático de arte y comunicación de la Universidad Complutense de Madrid Arturo Colorado, con el fin de determinar qué obras de la pinacoteca fueron incautadas a sus legítimos propietarios y no devueltas, ha traído a colación esta misteriosa obra y su curiosa historia.
Colorado mantiene que el cuadro fue guardado por los republicanos durante la Guerra Civil en el edificio donde se encontraba la Subpagaduría del Ejército de Centro, en la calle de Moreto 11, en Madrid. Luego, cuando acabó la contienda, como nadie lo reclamaba y dado su supuesto y evidente valor, el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional del Gobierno franquista lo entregó al Museo del Prado en “cesión”. De hecho, el catedrático lo tiene catalogado como Autorretrato de Rembrandt en su libro Arte, botín de guerra.
El director de la revista Ars Magazine, el periodista Fernando Rayón, escribió en esa publicación en 2009 que el cuadro quedó depositado en el Prado en 1941 y que, “dada la escasez de obras de este pintor en las colecciones españolas, fue comprado [a su dueño o a quien afirmaba ser su propietario, ya que solo tenía que jurar que era suyo] por el patronato de la pinacoteca tres años después”, en plena Segunda Guerra Mundial. “Su adquisición fue recibida con regocijo por los expertos e inmediatamente pasó a ocupar un lugar destacado junto a la Artemisia del maestro holandés, única obra del artista en nuestro país entonces”.
Pero las dudas surgieron muy pronto, ya que “los expertos holandeses que visitaban el Prado torcían el morro cada vez que lo veían y mucho antes de que la Comisión Rembrandt [encargada por el Gobierno neerlandés en 1989] descatalogara decenas de obras del maestro [por ser falsas], el Autorretrato del Prado ya había perdido su atribución. De ahí a desaparecer de las salas fue un suspiro”, comenta el periodista.
Rayón asegura que una muestra sobre el pintor celebrada en 2009 hubiera sido una buena ocasión “para recordar las peripecias de este rembrandt pero, muy discretamente, los organizadores han preferido pasar de puntillas por la existencia del lienzo, sin duda inspirado en el célebre autorretrato del pintor de la colección de lord Iveagh, hoy en Kenwood House, en el londinense barrio de Hampstead”. El periodista recuerda a EL PAÍS que le pidió entonces al director de la pinacoteca española exponerlo como muestra de un error, que este se mostró interesado, pero que nunca se exhibió.
Una versión completamente diferente la ofreció el pintor Antonio Quirós, en 1983, en el programa de TVE Mirar un cuadro, donde un personaje destacado elegía la obra del Museo del Prado que más le gustaba y la comentaba ante las cámaras. El artista aseveraba en aquella emisión que la pintura del Prado “era obra de un gran pintor”, en concreto de un vasco-argentino llamado Pablo Arriarán, que la realizó en torno a 1918. Quirós sostuvo que Arriarán, ya muy mayor en los años 40 del siglo pasado, decidió despedirse de sus amigos Valle-Inclán y Baroja. Antes de volver a su país, acompañado de Rafael Lasso de la Vega, marqués de Vilanova, visitó el Prado. De repente, “se puso malo al ver ese cuadro en el museo”. El argentino afirmaba vehemente que esa obra la había pintado él mismo para un marchante de París y que el Prado no era, evidentemente, el lugar adecuado para exponerla. Inmediatamente fueron a visitar al director de la pinacoteca, Fernando Álvarez Sotomayor, al que le explicaron la equivocación. El director les echó con cajas destempladas del despacho.
Pero Arriarán no se dio por vencido y volvió a intentarlo. En esa segunda ocasión, y ante su insistencia, Sotomayor les escuchó más calmado. “¿Y cómo puede demostrarlo?”, le preguntó al argentino. “Pues muy sencillo, en la preparación de la tela, en el lado izquierdo, está mi firma. Es fácil, páselo por ultravioletas”, le respondió. Quirós no explica en la grabación televisiva qué ocurrió después. De hecho, en la web del museo del Prado se afirma que en el momento de emisión del programa, en 1983, “la obra se consideraba original de Rembrandt [cuatro décadas después de la denuncia de Arriarán], sin embargo las investigaciones posteriores han dado lugar a su reconocimiento como copia del siglo XX”.
En la ficha del cuadro que se guarda en la pinacoteca se lee otra historia diferente. Se afirma que fue adquirido por el Prado en 1944 a los herederos del propietario, Alejandro Muns, y que en el catálogo del museo de 1996 ya aparece como copia posiblemente de Kenwood House, de Londres, de la colección de lord Iveagh, de 1927. La documentación del Prado señala que fue comprado por 60.000 pesetas de la época, pero otras fuentes hablan de 600.000 e incluso de millones.
La ficha recuerda, además, que fue adquirido con el beneplácito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y que Rafael Sánchez Cantón, en 1954, le hizo un análisis radiográfico y confirmó que era un auténtico rembrandt. Sin embargo, en 1973, un experto apellidado Valdivieso lo reconoce como “copia del taller”, se entiende que del pintor holandés. También se indica en el documento del museo que en el ángulo inferior derecho hay “restos rojos de lo que podía ser una firma o un número”.
Rayón escribió en Nueva Revista que hay falsificaciones “en casi todos los museos del mundo”. “En ocasiones, los responsables de estas instituciones prefieren cubrir con el manto de ‘obra de taller’ o ‘no es original del maestro, sino de un discípulo’ la pifia que, no por mala fe, cometieron algunas personas de la institución. Por eso hay tantas falsificaciones que nunca se anuncian. Simplemente desaparecen en los almacenes de los museos. Pero habría que hacerles un hueco. Si tienen calidad artística y encima una historia que puede resultar apasionante, ha llegado el momento de contar las historias de nuestros falsos”.
Por su parte, Quirós terminaba el programa diciendo que “la mayor parte de los cuadros de Rembrandt no son de Rembrandt, sino de fabulosos pintores, que nadie sabe cómo se llaman. El cuadro del buey colgado del Museo del Louvre [se refiere a El buey desollado] yo creo que tampoco lo es, pero es uno de los grandes cuadros de la pintura de todos los tiempos. Por eso, el Autorretrato es uno de los grandes cuadros del Museo del Prado, sea o no sea de Rembrandt, un prodigio, una maravilla”. Aunque esté en el almacén de la pinacoteca y sin que nadie sepa cuándo fue depositado allí. “No consta”, admiten desde el museo.