El Loco, 1980: hay que ponerse en la época
Jesús Quintero convirtió la España cañí en pop, y eso achicó la distancia generacional
Imaginen a una muchacha de 17 años que, sola en su cuarto, se pone la radio por la noche. Es un clamor que hay un tipo que de madrugada comienza su programa con música de Pink Floyd. A esa chica le quita el sueño. Entre los acordes de rock sinfónico, la voz del hombre surge, como si se proyectara desde el cielo. No parece un locutor ni un periodista, parece un predicador, un ser del más allá, un visionario, un líder. Un líder para quién. En ese momento, comien...
Imaginen a una muchacha de 17 años que, sola en su cuarto, se pone la radio por la noche. Es un clamor que hay un tipo que de madrugada comienza su programa con música de Pink Floyd. A esa chica le quita el sueño. Entre los acordes de rock sinfónico, la voz del hombre surge, como si se proyectara desde el cielo. No parece un locutor ni un periodista, parece un predicador, un ser del más allá, un visionario, un líder. Un líder para quién. En ese momento, comienza a serlo para millones de personas que, como la muchacha de este cuento, lo escuchan por la noche.
De fondo, se oyen sonidos inauditos: se escucha agua culebrear, el gemido de un perro, también el histórico chasquido del mechero Bic, que usan el 90% de los fumadores españoles. Pero el hombre que habla es un dandi. Alguna vez lo he visto en una foto del periódico y tiene unos ojos achinados y diablescos, como si no dejara jamás de planear alguna travesura, y el pelo acaracolado de quien está a punto de romper por bulerías. Suele vestir blusa, chaleco y foulard. Se hace llamar el Loco de la Colina. Si queremos saber lo que significó para la gente joven que hasta hacía poco había desdeñado la radio, hay, como decía mi padre, que situarse en la época.
Hay que situarse en la época para entender cómo celebrábamos entonces la aparición de la excentricidad, porque el Loco era un excéntrico, en ocasiones, mucho más que los invitados que aparecían en el programa. Entre el expulsar del humo y el silencio, el Loco dejaba a sus invitados desasistidos y estos confesaban lo que hasta entonces no habían contado. Eran los tiempos de una derecha, la de UCD, que tenía por virtud ser tolerante y que permitió que las voces de la radio pública fluyeran a su antojo, que sirvieran de reflejo de un país en el que un progre y un conservador podían coincidir en asuntos esenciales.
Él era una estrella, él tenía un ego descomunal que, por fortuna, no mermaba su creatividad. Conectó con las siguientes generaciones gracias a sus personajes estrafalarios
Esa muchacha de la que hablo, que era yo, pero podía ser cualquiera, estaba fascinada con aquel mago de las palabras. Ni tan siquiera imaginaba que hubiera detrás de aquello tres periodistas escribiéndolas. La influencia que tenía aquel programa sobre las conversaciones del día siguiente era enorme, aunque fuera la época en que tarareábamos aquella canción tan graciosa, Video Killed the Radio Star y pareciera que la batalla la ganaría la tele. Cualquiera que vibrara con la actualidad política o cultural, debía haber escuchado la noche anterior la respiración cargada de secretos de Carrillo, las confesiones de Marcos Ana o la desvergüenza sexual que no les habíamos supuesto a las folclóricas. De pronto, un personaje al que considerábamos rancio pasaba por el confesionario del Loco y comenzaba a parecer interesante, lo sacábamos de la casilla del retrógrado en el que lo teníamos catalogado. A él, al dandi loco, le debemos ese ejemplo de tolerancia. El Loco convirtió la España cañí en pop y eso achicó la distancia generacional.
Hay que situarse en la época, una época en la que las palabras no se reproducían en Twitter sino en los desayunos de bar, y cada uno recordaba a su manera la conversación nocturna. Ese ejercicio de memoria de lo escuchado nos obligaba a prestar atención sin la necesidad obsesiva de demonizar o aplaudir al instante. No es nostálgico afirmar que esa diferencia en la forma de escucha provocaba menos tensiones.
El mundo del Loco no es el de hoy en día. Hay que situarse en su época. Él era una estrella, él tenía un ego descomunal que, por fortuna, no mermaba su creatividad. Conectó con las siguientes generaciones gracias a sus personajes estrafalarios, llevó a los estudios a esos personajes de la Andalucía callejera que jamás hubieran pisado una radio sin él, tratándoles con gran consideración, como si en escucharles se le fuera la vida. Hubo un tiempo, una época, en la que el Loco tenía abiertas las puertas de los poderosos y de los mendigos. Al Loco no le hacía falta llevar dinero en el bolsillo, era un truhan y era un señor, tenía barra libre con las mujeres que se rendían a un poder que estaba refrendado por la audiencia.
Esa era la época, que solía decir mi padre tanto para envanecerse como para justificarse. A aquella muchacha que era yo le afinó el oído aquel Max Estrella de las ondas. Y como ya tengo una edad, sé ponerme en la época.