‘La chica y la araña’: minimalismo cargado de emoción y talento
La película de Ramón y Silvan Zürcher es la historia de una separación en la que poco a poco las líneas rectas abren paso a los nudos
La chica y la araña es la historia de una separación y, como en toda separación, las líneas rectas abren paso a los nudos, a una maraña emocional que poco a poco se irá manifestando. Un enredo que los hermanos Ramón y Silvan Zürcher, una de las parejas más interesantes del nuevo panorama del cine europeo, exponen a través de una narrativa pulcra, solo distante y desapasionada en apariencia, cargada de un sentido del humor algo perverso pero tan magnético como los ojos de su protagonista. Los dos planos iniciales valen como pista de su estilo: en el primero, en una pantalla de ordenador,...
La chica y la araña es la historia de una separación y, como en toda separación, las líneas rectas abren paso a los nudos, a una maraña emocional que poco a poco se irá manifestando. Un enredo que los hermanos Ramón y Silvan Zürcher, una de las parejas más interesantes del nuevo panorama del cine europeo, exponen a través de una narrativa pulcra, solo distante y desapasionada en apariencia, cargada de un sentido del humor algo perverso pero tan magnético como los ojos de su protagonista. Los dos planos iniciales valen como pista de su estilo: en el primero, en una pantalla de ordenador, se ve el frío croquis de una vivienda; en el segundo, en la calle, la punta de una taladradora atraviesa el asfalto. El orden perfecto frente al descontrol de lo que se rompe.
Lo que sigue es bastante parecido a un baile de desamor. Dos amigas se observan con amigable tirantez durante la mudanza de un piso. Una se va y la otra se queda. Entre cajas, sutiles pullas e indirectas, visitas de familiares, vecinos y amigos que salen y entran, suenan dos piezas musicales que entran por el odio y, sobre todo, por los ojos. Una de ellas es un vals bielorruso, el Gramophone de Eugen Doga; la otra es una canción pop de los ochenta capaz de evocar esa vida flotante de la juventud, Voyage, voyage, de Desireless. Los hermanos Zürcher componen así, entre la democrática funcionalidad de los dos pisos berlineses donde todo ocurre, una coreografía tan elegante como melancólica y divertida. Una película cuyo complejo minimalismo está cargado de emoción y talento.
Los ojos claros de la actriz Henriette Confurius, el elocuente herpes que asoma por su joven boca, nos guían en una película de gestos y silencios, de perros, gatos, moscas, arañas, martillazos, madres y ausencias. El personaje principal, Mara, cuenta que la dueña del piano de la casa huyó a limpiar las habitaciones de un barco. Mara es una adorable e insoportable agresiva pasiva, una melancólica femme fatale que irá mostrando los hilos de esa tela de araña emocional llena de vacío y dolor.
Construida con escuadra y cartabón, la película fluye en un constante cruce de miradas. Segunda entrega de lo que sus creadores han llamado su trilogía animal, la primera fue El extraño pequeño gato (2013), La chica y la araña es una de esas películas cuyo coro de personajes permite un baile con el espectador en el que el juego de apariencias solo se resolverá con una inesperada y maravillosa voz final que narra la historia.
La chica y la araña
Dirección; Ramón y Silvan Zürcher.
Intérpretes: Liliane Amuat, Henriette Confurius, Yuna Andres, Lea Draeger, Ivan Georgiev.
Género: drama. Suiza, 2021.
Duración: 99 minutos.
Estreno: 16 de septiembre.