Francisco Leiro, el ascenso de un genio irreverente
El escultor gallego expone en Madrid su conocida pieza ‘A filla da porteira’, una de las muestras más destacadas de su habilidad creativa a partir de la madera
Hace ya mucho tiempo que a Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 64 años) las ideas de sus nuevos proyectos le vienen a la cabeza mientras pasea por los rincones del neoyorquino barrio de Tribeca, en el que vive desde principios de los noventa. Casi todo lo que se le ocurre lo escribe y dibuja de manera esquemática en ...
Hace ya mucho tiempo que a Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 64 años) las ideas de sus nuevos proyectos le vienen a la cabeza mientras pasea por los rincones del neoyorquino barrio de Tribeca, en el que vive desde principios de los noventa. Casi todo lo que se le ocurre lo escribe y dibuja de manera esquemática en pequeños papeles que va acumulando en los bolsillos. Hasta que no retorna a su taller de Cambados, Leiro no sabe si estos apuntes tomarán vida. Serán los troncos de pino, roble o castaño los que le dirán si es posible el nacimiento de nuevos personajes con los que aumentar las fantásticas metáforas que pueblan el mundo del artista. La última parada de las maderas ya convertidas en esculturas se realiza en Madrid, en su espectacular taller junto a la Plaza de Toros. Cinceladas, pulidas, pintadas, salen al mundo listas para ser admiradas en exposiciones y museos de Europa y Estados Unidos. La última muestra está capitaneada por A filla da porteira (2021) y se puede ver en el espacio madrileño de Marlborough hasta el 19 de noviembre.
A sus 64 años, Leiro mantiene el aspecto de tipo corriente, que no vulgar, con el que llegó a estudiar al Madrid de la Transición, cuando por las mañanas muchos corrían en las manifestaciones y por la noche se dispersaban en los locales de la Movida. Vestido de negro con veraniegas bermudas, Leiro podría ser confundido en la mediana distancia con Quentin Tarantino. Comparte con el director estadounidense un similar cuerpo fornido, su irregular pelambrera y una misma mezcla de entusiasmo y humor cuando habla de sus personajes.
La pieza principal de la exposición no es su obra más reciente, pero sí resume perfectamente cómo han evolucionado unos personajes que parecen nacidos de un cruce entre la portentosa imaginación de Lewis Carroll y el poder descriptivo de Chaves Nogales. A filla da porteira (la hija de la portera) es un bloque de madera de castaño de 2,26 por 1,37 metros en el que uno de los personajes, la niña, se cuelga del cuello de quien podría ser la madre. Pintadas de gris y sin rasgos humanos en los rostros, sólo un toque de pintura rosa y amarillo da una pista sobre la niña. El artista quiere que el espectador imagine una historia. Recuerda que la figura de quienes ocupan las porterías de los edificios ha pululado sin descanso por la literatura y dice que, en este caso, le rondaba la idea desde hace mucho. Es la figura de lo que los neoyorquinos reconocen como el “súper”, el superintendente del edificio cuya función está entre la de un portero y un conseguidor.
Por sus grandes dimensiones, A filla da porteira disfruta para ella sola de una de las salas más espaciosas de la galería. Más de una treintena de personajes de diferentes tamaños se reparten por las restantes estancias formando un bosque en el que, como escribió Manuel Vicent en un artículo en EL PAÍS el año pasado, los troncos de los árboles se hubieran convertido en figuras humanas. “Hay trasgos, avatares, gigantes contorsionistas, atormentados por este escultor gallego, proteico e ilimitado, capaz de manejar la sierra más ruda unas veces con la precisión de un bisturí y otras como un arma de defensa personal”, describió Vicent. “Puede uno imaginar que el trabajo de este artista tiene un carácter de lucha muy física contra sus sueños, como una fuerza de la naturaleza”.
Leiro, único varón de una familia de cinco hermanos, aprendió a tallar la piedra en Santiago de Compostela y completó su formación en dibujo y modelado en la Escuela de Bellas Artes de Madrid. A la capital llegó en 1976, justo un año después de la muerte de Franco, con la Transición en marcha y una euforia cultural imparable.
Su primera exposición relevante fue en la galería Montenegro, en Madrid, cuando tenía 27 años. El dueño murió, pero la suerte hizo que en 1989 conociera en Barcelona al presidente de Marlborough, Pierre Levai, el famoso chamán del arte contemporáneo, que le ofreció un contrato de exclusividad junto a nombres tan conocidos como Jackson Pollock, Henry Moore, Francis Bacon o Lucian Freud.
Cuando en 2004 pudo exponer su obra en el Palacio de Cristal del Reina Sofía, la crítica le vinculó a la transvanguardia italiana y al neoexpresionismo alemán. También al surrealismo, al manierismo gallego y a la escultura románica en su versión policromada. Se le han señalado, además, influencias de Henry Moore o Constantin Brancusi. Pero él mantiene que está influido por toda la escultura que le precede y si se le insiste en citar algún nombre que pueda situar en su estela, solo acepta mencionar a Bruce Nauman por su capacidad de inventar nuevas formas fuera de todo convencionalismo. Antonio Muñoz Molina, profundo conocedor de la obra del artista gallego, escribió que Leiro tiene una parte de artesano contumaz y otra de bromista pop, un humorismo entre vanguardista y cazurro.
A principios de año, Leiro recibió la noticia de haber sido elegido miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, algo que sorprendió a quienes le conocían y, por supuesto, al propio artista. Tiene dos años para preparar el discurso. Habrá que ver si su irreverencia innata le permite entrar en un club como la academia.