La verdad de por qué los Oscar se llaman así
Un libro del exdirector ejecutivo de la Academia de Hollywood acaba con una vieja controversia: el mérito fue de una secretaria que custodiaba los trofeos en las primeras galas y se refiere a un marino noruego
No es su nombre oficial, pero sí el popular. La estatuilla de los Oscar se denomina en realidad premio de la Academia de las Artes y de las Ciencias cinematográficas. El apelativo del trofeo más ansiado del cine se añadió años después de su primera entrega, el 16 de mayo de 1929, en el hotel Roosevelt, a solo una manzana del teatro Dolby, donde se celebra la gala en la actualidad. Eso sí, la Academia de Hollywood lo tiene registrado. El apodo, el nombre oficial, la silueta, la estatuilla, todo... El negocio es el negocio....
No es su nombre oficial, pero sí el popular. La estatuilla de los Oscar se denomina en realidad premio de la Academia de las Artes y de las Ciencias cinematográficas. El apelativo del trofeo más ansiado del cine se añadió años después de su primera entrega, el 16 de mayo de 1929, en el hotel Roosevelt, a solo una manzana del teatro Dolby, donde se celebra la gala en la actualidad. Eso sí, la Academia de Hollywood lo tiene registrado. El apodo, el nombre oficial, la silueta, la estatuilla, todo... El negocio es el negocio. Pero, si no se llaman Oscar, ¿de dónde viene ese apodo? Pues de un marino noruego “alto y erguido”. Un libro sobre el primer medio siglo de vida de la institución, que se publicará en otoño en EE UU, recoge esta historia y señala a Eleanore Lilleberg, trabajadora en la Academia en los albores de los trofeos, como la creadora del alias.
Hasta ahora, se aceptaba la teoría de que Margaret Herrick fue quien bautizó el galardón (que, obviamente, no es de oro macizo, sino de britannium —una aleación de cobre, estaño y antimonio— con un baño de oro). En 1931, Herrick —entonces Margaret Gledhill por su primer matrimonio— se incorporó a la biblioteca de la Academia, y en su jornada inicial se encontró con una estatuilla, ante la que dijo: “Me recuerda a mi tío Óscar”. Según el almanaque de la Academia de Hollywood de 1947/1948, un periodista oyó la gracia y al día siguiente la publicó. Como en El hombre que mató a Liberty Valance, se imprimió la leyenda. En 1943, Herrick se convirtió en directora ejecutiva de la Academia, y fue la primera en negociar con una cadena de televisión la retransmisión en directo de la gala en 1953, hecho que le dio independencia económica a la institución, que hasta entonces subsistía de las cuotas de sus socios, y amplió sus programas educativos y sus actividades culturales.
Sin embargo, en el libro The Academy and the Award (The Coming of Age of Oscar and the Academy of Motion Picture Arts and Sciences), que se pondrá a la venta el 11 de octubre, Bruce Davis desmonta la historia. Y Davis sabe de qué habla: durante 22 años, hasta que se retiró en 2011, fue el director ejecutivo de la Academia. Es decir, ha contado con acceso a los archivos, a lo que se ha dedicado desde que dejó el cargo. Davis no es un cualquiera: a él se le ocurrió hace un tiempo invertir un remanente de dinero que guardaba la institución en el museo que ahora se ha convertido en el orgullo de la Academia.
Y según cuenta la web Deadline, que ha tenido acceso al volumen de 521 páginas centrado en los primeros 50 años de singladura de los premios, Davis ha buceado fructíferamente en legajos y hemerotecas. Para corroborar la historia de Herrick, encontró un reportaje de Los Angeles Examiner de 1938 donde Herrick explica otra versión, y asegura que solía bromear con su primer marido, Donald Gledhill, con la muletilla: “¿Cómo está tu tío Óscar?”. Primer elemento distorsionador.
El asunto se enreda, porque Davis lo comparó con las memorias del columnista Sidney Skolsky (Don’t Get Me Wrong—I Love Hollywood) que en 1970 contaba que bajo la presión del cierre en 1934 fue el primero en usar ese mote en homenaje a una frase de los actores de vodevil, que solían dirigirse al director de orquesta con un: “¿Tendrá un puro, Óscar?”. Por tanto, se atribuía el mérito. Sin embargo, el 16 de marzo de 1934, en New York Daily News el mismo Skolsky escribió: “Entre la profesión, a las estatuillas se les llama Oscar”. Lo cual tumba la teoría de Skolsky, que ya había anulado la de Herrick. Y siempre hubo una tercera que se quiso apuntar el hallazgo: la actriz Bette Davis.
La intérprete, que en enero de 1941 se convirtió en la primera mujer que presidió la Academia de Hollywood, cargo al que renunció a los pocos meses tras enfrentarse a la junta directiva, contaba en sus memorias The Lonely Life, publicadas en 1962, que fue ella quien lanzó la ocurrencia. En 1936, con su primer Oscar en la mano por Peligrosa, Bette Davis dijo —siempre según su autobiografía— que de espaldas parecía la imagen de su marido de entonces, Harmon Oscar Nelson, y que por eso la estatuilla se había empezado a calificar así. Cuando a la actriz le sacaron los colores —en 1934, dos años antes, Oscar ya era su apelativo común—, se retractó.
Así pues, Bruce Davis continuó investigando. Y lo encontró escarbando en la prensa. A los Oscar los bautizó Eleanore Lilleberg, secretaria y asistente en los inicios de la Academia. Ella era la encargada de custodiar los premios en los minutos previos a las ceremonias de los primeros años de vida de la institución. Se sabía que Lilleberg era probablemente la creadora del mote, por investigaciones precedentes. Aunque no la razón. En un pequeño museo en Green Valley (California) dedicado a ella y a su hermano Einar, un gemólogo, Davis encontró las memorias inconclusas de este, donde Einar explicaba que fue Eleanore quien les llamó Oscar, por un veterano de la armada noruega —país de origen de la familia Lilleberg— que ambos habían conocido en Chicago y que, como el premio, “era alto y erguido”. Entrevistas con colegas de Lilleberg en periódicos de 1944 confirman la historia. Y así aparece en el libro de Davis, que promete revelar más secretos de los premios Oscar.