Mulatu Astatke y Craig Taborn: dos caras de la excelencia
El etíope y el estadounidense protagonizan dos de los mejores conciertos de las primeras jornadas del festival de jazz de San Sebastián
¿Qué tienen en común un etíope de 78 años, formado en Inglaterra y Estados Unidos en los años cincuenta y sesenta, con un estadounidense de 52 crecido en una pequeña ciudad de Minnesota, más allá de protagonizar dos de los más memorables conciertos en las primeras jornadas del 57º Donostiako Jazzaldia? El primero desarrolló, prácticamente por su cuenta, una fusión de jazz, música latina y folclore de su país que ha acabado convirtiéndose en un género en sí mismo, conocido como ethio-jazz; después de permanecer en un cierto olvido d...
¿Qué tienen en común un etíope de 78 años, formado en Inglaterra y Estados Unidos en los años cincuenta y sesenta, con un estadounidense de 52 crecido en una pequeña ciudad de Minnesota, más allá de protagonizar dos de los más memorables conciertos en las primeras jornadas del 57º Donostiako Jazzaldia? El primero desarrolló, prácticamente por su cuenta, una fusión de jazz, música latina y folclore de su país que ha acabado convirtiéndose en un género en sí mismo, conocido como ethio-jazz; después de permanecer en un cierto olvido durante más de dos décadas, a finales de los noventa vivió una especie de renacimiento musical que lo ha llevado a convertirse en un auténtico icono de la música de raíz africana. El segundo ha creado algunas de las obras más fascinantes y avanzadas del jazz y la música creativa en el siglo XXI, sirviéndose tanto de elementos electrónicos y formaciones contundentes como de su extraordinario dominio del piano en solitario, tal y como actuó en San Sebastián; venerado por los aficionados como uno de los grandes maestros del jazz contemporáneo, sin llegar a ser un artista underground, lo cierto es que no tiene un gran impacto fuera de los círculos especializados.
Con todas las diferencias entre la música de uno y otro, tanto en su raíz como en su forma, planteamiento estético o ejecución frente a la audiencia, Mulatu Astatke y Craig Taborn comparten el impulso y la capacidad para crear algo único y propio, algo que puede imitarse, pero no ser replicado sin perder su carácter. Musicalmente están en lugares muy distintos, pero la base, la esencia de sus creaciones, tiene el pulso de los grandes referentes, aquellos que marcan tendencia desde la individualidad de su propia obra.
Otra coincidencia es que ambos encontraron su camino después de varios desvíos y trayectorias poco ortodoxas. Astatke estudió música en el Trinity College de Londres y en el prestigioso Berklee College of Music de Boston, interesándose por el jazz y la música latina mucho antes de, ya de vuelta en su país en los setenta, desarrollar su fascinante y original fusión de jazz y música etíope. Es decir, que uno de los grandes iconos de la música africana contemporánea encontró gran parte de los ingredientes de su estilo en otros dos continentes, convirtiendo su ethio-jazz en una música que, aunque parece local, es en realidad universal.
Taborn, por su parte, aun siendo considerado principalmente como un artista de jazz, va mucho más allá de esta etiqueta, por amplia que esta sea. En su música confluyen elementos de jazz, música contemporánea europea, improvisación libre e incluso heavy metal, una de sus pasiones. No son elementos estéticos de este género, claro está, y mucho menos en un formato como el piano solo, pero Taborn adopta el acercamiento y la energía del metal en algunos aspectos de su música. Fan irredento de bandas como Voivod, Megadeth o Metallica cuando era adolescente, aún hoy tiene a referentes del death metal, como Gorguts o Cryptosy entre sus bandas favoritas, junto a la enorme cantidad de música de todo tipo que se aglutina en su prodigioso cerebro.
Y aquí se acaban las coincidencias: incluso los espacios en que actuaban en San Sebastián ambos artistas no podían ser más antagónicos. Mientras Astatke se presentaba a la par que el atardecer del jueves en el escenario Keler Gunea de la playa de la Zurriola, el más grande y ecléctico del festival, ante un público mixto y casual en pleno atardecer, Taborn lo hacía a las once de la mañana siguiente, en el precioso claustro del Museo San Telmo, ante una audiencia reducida y concentrada. Ambos, emplazamientos perfectos: la música del africano es abierta y de exterior, se expande sobre sus ritmos, constantes pero exentos de tensión, formando olas de sonido que crecen y decrecen en manos de su banda, siempre con la dirección del maestro. Lo de Taborn es introspección e impredecibilidad, música libre, densa y cerebral en ocasiones, agresiva o pasional en otras, pero siempre absorbente; con un dominio magistral del instrumento, el pianista hace de la sonoridad un elemento imprescindible de su música, que es mucho más que una sucesión de notas bien colocadas. En sus improvisaciones, intérprete e instrumento se vuelven uno y alcanzan un estado creativo francamente extraordinario.
En el caso de Astatke, su banda hace las veces de un instrumento más, el más importante en la música del africano: aunque a lo largo del concierto este toca vibráfono, teclados y diferentes instrumentos de percusión, es el tejido creado por sus músicos lo que funciona como motor de la propuesta. Todos ellos son grandes intérpretes de la escena británica, y cuando protagonizan algún momento solista su capacidad queda demostrada, pero las composiciones y la personalidad de Mulatu son tan carismáticas que es imposible independizarse de ellas. Esto no quiere decir que el líder coarte a sus solistas, todo lo contrario: uno de los pilares de su banda desde hace años es el contrabajista John Edwards —auténtica leyenda del free jazz y compañero regular de otros iconos, como Evan Parker o John Butcher— y cuando este toma un pasaje solista lo hace con plena libertad, dando rienda suelta a su estilo e integrándolo en el conjunto. Porque todo en la música de Astatke es esa mágica atmósfera generada por el conjunto, y es lo que hace que siga sonando hoy tan vibrante y magnética como lo hacía hace 50 años. Esto es quizá lo más importante del arte del africano: su atemporalidad.
Mientras tanto, para quien quiera escucharlo, Taborn sigue intentando llevar la música improvisada al futuro. En su recital se escucharon muchos referentes, desde Cecil Taylor a Paul Bley o Geri Allen, a quien recordó con una exquisita versión de su When Kabuya Dances, pero Taborn es un pianista personalísimo y genial, uno de los mejores del mundo, sin duda, y escucharlo en directo es una experiencia como pocas podemos encontrar hoy en la escena jazzística. No es hipérbole: Taborn es así de bueno.